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El futuro de Rioja Alavesa
De sol a sol

El futuro de Rioja Alavesa

Tercera generación de viticultores, los hermanos Martínez Pangua se han propuesto cambiar el sector. Les acompañamos durante un año de trabajo en su bodega

Domingo, 21 de enero 2024, 00:31

El abuelo José Antonio se levantaba al alba y se tiraba todo el día en la viña con la mula y el azadón para exprimir un puñado de hectáreas y, más tarde, vender el vino a granel. Años después, José Antonio, el padre, se pasaba noches en vela haciendo números, muchos números, para comprar el primer tractor y más cepas. Trabajó hasta la extenuación y, con un olfato finísimo, una enorme visión de futuro y una capacidad de sacrificio de las que ya no abundan levantó una moderna bodega. Hasta aquí, su historia es la de muchas familias de Rioja Alavesa, que comparten un pasado común de tesón sudado a tempranillo. Tanto esfuerzo tuvo recompensa: la comarca es, sigue siendo, una de las más prósperas del País Vasco.

Los hermanos Martínez Pangua charlan en la bodega con una copa de su vino blanco.

Ahora es el momento de los nietos. Cuando el sector del vino se encuentra en la encrucijada, cuando todo son incertidumbres, cuando muchos chavales, incluso con tierras y bodega, optaron por buscar un futuro sin taninos, Iker y Alberto Martínez Pangua decidieron nadar a contracorriente, quedarse en su pueblo, Baños de Ebro, y apostar por un negocio y una forma de vida asediada por la falta de relevo generacional. Formados y apasionados, son el futuro del vino alavés. EL CORREO comienza aquí y ahora a compartir con ellos todo un año de trabajo, de sol a sol, para conocer el sector desde Altún, su bodega familiar.

EN CIFRAS

52

años es la edad media del sector vitivinícola alavés, que tiene en la falta de relevo generacional una de las grandes amenazas a su futuro.

252

bodegas están registradas en Rioja Alavesa, según los últimos datos de los que dispone la Diputación. En el territorio hay 1.065 explotaciones vitivinícolas.

13.266

hectáreas de viñedo se extienden en Rioja Alavesa, tal y como consta en la última memoria del Consejo Regulador de la DOCa Rioja.

Lo habitual a esa edad es imaginarse de futbolista, de bombero, de veterinario quizás. Pero a los 10 años, Iker tenía muy claro que, como su padre, se iba a dedicar a la bodega. Más que olfato, lo suyo es una capacidad innata, casi mística, para el vino: de muy crío ya dejaba boquiabiertos a los camareros más curtidos al ser capaz de diferenciar un joven de un crianza con solo observar la copa al trasluz. Y a los 19 años ya se encargaba de hacer el coupage en la bodega.

Hoy tiene 34 años y dirige la bodega con su hermano Alberto, de 27, que comparte con él una sólida formación en enología y descorcha su misma pasión y visión del negocio del vino. El más joven de los hermanos tampoco se imaginó jamás ni dedicándose a otra cosa ni, desde luego, viviendo en otro lugar que no fuera su pueblo. Y eso que él es de los que hizo el petate y se fue a Nueva Zeland a y luego a Burdeos, a Baja California, a Borgoña... para aprender y regresar a Baños de Ebro.

El inicio y el fin

Como todos los días, los hermanos ya están en la bodega para las seis. El viento trae un frío sordo y las cepas desnudas, aletargadas, pueden llevar a pensar que estos son días tranquilos para ellos. Todo lo contrario. Enero es un mes crucial en el calendario del vino. En la bodega, es el momento de la trasiega, cuando toca abrir las barricas, justo antes de comenzar a embotellar. Yahí fuera, en la viña, todo está por empezar. Los sarmientos recién podados están desperdigados por la tierra y la estampa recuerda un poco al suelo de una barbería, lleno de pelos, tras un corte. Aunque, en realidad, esta faena se parece mucho más a una operación quirúrgica de las delicadas. Toda la cosecha depende de una buena poda. Y Solo la gente de más confianza, los de casa, los más experimentados pueden desempeñar esta labor.

Alberto, con la tijera eléctrica, poda una viña plantada en 1930.

Los dominios de Altún se extienden por 50 hectáreas de viñedo en diferentes fincas de Baños de Ebro, Laguardia, Elciego y también en San Vicente de la Sonsierra. La de los Martínez Pangua es, sigue siendo, una pequeña bodega familiar por tamaño pero, sobre todo, por espíritu. Se acostumbra a repetir de forma machacona que el futuro de Rioja Alavesa, de toda la Denominación de Origen debe de pasar, sí o sí, por anteponer la calidad frente a la cantidad. Y este es el camino que los dos jovencísimos hermanos decidieron tomar. En Altún se recogen al año 430.000 kilos de uva y se producen 300.000 botellas... «Y no queremos hacer más», destaca Iker. «Claro que podríamos elaborar más con esa cantidad de uva, pero no con la misma calidad, eso es algo que tenemos cla-rí-si-mo».

Los dos hermanos hablan con una pasión genuina, que roza la devoción, de sus vinos, de los que elaboran diez referencias, diferenciadas al margen de las rígidas categorías de joven, crianza y reserva: sus vinos son de parcela (premier cru y grand cru) y de pueblo. Ellos ya han apostado por adoptar un sistema muy similar al que utilizan en Borgoña, por el que, cada vez más expertos abogan.

«Es que ninguno de los que los vinos que hacemos es mejor ni peor, son distintos, como un chuletón, unas gambas o un buen plato de alubias», razona Iker con una lógica aplastante. A él le brillan los ojos cuando tiende la copa para que el huésped pueda catar un sorbito de esa garnacha suya, que ha logrado que sea sedosa como un caramelo. Ellos aman y sudan cada gota.

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