El último Leviatán
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URSSA languidece en el Campo de los Palacios a la espera de un incierto futuro. Tenemos la oportunidad de introducir en sus edificios usos alternativos, variados, temporales y puntualesVitoria se mueve al ritmo de sus fábricas. Se expande con cada uno de sus logros y se retrae con cada uno de sus resfriados. Una ciudad que prospera gracias a su motor industrial, excepción peninsular y orgullo local. Junto a los dos titanes (Mercedes ... y Michelín) cientos de otras empresas dan forma y contenido a nuestra ciudad. Y sobre forma y contenido es de lo que quiero tratar en estas líneas.
La decadencia y cierre de las factorías ha sido en Gasteiz objeto de derribo y regeneración. De las ruinas de la Fabrica Ajuria nacieron los edificios retranqueados de Coderch en San Martin, y de la antigua BH ha nacido el nuevo barrio de Olarizu. La plaza Santa Barbara y sus alrededores, Simón Bolívar y los «Campos Negros» … hasta las propias universidades son también el resultado de este proceso de «destrucción creativa», en este caso, de cuarteles. En casi todos, apenas quedan vestigios de los edificios que ocuparon estas parcelas, y si bien los usos actuales responden mucho mejor al siglo XXI que los predecesores, la perdida de estos contenedores conlleva también la pérdida de un fragmento de memoria e identidad de la ciudad.
Diríase que en Gasteiz carecemos de imaginación a la hora de reutilizar los vestigios del pasado, y únicamente sabemos aprovechar el solar que dejan los edificios tras su demolición. Una ola reciente de actuaciones rehabilitadoras de dudoso éxito empaña además el camino a seguir, pues parece generalizada la idea de que los edificios reutilizados no consiguen cumplir adecuadamente su nueva función.
En estas condiciones abogar por la conservación de edificios que carecen siquiera de valor patrimonial parece predicar en el desierto, pero es por ello fundamental tratar de explicar por qué es necesario mantenerlos.
Toda Europa está llena de ejemplos de edificios que han sido ocupados por personas creativas y que los han utilizado como laboratorio artístico, espacios musicales o simplemente como salas de estar urbanas. El germen creativo que en ellas floreció dio vida a movimientos, grupos, empresas o proyectos que perduran mucho después de que los edificios hayan desaparecido o se hayan institucionalizado.
Nuestro último leviatán industrial, la fábrica URSSA, languidece en el Campo de los Palacios, a la espera de un incierto futuro. La sombra del derribo y su transformación en viviendas planeaba sobre ella, hasta que el Avance del nuevo PGOU ha optado por calificar el entorno de equipamiento. Un acierto a mi entender, si bien su destino final no queda aún claro. Y creo que es interesante que así sea. La excesiva definición de los planes es a menudo un lastre para el desarrollo de programas o actividades, y una ruina industrial del tamaño de URSSA difícilmente será aprovechable en su totalidad para un solo uso. Por ello, me parece una oportunidad perfecta para introducir en este conjunto de edificios usos alternativos, variados, temporales y puntuales. Ni predeterminados ni dirigidos. Desarrollar un espacio de autonomía funcional en la que deporte, arte, música y creación puedan florecer y marchitar de la mano, de costado o de espaldas el uno del otro. Un contenedor a la espera de llenarse de contenido.
Si alguien se ha colado en su interior se habrá dado cuenta del inmenso potencial que tiene este conjunto de edificios. La diversidad de tipos edificatorios, desde la torre de oficinas, hasta las grandes naves con grúas puente (tristemente desmanteladas), y sobre todo la diversidad de espacios que genera; cubiertos, al aire libre, pequeños o inmensos, podrían albergar un mundo de actividades de ocio, de negocio o de vicio. Un espacio, en definitiva, divertido, rara avis en este mundo burocratizado.
Para ello, más que programa, lo que se necesita es permiso. Permiso para utilizarlo, para acondicionar algunos de sus espacios, para pasear por sus entrañas imaginando qué hacer en él. Ofrecer la posibilidad de apropiarse de este coloso poco a poco, de transformarlo en el tiempo y de abrirlo a una ciudadanía deseosa no solo de consumir, sino también de construir.
Si dejamos que sea el mercado y no la gente quien tome la decisión, el gigante de hierro caerá. La ciudad no lo notará, pero otra ventana de posibilidades se cerrará, inadvertida, como un viento que nada mueve al no encuentra una vela en la que soplar. Empecemos pues a imaginar, el viento ya está soplando.
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