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Larysa Kristeva camina cada mañana hasta su trabajo en Mendizorroza. Lleva poco más de una semana como limpiadora en el frontón y el polideportivo y ... ya se ha hecho una amiga entre las compañeras que le ha ofrecido un asiento en su coche. Pero ella prefiere seguir con sus trayectos a pie mientras escucha «el sonido de los pájaros». Esta ucraniana de 38 años, y madre de Oleksandra, de 10, se siente doblemente «afortunada», por el paseo diario tras escapar en marzo de las afueras de Kiev y, desde la semana pasada, por haber encontrado un empleo. Pocos, muy pocos, de sus compatriotas lo han logrado por ahora. En Euskadi se calcula que alrededor de un centenar de los 3.000 que han regularizado su situación en las comisarías de la Policía Nacional tiene hoy un sueldo.
La incorporación al mercado laboral es uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los refugiados. Su estatus temporal supone una barrera y el idioma aparece como el gran obstáculo porque hasta en los puestos más 'sencillos' requieren castellano a nivel conversación. Larysa no hablaba ni una sola palabra cuando aterrizó en Vitoria, hace casi dos meses, pero las clases en Berakah han comenzado a dar frutos. «Estoy bien, contenta», se suelta. El traductor del móvil, eso sí, le salva aún el día a día con su familia de acogida, los Pérez Zabalza-Negral, con quienes también intenta comunicarse en inglés. Fueron ellos, sus particulares ángeles de la guarda, los que le encontraron trabajo a través de una amiga. Sólo tres horas al día por ahora, de 6.00 a 9.00, y en periodo de prueba durante un mes, pero lo suficiente para volver a sentirse «útil».
«Lo primero que preguntan cuando llegan es cómo encontrar un trabajo aquí. La gente no quiere ser una carga, quiere contribuir a la sociedad que los acoge y también tener su propio dinero y no estar a merced del Estado», observa Diana, portavoz de la Asociación Socio-Cultural y de Cooperación al Desarrollo Ucrania-Euskadi. Larysa se sentía exactamente así, y no le gustaba la situación en absoluto. «En mi país lo hacía todo y verme aquí que no podía ayudar... Era lo que más me pesaba», cuenta esta treintañera, separada, con su madre y su tía aún en Ucrania porque «las personas mayores no quieren irse, es su casa y no quieren dejarla».
1.800de los 50.000 refugiados ucranianos en edad de trabajar que se han visto obligados a huir de la guerra y han llegado a España han conseguido un empleo.
908han pasado por las plazas de primera acogida de CEAR desde que empezaron a llegar.
Allí, en su vida anterior a los disparos y las bombas, Larysa ejercía como masajista y, aunque le gustaría recuperar su ocupación en la capital alavesa, insiste en que está «abierta» a cualquier propuesta laboral. «Todos desean conseguir un trabajo en su profesión, similar al que tenían en su país antes de la guerra, pero están dispuestos a optar por puestos como conductores, trabajadores de almacén, cargadores, empaquetadores, cocineros e incluso limpiadores», constatan desde la Asociación Socio-Cultural y de Cooperación al Desarrollo Ucrania-Euskadi. A esta vitoriana de adopción, la primera que se levanta cada mañana en casa, le urgía ponerse en marcha e incluso se planteó mudarse a San Sebastián cuando llegó a sus oídos -a través de un cura que conoció en Polonia- que allí podía comenzar a trabajar. «Me agobiaba no encontrar nada», insiste.
Ese temor es compartido por muchos ucranianos y en Zehar-Errefuxiatuak saben muy bien que «hay quien se está marchando, si no a Ucrania, a países colindantes» aunque la cifra resulta «imposible de cuantificar». No sólo les desanima no entrar en el mercado laboral sino que quienes lo consiguen se ven con contratos de pocas horas o a media jornada que no les llegan, por ejemplo, para pagar un alquiler y tienen que depender del programa de asilo del Ministerio de Inclusión. Larysa y Sasha, como llaman en casa a su hija, que estudia en NClic, no tienen por ahora intención de dejar a su nueva familia. El sueldo, cuando lo cobre, irá para sus ahorros aunque tiene pendiente «ir a la peluquería y comprar unos zapatos». Y agradecer la ayuda recibida «con una merienda».
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