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En sus planos, todo es de una perfección y una precisión milimétrica. Sus dibujos, trazados a tiralíneas, son seguros y eternos. Esas maquetas son sólidas y en los renders que acompañan a sus edificios, las personas que habitan esos espacios viven en una realidad perfecta. ... Ojalá la vida también fuera así. Ojalá fuera como él la trazó en sus proyectos. El arquitecto vitoriano Roberto Ercilla ha fallecido a los 74 años tras padecer una larga enfermedad y deja un patrimonio construido en la capital alavesa y en su entorno más cercano de incalculable valor.
«A mí no me ha anulado la enfermedad. Incluso convaleciente he seguido trabajando desde el hospital. He mantenido el interés por la arquitectura, que por otra parte es vital para mí. Yo no voy a dejar de ejercer nunca, aunque sea en pequeñas dosis. Creo que si me tuviera que jubilar sería un desgraciado. Trabajar, buscar proyectos, me sigue pareciendo muy divertido», decía en una reciente entrevista con este periódico, en la que se mostraba optimista.
No mentía. Estuvo trabajando hasta que las fuerzas se lo permitieron. Mantuvo la ilusión intacta casi hasta el último momento. Hace solo unos días trascendió que, junto al prestigioso João Luís Carrilho da Graça se había presentado al concurso internacional de arquitectura para diseñar el centro del vino que el Basque Culinary Center levantará en Lakua.
Desde los 25 años y hasta el último suspiro, Roberto Ercilla creyó firmemente en la función social de la arquitectura, que concebía como un medio para mejorar la vida de la gente. Él estaba convencido en el poder transformador de la buena arquitectura. Desarrolló edificios de relumbrón como la sede de Hacienda de Vitoria o el centro cívico de Nanclares (seleccionado para la Bienal de Arquitectura), realizó reformas icónicas, como la de Montehermoso, proyectó complejas actuaciones urbanísticas como la revitalización del entorno de Renfe en José Erbina, dio elegantes respuestas para los espacios más anodinos. Algunos de esos proyectos obtuvieron premios prestigiosos.
Esa gran arquitectura la supo combinar con otra forma de entender la profesión de otra escala, más pequeña pero que él mimó y desarrolló hasta elevarla. Durante una época soñó a escuadra y cartabón una Vitoria de vanguardia. Diseñó muchos de esos bares que le sacudieron el polvo a la capital alavesa durante los 80 y los 90. Creó muchos espacios de la noche vitoriana tan especiales como las discotecas Dadá, La Kokett o el bar Cuatro Azules.
Muy respetado en la profesión, considerado como uno de los arquitectos esenciales alaveses, profesor de la prestigiosa Universidad de Navarra, los que de verdad lo conocieron lo retratan como un hombre tremendamente generoso y, sobre todo, tan honesto y con unos principios tan sólidos como sus edificios. Hasta las últimas consecuencias. Como portavoz de Cultura del Colegio de Arquitectos, cargo que desempeñó en la etapa final de su vida, llevó esa integridad insobornable hasta las últimas consecuencias. Jamás le amilanaron las críticas.
La familia del arquitecto ha confirmado este lunes que el velatorio tendrá lugar el próximo jueves, en el Tanatorio Albia de Gamarra. Para el próximo día 16 está previsto un acto de despedida en el centro cívico Zagalbana a las 18.00 horas.
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