blanca castillo

Historias para ponerse en su piel

La xenofobia a la que se enfrentan aquí Steve, Cristian, Mikel y Filomena es más sutil que la brutalidad que mató a George Floyd. Pero también asfixia

Sábado, 13 de junio 2020, 00:25

Empatizar, ponerse en la piel del otro suena bien, demasiado bien. Pero, a veces, resulta imposible. El asesinato de George Floyd ha generado una ola antirracista global que ha desbordado a la sociedad estadounidense donde, cada vez más voces, coinciden en diagnosticar un racismo inoculado ... en lo más hondo del sistema. El mensaje ha calado también en nuestra realidad más próxima. Aquí mismo, en Vitoria, el pasado sábado se convocó una concentración de repulsa a la que se sumaron cientos de personas. Entre los carteles, entre las soflamas, entre los gritos de profundo hartazgo, se coló una realidad incómoda. Por mucho que creamos haber construido una sociedad igualitaria y plural, muchos, demasiados, todavía se encuentran con recelos, con miradas, con un racismo que no te clava la rodilla en el cuello, pero que también llega a asfixiar.

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Según los datos del último informe 'Incidentes de odio en Euskadi' de la cátedra Unesco de Derechos Humanos y Poderes Públicos, en el País Vasco se registran cada año 62 delitos relacionados con el racismo y la xenofobia. Motivados, directamente, por el color de la piel. Álava es la provincia con una menor incidencia de este tipo de actos violentos, con cuatro casos registrados en 2018, de cuando se disponen las últimas cifras, frente a los 36 denunciados en Bizkaia y los 21 de Gipuzkoa. Todavía hay más datos que deberían sacarnos los colores. Según el último barómetro del Observatorio vasco de la Inmigración, Ikuspegi, el 21,1% de los vascos tiene la percepción de que hay demasiados inmigrantes en la comunidad. La mayoría de estos encuestados cree que la llegada de personas procedentes del Magreb y del África subsahariana es un contratiempo. De hecho, el fenómeno de la inmigración supone un problema, como el paro o la corrupción, para el 11,4% de los vascos. Y, sin embargo, el 60,67% de la población vasca se considera «tolerante». ¿Lo somos de verdad? ¿Cómo nos perciben ellos? ¿Cómo creen que les percibimos nosotros? ¿Distinguen Vitoria como una ciudad abierta? Con sus historias Steve, Cristian, Mikel y Filomena nos invitan a ponernos en su piel. Por muy difícil que nos resulte.

Cristian Baya | Sacerdote. Camerún

«Nunca saldría a la calle sin la documentación encima»

Cristian Baya, originario de Camerún, oficia misa en la catedral nueva. blanca castillo

Sus padres tuvieron bastante puntería a la hora de ponerle el nombre. Cristian Baya Ngambia, de 44 años, estaba llamado a seguir el pedregoso camino del señor que, como todo el mundo sabe, es inescrutable. Tanto que ese sendero le llevó algo más lejos de casa de lo que él creía. Acabó de sacerdote en la Catedral Nueva de Vitoria y, con el tiempo, esa sotana se ha convertido en una armadura, también le defiende contra las actitudes racistas. Aunque él tiene la piel muy, muy curtida. «El racismo es un juego que tiene siempre dos direcciones, la del que alberga un odio profundo, el que no tiene ninguna capacidad para enfrentarse con la diferencia y también al que le afecta», reflexiona el sacerdote. «A mí no me importa que me llamen el cura negro. Es evidente que mi color de piel es diferente, hay que asumirlo y ya está. Ahora bien, es cierto que todo depende con qué intencionalidad te lo digan», evidencia.

- Usted convive con una comunidad de feligreses bastante envejecida. ¿Se ha sentido en alguna ocasión despreciado?

- (Piensa). No, en realidad no. Es que, en general, no creo que Vitoria sea una ciudad racista, aunque, insisto, el miedo al diferente sí que existe.

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- ¿Y cuando se quita la sotana, en la calle, cambia la actitud hacia usted? Por ejemplo, ¿cuál es su relación con la policía?

- Claro, los que no me conocen ya no me ven como el cura. Sólo ven mi cara, para ellos soy un africano más. Sí tengo que admitir que mi relación con la policía es de distancia. Por ejemplo, no se me ocurre salir a la calle sin llevar mi documentación encima. Pero es algo que me viene de mi país, no por las experiencias que he tenido aquí».

Steve Simo | Estudiante de Farmacia. Camerún

«La gente te conoce y solo se queda en la cara negra»

Steve Simo, ante la Facultad de Farmacia en la que estudia. blanca castillo

Steve atiende entre apuntes, enfrascado en una maraña de fórmulas químicas. Está a punto de defender su trabajo de fin de grado antes de acabar la carrera de Farmacia. Lleva 11 años aquí, en Euskadi, acostumbrado a lidiar con toneladas de prejuicios a diario. «Tengo la sensación de que nunca dejarán de verme como el necesitado que ha venido en patera para pedir la RGI», lamenta. «La gente te conoce y solo se queda en la cara negra», abunda. Las situaciones racistas a las que se enfrenta Steve son de una sutileza pegajosa, de apariencia inofensiva, pero tremendamente crueles. «Un ejemplo claro está a la hora de buscar vivienda; llamas a un anuncio, todo va bien, te citan, te presentas en el portal, esperas y esperas y no aparecen: está claro que te han visto y han decidido pasar de ti», cuenta. «Y después están los comentarios, esa gente que no sabes si te dicen cosas para hacerte daño o por ignorancia». ¿Por ejemplo? «Pues, sin ir más lejos, cuando te preguntan si hay electricidad en tu país», contesta.

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Steve acudió a la concentración de la pasada semana en protesta por el asesinato de Floyd. Y echó en falta a «mucha gente de la comunidad africana en Vitoria, que no vino». También a muchos compañeros de su universidad donde, por cierto, la pluralidad que se respira en las calles de Vitoria no termina de verse reflejada. «Cuando empecé la carrera, era el único chico en Farmacia, después vino uno de Ghana y, más tarde, otro de Malí», cuenta. «Mucha gente parece comprenderte, te apoyan, pero a la hora de la verdad, no salen a la calle», cuenta el joven. «Comparto el mensaje pero no sé si somos conscientes de lo que supone ese lema de 'Blacks Lives Matter', de lo increíble que es que, en 2020, tengamos que gritar que las vidas de los negros importan», censura. Para Steve, sucesos como el de Minneapolis ponen en evidencia que existe un «grave fallo en el sistema». «Es normal lo que está sucediendo, el enfado, yo creo que va a haber un cambio después de esto», remacha.

Filomena Abrantes y Mikel Henda Gómez de Segura | Activista y profesor de Filosofía. Angola y Vitoria

«Sufrimos microrracismos a diario»

Filomena Abrantes, histórica activista por la igualdad en Vitoria, junto a su hijo Mikel Gómez de Segura. blanca castillo

Mikel llegó un día a casa desconsolado. Le dijo a Filomena que no quería volver nunca más a la ikastola porque le habían llamado negrito. «Pues tú le llamas blanquito y ya está», le respondió. «Pero es que yo no soy negrito, negra eres tú», le replicó el chaval. Tenía 3 años. La madre siempre les ha inculcado a sus tres hijos, alavesísimos ellos, la necesidad de estar «felices dentro de la piel que les ha tocado». Filomena Abrantes, natural de Angola, de 73 años, es una de las activistas más relevantes de la comunidad afroamericana en Vitoria. «Claro que esta es una ciudad racista», sostiene. «No es frecuente que te llamen negra de mierda, pero aquí, como en todos los sitios, sufrimos a diario microrracismos que, cuando los juntas, se convierten en macro». «Por ejemplo, yo ayudo a buscar trabajo a personas, cuando me llaman por teléfono a mí -el de Filomena es un acento muy neutro-, me dicen cosas como ,'intenta buscarme a alguien que no sea muy oscuro porque a mi madre le puede dar miedo'. No saben que están hablando con una negra, claro», ilustra.

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«En mi caso, el racismo en mi vida ha sido una constante», tercia su hijo Mikel Henda, profesor de Filosofía. «He sufrido racismos implícitos y también explícitos, que van desde que te comparen con Will Smith o con M.A. Baracus, es decir con el negro payaso o con el buen salvaje, a que, directamente te insulten con un 'puto negro'», cuenta. «Yo he notado demasiadas veces que, por el hecho de tener la piel más oscura, por tener más melatonina, se esperaba menos de mí que del resto», asegura Mikel. «Claro es que el papel del negro es el del animal de trabajo o, como mucho, del deportista fuerte pero con poca cabeza. Estas ideas vienen de los tiempos de la esclavitud y no han cambiado tanto», replica su madre.

Para madre e hijo, el caso Floyd, toda la oleada de indignación que ha surgido, es solo el ejemplo de lo que ocurre a diario en todo el mundo. «Fue igual de grave, sin ir más lejos el episodio que ocurrió en el Tarajal -donde murieron 15 personas-, la policía disparó a gente con pelotas y gases en el agua y dijeron que se habían ahogado», apunta Mikel Henda. «De todos modos, un blanco no puede entender lo que es el racismo de verdad, es imposible que pueda decir qué es racismo y qué no, porque nunca lo ha sufrido», puntualiza.

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Es cierto, resulta tremendamente complicado ponerse en su piel.

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