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«Estados Unidos y la Unión Soviética ponen las armas, nosotros los muertos». Esta frase fue pronunciada por el religioso vasco Ignacio Ellacuría en una de sus muchas conversaciones con el reportero de guerra Gervasio Sánchez. Con ella, el jesuita, que sería asesinado años después ... en El Salvador, resumía la guerra desangró aquel país entre 1979 y 1992. Una contienda que, como todas, se cebó con la población civil y sembró la tierra de minas. Sobre las consecuencias que estos artefactos dejan en inocentes versa el libro 'Vidas Minadas. 25 años', que el propio Sánchez presentó este viernes en Vitoria. Junto a él, el salvadoreño Manuel Orellana, y la mozambiqueña Sofia Elface, dos de los seis protagonistas.
«El 12 de diciembre del 1991, cuando tenía 20 años y recolectaba café pisé una mina. Recuerdo la explosión y despertarme aturdido en medio de un gran hoyo sin las dos piernas. Mi cuñado, que había estado en el Ejército, evitó que me desangrase usando su ropa», relató Orellana durante la presentación del libro ante la prensa. Empezaba para él una nueva vida desposeída de piedad, porque únicamente se puede calificar como crueldad del destino que solo un mes después de aquella explosión, militares y guerrilleros firmasen la paz.
Acceder a sus prótesis no fue fácil. Sus padres, sin recursos, ahorraron. Primero le compraron una, y cuando pudieron, la otra. Tras aprender a caminar de nuevo, comenzó a trabajar en una cooperativa textil que empleaba a mutilados de guerra. Cuando cerró, en lugar de la indemnización, Manuel prefirió llevarse dos máquinas para coser en su casa ropa de niño y luego venderla. Casado, es padre de 4 hijos que, cuenta con orgullo, «han ido a la universidad».
Sofia Elface camina apoyándose en dos muletas. Con 11 años, una mina antipersona se llevó por delante sus dos piernas y a su hermana María, de 8 años. Iban a por leña cerca de su humilde hogar, en Boane (Mozambique). «Pasé de ser la que cuidaba de mis hermanos a ser la que necesitaba ser cuidada», recordaba ayer. En julio de 1999, aún siendo menor de edad, nació su hijo Leonaldo; en noviembre de 2004 llegó al mundo Alia, y luego la siguieron, Karena y Ana María.
En 1997 conoció a Gervasio Sánchez que acababa de comenzar uno de sus proyectos laborales: documentar las secuelas de la minas en la población civil a lo largo de los años. La relación entre ambos ha dio más allá de lo profesional, hasta el punto de que él, uno de los periodistas más reconocidos del mundo, considera que Sofía y los suyos, «son parte de mi familia universal». Lo demuestra que el hijo pequeño de la mozambiqueña, de poco más de dos años, se llame Gervasio.
El autor de 'Vidas Minadas. 25 años' recordaba ayer el apoyo que Vitoria le ha mostrado siempre. «En 1997 le presenté este proyecto al entonces alcalde José Ángel Cuerda, y se implicó sin dudarlo». También lo hicieron muchas ongs que hoy «ya no nos apoyan». «Ahora son empresas y no les interesa», lamentaba este maestro de periodistas que desde 2011 trabaja documentando los desaparecidos en la Guerra Civil Española. «En 2036 llegarán los que conmemoran los aniversarios a contar películas. Con este trabajo les diré 'no tenéis vergüenza porque la memoria de este país no la sepultó Franco, la habéis sepultado todos los demócratas'», señala sin pelos e la lengua.
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