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Entre el 22 de mayo y el 6 de agosto de 1939 tuvo lugar en el palacio de Villasuso de Vitoria la Exposición Internacional de ... Arte Sacro (EIAS) de Vitoria, una actividad que se había preparado en plena Guerra Civil española con todas las dificultades del mundo. La contienda había finalizado el 1 de abril de 1939 y sólo un mes después la capital alavesa acogía una demostración de arte religioso popular de vanguardia y modernista en aquellos momentos de ruina económica y de depresión social. Lo cierto es que fue un hito artístico de gran modernidad que retrató el conservadurismo de la Iglesia española, tal y como lo considera la investigadora Andere Larrinaga Cuadra, cuyo trabajo, gracias a una beca del Gobierno vasco, ha servido para elaborar esta historia perdida.
Concurrieron 327 artistas de 12 países: España, Alemania (que entonces englobaba Austria), Holanda, Inglaterra, Bélgica, Italia, Portugal, Francia, Suiza, Hungría, Turquía y Albania. De entre los expositores solamente 82 eran españoles, mientras que los 246 restantes eran extranjeros. Dos de los artistas eran hispanoamericanos aunque con residencia en París. Los gastos de transporte desde su origen hasta la frontera española corrían a cargo de cada país que también debía subvencionar el expositor correspondiente.
Para una ciudad que no pasaba de los 45.000 habitantes fue un acontecimiento de primer orden, aunque apenas ha dejado huella posterior, salvo si se considera que dos décadas después los templos que se construyeron (Coronación, Los Ángeles y otros) habían bebido de las mismas fuentes estilísticas que la exposición. La muestra marcó el cambio de estética de los templos católicos.
Sin duda, aquellos tres meses Vitoria fue el centro mundial del arte religioso, aunque las circunstancias no eran las más favorables. De hecho se había retrasado el evento durante meses porque era muy complicado en un ambiente bélico reunir materiales que debían servir para los distintos estantes que se montaron en el viejo palacio renacentista de la plaza del Machete.
Antes de acabar la Guerra Civil ya se pensaba en la reconstrucción de las infraestructuras, las viviendas y las iglesias destruidas después de tres años de lucha fratricida. El Ministerio de Educación Nacional, con sede en Vitoria, decidió reunir el arte sacro de vanguardia precisamente para marcar el camino a seguir en los nuevos templos. La idea fue de un hombre brillante, el catalán Eugenio D'Ors, que ocupaba la dirección de Cultura con oficina en la Escuela de Artes y Oficios. D' Ors y su ministerio (el titular era Pedro Rodríguez) organizaron en esta misma época otros acontecimientos importantes como la Exposición de Pintura, Escultura y Arte decorativo de Bilbao, que tuvo lugar entre el 19 de abril y el 31 de mayo de 1939 en el Hotel Carlton.
La muestra reunía 1.500 objetos, que comprendían altares con todos sus elementos, maquetas y planos arquitectónicos, objetos de orfebrería, ornamentos, libros, pinturas, esculturas y fotografías. El evento estuvo acompañado, además, de una
Semana de Música Sacra compuesta por conciertos y conferencias; de una Semana de Arte Sacro y de Conferencias sobre Formación Litúrgica, con ponencias de artistas y presbíteros sobre el tema; y de otra serie de actos paralelos como sesiones de teatro y cine.
La comisaría de la exposición intentó hacerse eco de obras artísticas de los países y artistas que en aquellos momentos se encontraban inmersos en un proceso de reflexión y renovación del arte religioso impulsado por la difusión del llamado movimiento litúrgico que tuvo en Alemania su centro principal.
El crítico e historiador de arte Juan Plazaola expresa que «la verdadera renovación de la arquitectura cristiana, que habría de iniciarse en el segundo tercio del siglo XX, se produjo gracias a tres impulsos innovadores en el seno de la Iglesia misma: la aceptación de las nuevas técnicas de construcción, el movimiento litúrgico y los principios teológicos y pastorales del Concilio Vaticano II, que vinieron décadas más tarde.
Es importante subrayar la influencia de los benedictinos en estos momentos para marcar los criterios de la arquitectura religiosa moderna. Esta orden lideraba el movimiento litúrgico y había abrazado el empleo de los nuevos materiales para las construcciones religiosas como el hormigón armado o el hierro colado en países como Alemania, Suiza, Austria o Francia. De hecho, a la exposición vitoriana concurrieron colectivamente y a título individual, los principales centros monásticos implicados en el movimiento litúrgico.
El propio comisario de la muestra era el benedictino Andrés Ripoll. También pertenecían a la orden de San Benito Justo Pérez de Urbel, de la junta organizadora, y Celestino Gusi, uno de los redactores del catálogo. Otro benedictino, de Estíbaliz, Lázaro Seco, escribió las crónicas para la prensa vitoriana.
Además debemos destacar algunos arquitectos participantes en la exposición que, en unos casos, influenciados por las posibilidades de los nuevos materiales y, en otros, por los principios del movimiento litúrgico, fueron los protagonistas de la renovación estética de la arquitectura religiosa: Auguste Perret (Francia), Clemens Holzmeister (Austria), Robert Kramreiter (Austria) Otto Linder(Alemania) y Fritz Metzger (Suiza). Entre los pintores que concurrieron a la muestra se encontraban figuras internacionales como Maurice Denis, Georges Desvallières o Georges Rouault. Pese a ser una muestra que podía haber producido un fuerte impacto sobre los artistas y eclesiásticos españoles, ya que los puso en contacto con la producción de algunos de los más innovadores centros artísticos y creadores en lo que a arte sacro se refiere, su influencia no se acusó en la creación artística del momento.
Hubo que esperar a la década de los 50 y 60 para esa renovación, únicamente visible en la producción arquitectónica. Según Plazaola , «En España, la añoranza estéril de un glorioso pasado hizo que se perdiera en 1940 la ocasión de una inmensa tarea de reconstrucción, estrictamente necesaria después de la devastación de la Guerra Civil».
La exposición sirvió también de propaganda del régimen en el extranjero y de emblema ante el Papado como símbolo «de la paz española» y de la hermandad del nuevo régimen con la Iglesia.
Sin duda, la EIAS fue un hito de modernidad en el panorama español que introdujo nuevas corrientes artísticas. Y promovió un equilibrio entre tradición y modernidad, austeridad y funcionalidad.
En el diario Pensamiento Alavés la primera noticia acerca de la exposición data del 12 de agosto de 1938 en que se informaba acerca de que la Jefatura Nacional de Bellas Artes había dado comienzo a los trabajos para celebrar en Vitoria la EIAS.
La exposición se celebró en Vitoria por ser un sitio cercano a la zona fronteriza -que facilitaba los trámites de organización y transporte de la Exposición-, y también porque se quiso premiar a Vitoria y Álava por su lealtad, ya que desde el estallido de la guerra, tanto esta provincia como o Navarra se alinearon con los rebeldes.
Además, la muestra fue económicamente posible gracias a un crédito extraordinario acordado por el Consejo de Ministros y las subvenciones del Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación de Álava. La distribución del espacio interno del Palacio de
Villasuso fue realizada por el arquitecto e interiorista Santiago Marco. La exposición ocupó 6 salas del palacio, y también invadía los pasillos, escaleras y corredores. Las obras se mostraban formando conjuntos artísticos con entidad litúrgica o formando secciones mixtas en las que se conjugaba obra de todos los países. Los espacios se dividieron en cuatro espacios, altares, orfebrería, indumentaria sagrada y piedad familiar.
La muestra fue un éxito de público. El 25 de mayo de 1939, Pensamiento Alavés informaba de que un promedio de 500 personas visitaba diariamente la exposición. La prensa reflejaba numerosas visitas colectivas y de altas personalidades eclesiásticas y políticas tanto nacionales como internacionales. Además de los ministros franquistas estuvo el entonces embajador francés, mariscal Pétain. Para un país recién salido de una guerra, con un gobierno totalitario recientemente instaurado, la EIAS fue un evento propagandístico de primer orden y de gran repercusión. El éxito de la exposición fue tan grande que pensaron trasladarla a alguna otra capital española o prorrogar su clausura, pero ese mismo año no pudo llevarse a cabo finalmente.
Eugenio d'Ors había seleccionado para otra muestra de prestigio, la Biennale de Venecia de 1938 al pintor vitoriano Gustavo de Maeztu.
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