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Nunca se ha hablado tanto de salud mental como en nuestros días. Hasta hace bien poco, para muchos era habitual contemplar las unidades dedicadas a estos trastornos como si no fuesen para nosotros, que nos afirmábamos como 'cuerdos' frente a esos otros que estaban 'locos', ... pero hoy prácticamente todos tenemos claro que en algún momento de nuestra vida podemos necesitar este tipo de asistencia: en 2023, la Red de Salud Mental de Osakidetza atendió a más de 109.000 pacientes, frente a los 89.000 de hace diez años o los 72.000 de hace veinte. En esa estructura, resulta clave el papel de las enfermeras y enfermeros especializados en salud mental, que hoy mismo celebran su día mundial. Cuatro profesionales del sistema vasco en Bizkaia reflexionan aquí sobre su relación con los pacientes, los tabúes que se resisten tercamente a desaparecer y la compleja situación de los jóvenes en este periodo pospandémico.
Ainara Etxebarria (que trabaja en Zamudio y representa al ámbito hospitalario), Ana Merino (de la otra vertiente del sistema, la de los centros de salud, como supervisora en la Margen Izquierda), Iñaki Omagoxeaskoa (un veterano que desempeña su tarea sobre todo en el campo de las adicciones) y Luis Felipe Moreno (centrado en niños y adolescentes) coinciden en señalar lo importante que es el vínculo con el paciente en esta rama de la sanidad. Lo es, en realidad, en todas las facetas de la enfermería, pero en salud mental adquiere una dimensión esencial: aquí los pacientes suelen ser crónicos y no siempre resulta fácil 'ganárselos' para la disciplina de consultas y tratamientos.
«Muchas veces, parte de la patología viene de no haber podido elaborar vínculos sanos durante la vida. Necesitan un lugar para poder hablar, sentir que estás ahí presente, disponible, pero sin caer en la camaradería ni el paternalismo. Son lazos con límites. Se trata de darles un lugar donde se sientan mirados», apunta Luis Felipe. «Hasta el lenguaje corporal tiene su importancia: que no piensen, por ejemplo, que se está alargando la consulta, que tienes prisa. Si quieres darle la vuelta al problema que traen, a su angustia, y no vinculas..., no van a confiar en ti, es lo más importante», asiente Iñaki.
532 profesionales
de enfermería especializados en salud mental trabajan en Osakidetza.
109.139 pacientes
atendió la Red de Salud Mental el año pasado, 62.076 de ellos en Bizkaia.
28,44% de las dolencias
tratadas son trastornos neuróticos, los más habituales, como la ansiedad.
Es un equilibrio complicado que a menudo deja huella en el profesional. ¿Qué casos les han impresionado más? «Yo recuerdo a una mujer mayor, más de 80 que de 70, que, en esa intimidad que sintió, empezó a contarme cosas que no sabía ni su hija: abusos que había sufrido desde la infancia en un caserío, donde casi la situaban por debajo del perro. Te emocionas, claro, y me costó no expresarlo: en este trabajo te encuentras gente sencilla, humilde, indefensa», evoca Iñaki. «A mí, en cambio, me impactan los momentos en los que ves a los pacientes totalmente agudos, intentos de suicidio, situaciones críticas en el hospital. Esa vivencia es la más dura», plantea Ainara. Y los otros dos enfermeros describen situaciones de particular vulnerabilidad. «Esos pacientes que pierden a sus padres, que muchas veces han sido su único soporte en la vida. Acompañarles en ese proceso es difícil. Muchas veces tú ves venir la situación y los vas preparando», apunta Ana.
En los niños y adolescentes, el ejercicio de esta profesión lleva a conocer situaciones terribles: «Los chavales son vulnerables de por sí y hay contextos familiares muy poco seguros. Algunos empiezan a sufrir un daño que les pasará factura el resto de su vida. Intentas prevenir que no vaya a más, pero muchas veces se enquista y da lugar a un montón de patologías, a una herida con la que tendrán que vivir», lamenta Luis Felipe.
- Les tocará sentir frustración muy a menudo...
- Tenemos que tener claro que llegamos hasta donde llegamos -ataja Iñaki-. Muchas veces es frustrante, claro: en adicciones, aprendes a conformarte con que en el momento presente estén bien, con que lleven un recorrido bueno.
La salud mental ha ganado presencia en la sociedad, pero sería muy cándido pensar que los viejos prejuicios se han disipado. «Hay más conciencia, pero sigue existiendo mucha diferencia entre trastornos y trastornos. A nivel social, no es lo mismo una depresión que un trastorno mental grave o una esquizofrenia residual. Nosotros intentamos reducir el estigma y también el autoestigma: muchos acaban despreciándose a sí mismos y eso limita su integración», desarrolla Ana. «El tabú se va rompiendo, pero todavía dices que eres diabético o cardiópata y te guardas que eres esquizofrénico o que tomas medicación para el alcohol», añade Iñaki. A esa creciente relevancia de la salud mental también han contribuido los avances en los fármacos e incluso las instalaciones. Iñaki, por ejemplo, recuerda los tiempos en los que administraban la metadona desde un autobús itinerante.
Entre los más jóvenes, el diálogo público sobre la salud mental toma a veces una deriva inesperada: «Los adolescentes que consumen tantas redes necesitan identificarse. Si tienen delante a un influencer hablando de su ansiedad, no elaboran bien la idea: acaban identificándose con determinados malestares, convierten el 'eso me pasa a mí' en una cuestión identitaria, como antes podía ser seguir a un grupo de música o un equipo de fútbol. Ha llegado a ser algo supercoloquial sin que haya nada clínico de fondo», explica Luis Felipe. «Muchas veces son también las familias las que no toleran la mínima diferencia de su hijo con el resto, o los centros educativos que tienden a sobrediagnosticar: a veces acabamos viendo a chavales que son de lo más normal, porque en la normalidad hay muchas diferencias que acaban cayendo en el saco de la salud mental. Si nos alarmamos por todo, saturamos el sistema», añade. «Se psiquiatriza la sociedad», resume Iñaki.
En este siglo ha habido dos momentos de especial impacto. El primero fue la crisis financiera de 2007 y 2008, con su sobrecarga de angustia en muchos hogares. El segundo, claro, fue la pandemia de covid, que enclaustró a los ciudadanos en mitad de una tragedia colectiva. ¿Cómo se vivió, por cierto, en un hospital psiquiátrico? «Nuestros pacientes se quedaron aquí, sin salir. Los que estábamos en casa, con la tele y el Netflix, nos quejábamos, pero ellos estaban aquí sin nada, atendidos por gente que llevaba EPI. Fue admirable cómo respondieron», elogia Ainara. ¿Y qué secuelas ha dejado aquella etapa en todos nosotros? «En la adolescencia ha sido terrible -responde de inmediato Luis Felipe-. No fue inocua para nadie y menos para ellos. Los trastornos de la conducta alimentaria se han potenciado una barbaridad, incluso hay adultos que han recaído. Y hubo cuadros de mucho trauma, con niñas que sufrían abusos: todo lo que ocurría en casa se potenciaba. También está lo ansioso, las dificultades para socializar...».
«Intentamos reducir el estigma y el autoestigma: muchos pacientesacaban despreciándose a sí mismos»
«La vivencia más dura son los momentos de pacientes totalmente agudos, con situaciones críticas o intentos de suicidio»
«El tabú se va rompiendo, pero todavía dices que eres diabético o cardiópata y te guardas que eres esquizofrénico o que te medicas por el alcohol»
«La pandemia fue terrible para la adolescencia, los trastornos de la conducta alimentaria se han potenciado una barbaridad»
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