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Los veteranos vecinos de Salvatierra recuerdan como si fuera ayer los cuatro días a oscuras que encadenaron por culpa de una abundante nevada en 2013. ... «Al menos, este año no se ha ido la luz», se conformaban Ángel Lafuente y Begoña Pérez de Arenaza, que franquean la salida del pueblo en su habitual paseo matinal. Como el citado matrimonio, los habitantes de la Llanada Alavesa parecían ajenos a haberse despertado en el día de enero más frío de los últimos 21 años con -14,8 grados en la estación de Iturrieta, la temperatura mínima del territorio. Más de uno se quedaría embobado mirando al termómetro para comprobar si el mercurio se había congelado –en realidad, lo hace al filo de los -40 grados–. Pero en Agurain siguieron con su vida sin demasiado empeño, con esa naturalidad tan propia de los municipios en los que no importa demasiado si un grado sube u otro baja.
Tras un inicio de día algo perezoso, lógico al tratarse del de Reyes y de la mañana más fría en lo que va de invierno, los vecinos clavaron las sillas de las terrazas en la nieve y disfrutaron del 'poteo' previo al último homenaje navideño. Ni siquiera los 46 centímetros de nieve que se midieron en algunos puntos de la localidad desde la nevada del pasado sábado congeló su día a día. Pero los registros bajo cero no se quedaron solo en Salvatierra, sino que se extendieron por buena parte de Álava. Roitegi, por ejemplo, llegó a los -12,2º, Egino a los -10,6, y Etura y Ozaeta, a los -9,4. La mínima en la capital fue de -3,2, registrados en Abetxuko.
Los tractores de la zona rural se encargaron de retirar la nieve de las carreteras más transitadas pasadas las 8.00 horas, lo que permitió el acceso a los polígonos industriales. Allí se encontraron Igor y Unai, que para cuando se acercaron a los pabellones, el asfalto atravesaba una gruesa capa de nieve. Es cierto que la falta de precipitaciones durante todo el día, el hecho de que fuera festivo y la salida del sol en las horas centrales contribuyeron a que los vecinos de la Llanada disfrutaran de cierta tranquilidad y de que la alfombra blanca que tapó el municipio se convirtiera más en una bella estampa que en un engorro.
Hubo también quien se confió allá donde la nieve había sido despachada y sufrió algún resbalón sin consecuencias. El hielo, esa capa invisible, se vuelve tan incómodo como peligroso a temperaturas tan gélidas. De hecho, la mayoría de los vecinos optó por dejar el coche aparcado y dar un paseo, incluso aunque la barra preferida quede a un trecho.
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Bien lo sabían en el restaurante Zerua, donde Alfonsina, la camarera, se encontró con los alrededores de la entrada plagados de hielo. Los clientes más asiduos, sin embargo, respondieron con su fidelidad habitual al café, las cervezas y algunas copas. Quizás porque saben que el bar está bien preparado para los días de clima tan adverso.
A la entrada, junto a las primeras mesas, crepita una chimenea que basta con mirarla para entrar en calor. «Lo único, que con este tiempo prefieren venir andando», asegura. El sábado, el día que más se hizo notar la ola de frío polar en Agurain, la cosa fue diferente. Las 'dunas' blancas dificultaron la movilidad y los encuentros sociales. Incluso ayer, decenas de coches aparcados se vieron de pronto encasillados e inmovilizados. Más de uno incluso tuvo que invocar a la amistad de otros vecinos para que le ayudaran a retirar la nieve a paladas.
Más fortuna tuvieron quienes intuyeron dónde daría el sol cuando se quitara de encima a esas nubes tan persistentes. Las terrazas, que durante la mañana parecían responder a una ensoñación de los hosteleros, se convirtieron en un tesoro para el aperitivo.
Pero no todo lo que surgió alrededor de la estampa glacial fue malo. «Mi mujer se me ha arrimado un poco más y me ha dicho que parecía una estufa», bromeaba –o no– Teo. Y la pequeña Lur, que disfrutaba de su trineo rojo, recibió la nevada como regalo de su segundo cumpleaños. Por si no la recuerda, sus padres podrán mostrarle un ejemplar del periódico.
Pero si algo consiguió el desplome de las temperaturas fue arrebatar a la pandemia el monopolio de las conversaciones. Aunque fuera para maldecir el hielo o sudar para retirar la capa de nieve de la puerta de casa, no estuvo de más una pequeña desconexión del máster en epidemiología que dura ya casi once meses. Y eso que Agurain fue una de las primeras localidades en estrenar a Álava en la zona roja. «Alguno todavía se piensa que los 400 contagios de incidencia acumulada durante 15 días son gente del pueblo, sin darse cuenta de que son por 100.000 habitantes. O sea, que igual son 15 o 20», explica Teo. Aprobado con nota.
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