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El inventario de palacios y edificios emblemáticos de Vitoria lleva años congelado. Existe una media docena de ellos que acumula una década vacíos y clausurados. ... Son joyas con alma medieval, renacentistas o racionalistas a las que, de forma esporádica, les surgen algunos proyectos sugerentes, siempre sin éxito. Pero ese estancamiento, que ha sumido estos inmuebles en un letargo intrascendente, sólo se percibe desde fuera de sus puertas. En el interior avanza el casi imperceptible deterioro que provoca el día a día, la falta de aire, la proliferación de maleza e insectos. El silencio se interrumpe de forma drástica cuando se produce algún desprendimiento o se acentúa su inactividad, y regresa al anonimato hasta el siguiente aviso, cada ves más alarmante.
Han pasado más de diez años desde que el palacio del siglo XVI se planteó como centro de investigación de patrimonio, y no cuenta con más intereses en el horizonte. Lo único que le espera hoy es la necesidad de afrontar una reforma que el Gabinete Urtaran cifra en «más de 4 millones de euros». A finales del pasado año, Maturana-Verástegui apareció de la noche a la mañana con un boquete en su cubierta. El Ayuntamiento intervino para reparar el tejado y apuntalar el inmueble, vacío, cerrado y en riesgo de «derrumbe». Precisamente, ese encierro es el más peligroso para los elementos vetustos de la ciudad.
«Dejar a los edificios históricos en desuso es condenarlos a su pérdida con el paso de los años. Necesitan un mantenimiento y una ventilación frecuente», subraya Verónica Benedet, doctora en Arquitectura por la UPV/EHU. En esta encrucijada, la Sociedad Landazuri pide que se «reconvierta en viviendas». «Se podría aprovechar como oportunidad para incentivar y revitalizar el Casco Medieval. Lo están dejando caer», afirma Carol Elsden.
«Arrastra una dejadez de años, pero no termino de verlo para albergar viviendas, porque es muy difícil mantener esa protección», discrepa Hugo García, de Álava Medieval, que tiene su propia estrategia «para salvar dos edificios». Trasladaría allí las oficinas de Ensanche 21 y transformaría Zulueta en el centro Schommer.
A Escoriaza-Esquível se le iluminó un futuro ilusionante cuando la Diputación de Álava se interesó en llevar allí el Museo de Ciencias Naturales. Sin embargo, ese traslado requerirá tiempo, ya que está a la espera de un estudio que determinará la viabilidad técnica del edificio. Hugo García advierte del peligro de que esa nueva función se traduzca en «papel mojado». «De buenas voluntades no vive el patrimonio», sentencia.
Aunque su deterioro no es tan acelerado, los expertos destacan la necesidad de revitalizar el inmueble por su alto valor. «Es el edificio civil más renacentista de Euskadi, junto con la Universidad de Oñate. Tiene todas las características de la época (siglo XVI)», recuerda el historiador de arte, quien también ve el jardín «abandonado». García lamenta que «la ciudad dé la espalda a su legado». «Si quiere respetar su alma medieval, debe conservar su patrimonio», insiste. Elsden coincide con tristeza en que «se está deteriorando».
Hace tiempo que la titularidad de Tánger dejó de ser un detalle curioso o exótico y se transformó en un engorro. El Ayuntamiento mantiene una larga disputa con la municipalidad marroquí para que sufrague las reparaciones o renuncie al palacio. El Gabinete Urtaran ha girado multas y demanda la cuantía de algunas intervenciones, además del IBI y las basuras. Pero la pelea no sólo no avanza, sino que además ha perdido a sus últimos interlocutores.
«Está claro que el problema son los propietarios, pero había que empezar a expedientar hace años», advierte Elsden. Hugo García, por su lado, teme que cuando este impás acabe, el palacio se enfrente a una situación similar al de otras casonas. «No me tranquiliza que el Ayuntamiento pueda recuperarlo. Hace falta un proyecto de ciudad que mire de frente al patrimonio con una dotación presupuestaria importante», apunta. El palacio, donde existen viviendas alquiladas, sigue cubierto por una malla para evitar daños por desprendimiento.
Es el único de los citados edificios que tiene un horizonte despejado, ya que acogerá a los trabajadores municipales de Ensanche 21. A pesar de que varios proyectos habían sobrevolado la casona de la Senda, ninguno se asentó. De ahí que el traslado de empleados haya actuado como una especie de alivio.
«Conservarlo no es mantenerlo como un símbolo o como un elemento fetiche. Esta nueva función y vida al edificio debe contemplar y respetar sus valores estructurales e identitarios. Si trasladar a los empleados municipales es la única propuesta que hay, es mejor que nada. Por supuesto que hay otras opciones posibles y quizás hasta mejores, pero lo mejor puede ser un enemigo de lo bueno», afirma Benedet. García lamenta la oportunidad perdida para establecer allí el centro Schommer, frustrada por la elevada inversión que requería el palacio antes de su reconversión. «El dinero es importante, pero hablamos de una de las piezas clave a nivel artístico de la ciudad. Cultura y patrimonio son las últimas de la lista. Dinero para otras cosas ya hay», dice.
No han sido pocas las ideas que han tratado de anidar en Goya, pero todas agotaron su paciencia a la espera de la descontaminación. Sucedió con el museo de Mercedes, el centro Schommer y la oficina de turismo. «Tiene múltiples posibilidades de uso. Sus amplios espacios y grandes luces abren un panorama muy grande para usos públicos y lúdicos, sobre todo pensando en los protocolos que ha determinado la actual pandemia. Además, está ubicado en un sitio que abre el juego para un abanico muy variado de funciones», apunta Benedet. La arquitecta considera «fundamental» sacarle las malezas de la azotea, que «pueden perjudicar a la estructura de hormigón». «Sus interiores también tienen problemas de filtración y humedades» afirma.
García, por su lado, cree que la opción de crear una oficina de turismo debería reconsiderarse, ya que «formaría un gran conjunto con la Catedral Nueva, el centro y el parque de la Florida». El historiador de arte subraya que es un inmueble «reconocido a nivel nacional» por su estilo racionalista de los años 1930. «Es la primera visión que les damos a muchos turistas. Y la primera impresión es la que cuenta...».
Los propietarios de la Casa de los Alfaro solicitaron al Ayuntamiento un permiso para modificar su estructura y respetar la fachada. Es la única alternativa que observan para conservar una parte del inmueble. Pero los expertos en patrimonio se muestran reacios. «No tiene nada que ver con la conservación del patrimonio. Con la bandera del fachadismo se han tomado la libertad de destrozar centros históricos y edificios en muchas ciudades», señala Verónica Benedet. Hugo García coincide en que el edificio se concibe «en tres dimensiones», y que esa corriente debería «erradicarse».
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