Todavía no son las 10 de la mañana y la ciudad a duras penas se despereza del confinamiento. Salgo a comprar el pan y a coger el peródico, que para muchos también es nuestro pan de cada día. El silencio es brutal. Es lo ... que más me llama la atención mientras me cruzo con vecinos que han sacado a pasear a sus perros. Casi no hablan entre ellos, ni hacen corros como otras veces. Cada uno va a lo suyo. En silencio. Rodeo varios parques y echo de menos el bullicio de los niños. Me acuerdo de mis nietos, confinados en Madrid. Casi no circulan coches. Un autobús dobla la curva sin viajeros.
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«Se que voy a caer», me dice el quiosquero, protegido por unos guantes y alejado del mostrador, según el protocolo que le han trasladado agentes locales. «Pero mientras vosotros hagáis periódicos, yo voy a estar al pie del cañón, vendiéndolos», añade, porque sabe que soy periodista. Me emociona. Fuera del local veo las siluetas de la gente tras las ventanas y a algunos vecinos asomados en camiseta de tirantes. Me recuerdan a los personajes de Albert Camus, cuando los describe en los quartiers, en los barrios parisinos, en domingos aburridos y anodinos. Podían ser de 'El extranjero', pero enseguida me trasladan a 'La peste', la gran novela de este Nobel francés. No estamos en Orán, pero casi 73 años después siento la fuerza simbólica de aquel libro y la heroicidad de la gente normal. Sanitarios, cajeras, conductores… y quiosqueros.
A las puertas de panaderías todavía hay gente pidiendo limosna. ¿Tendrán lugares para protegerse? En algunas ciudades Cáritas ha montado una red de voluntarios para atender a ancianos y enfermos que viven solos. La epidemia hace sentirnos frágiles. También se leía en las reflexiones de Camus. Subo hasta la iglesia de los padres trinitarios. Una persona reza ante la imagen de la virgen de Lourdes, en una cueva que es una réplica de la original, la de Massabielle, en la que he parado en mis escapadas a Gavarnie. Se inauguró en 1929 y ahí sigue, ahora más visitada por la incertidumbre ante lo desconocido. El periódico 'La Croix' publicaba ayer una foto del santuario, completamente desierto. Son tiempos raros, de desbandada. Otras personas se arrodillan ante el Jesús Nazareno, en una capilla muy querida para muchos getxotarras. Hay gente que se refugia en la Religión para pedir por los suyos.
De camino de casa, más gente con perros. Y una familia con niños que recorren en bici el bidegorri. ¡Qué insensatos!, mascullo. Llevan cascos para protegerse de una caída. Y del coranavirus ¿quién les protege?
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