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En estos días llama poderosamente la atención ver a los policías vascos de rabiosa 'manifestapena', tomando las calles al asalto cual veinteañeros, de paisano y en su tiempo de asueto. Quién podía imaginar hace apenas unos años a nuestros aguerridos ertzainas pegando voces como si ... no hubiera un mañana, coléricos y combativos, haciendo la esquina frente al Parlamento Vasco. Al cabo de los años he acabado entendiendo por qué a esa calle le pusieron el nombre de 'Becerro… de no sé qué'.
En cada viernes de pleno parlamentario, con la puntualidad de un urólogo, se dan cita junto a la parada del tranvía un tropel de desuniformados para expresar su desagrado ante el trato recibido por los responsables gubernamentales y para propinarle un tacto rectal a la primerísima autoridad en el escalafón, sin vaselina ni sedación que valgan.
Después de la profusión de alaridos y tras poner al pobre Urkullu de chupa de dómine, los allí convocados dejan de gritar y pasan directamente a la acción. Que hay que descansar un poquito la garganta para no coger faringitis y tener que pillarse una baja, que el megáfono y el soplo de pitos tiene su desgaste.
Y como segundo plato de su particular menú festivo, proceden a cortar el tranvía vitoriano durante unas cuantas horas, torturando a los miles de usuarios del transporte público sin que nadie se lo impida. Es más, los compañeros uniformados apostados junto a la valla del Parlamento baten palmas iniciando una ovación ante el arrojo y el entusiasmo mostrado por sus colegas de paisano.
Y es que entre bomberos -unos de huelga y otros de servicio- no se pisan la manguera; como si tuvieran patente de corso regulando lo mismo cortes de tráfico que cortes de tranvía que cortes de mangas. Y hoy por ti, mañana por mí, los unos dejan hacer a los otros como si se tratara de travesuras de niños en el parque infantil, propiciando un colapso circulatorio de agárrate y no te menees.
No hay más que echar un vistazo a anteayer para recordar que cuando estas cosas las hacían los de la kale borrika -los colegas de Arnaldo-, o los obreros en huelga o el colectivo antidesahucios los guardias les daban jarabe de palo que para que te voy a contar. Pero entre compañeros no es lo mismo. No vaya a ser que a quien zurras hoy te canee mañana en función de quién está de servicio.
Todavía recuerdo aquel momento germinal de la policía vasca en los tiempos de Retolaza. Aquel cuerpo amigo y cercano, inmaculado y virginal, diseñado para rescatar gatos, para ayudar a cruzar a las abuelitas de un lado al otro de la calle y para convencer a los malos de que dejaran de delinquir pidiéndoselo por favor.
El hecho diferencial residía entonces en la capacidad de mostrar al mundo que otra policía era posible. Que en vez de porrazos, los besos y abrazos podían ser más disuasorios que un buen vergazo. Y nos codeábamos con el Mosad jugando a Bond, Mikel Bond.
Y es que el oasis vasco ya no es lo que era. Las palmeras no dan dátiles. Los camellos están de pezuñas caídas y las jaimas aparecen desvencijadas entre las dunas. Porque no hay duda de que vivimos un mundo al revés. Hoy los ladrones no atracan bancos, sino que te atracan los del banco a la hora de cobrarte comisiones por respirar y por sacar tu propio dinero.
Con la policía pasa otro tanto. Antes eran fieles guardianes del orden y salvaguarda frente a barullos y altercados. Hoy acosan al lehendakari allí donde va, como si fueran paparazzis persiguiendo a Gloria Swanson en el 'Crepúsculo de los dioses'. Y logran sacarle de sus casillas porque, estupefacto, es incapaz de entender que muerdan la mano que les da de comer como hijos desagradecidos y desnaturalizados.
Hay que reconocer que estos ertzainas rebeldes tienen máster de tocapelotas. Y el EGA no sé si tienen, pero saben latín los jodíos. Que la ocasión la pintan calva. Y aprovechando que el Tour va a pasar por Euskadi, amenazan con convertir la carrera ciclista en una gincana. Y claro, los de Presidencia están que echan las muelas porque les van a chafar su intento de vender el paraíso en la tierra ante el mundo mundial, el oasis vasco, el ven y cuéntalo y toda la industria. Y hasta el bueno de Jonan Fernández 'el multiusos' no sale de su asombro, que lo mismo lo ponen de negociador.
Y resulta que a poco que se descuiden, los ertzainas que escoltan la 'Grande Boucle' pueden acabar conduciendo al pelotón hacia los túneles esos de Armentia que no van a ningún lado, y dejar allí a los ciclistas abandonados a su suerte sin saber a dónde ir. Y se lía parda. Y menuda imagen de los cojones que vamos a dar al mundo de buenos organizadores con estos charainas quintacolumnistas jodiendo la marrana.
Respondiendo a la máxima de si no puedes derrotarlos únete a ellos, el Gobierno no ha intentado otra cosa que lo que hace todo ejecutivo que dispara con pólvora del rey: tratar de dividir al enemigo ofreciéndole una sustanciosa subida salarial. Que a ver quién es el guapo que se niega a que le suban la nómina en puertas del verano. Pero no, parece que el señuelo no ha cambiado el parecer de los agentes causahabientes.
El lehendakari se hace de cruces el 'probe', porque es incapaz de asumir la actitud de esta subversión policial e interpreta la trifulca como una puñalada trapera. '¿Tu quoque, fili mei?' Y no puede comprenderlo porque es como si a Otegui le saliera un hijo de Vox enmendando su patria a la totalidad.
En puridad, hay que reconocerlo, no estamos ante un problema generacional u hormonal, sino que estos son conflictos de sexagenarios. No hay más que echar un vistazo a las entregas de despachos, hace años, cuando se lanzaban las txapelas al aire con la ilusión del 'ertzainacantano'. Viendo las imágenes en blanco y negro bien podemos valorar, como un matrimonio longevo, el paso del tiempo y el desgaste de la pasión.
Ayer, recién estrenado el uniforme, aparecían las imágenes de cuerpos jóvenes y musculados, erectos como juncos, recios y marciales. Hoy, por el contrario, abandonados al buen yantar y al paso de los años, la única prenda de aquel uniforme que conseguirían ajustarse con solvencia sería la boina.
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