A partir de las 9.30 horas de hoy, miércoles, comenzará a desvelarse el futuro de Ismael M., acusado de matar a sangre fría a su amigo Ander, de 20 años, tras someterle a una agonía extrema. El 23 de julio de 2020 acabó con su vida en una nave abandonada pegada a Michelin con siete ataques sucesivos, a cada cual más cruel. ... Será esta mañana cuando, en la primera vista del juicio fijado en la Audiencia Provincial de Álava, las acusaciones y la defensa interroguen a una treintena de alaveses escogidos por sorteo y de los que saldrán los nueve miembros del jurado popular.
La relevancia de esa selección será capital. Porque esos ciudadanos anónimos –y se supone que sin conocimientos legales– decidirán si este crimen fue un homicidio o un asesinato. De ser lo segundo, si el procesado –no se discute la autoría– merece la prisión permanente revisable, la versión española de la cadena perpetua. Cinco juristas –todos con experiencia en estas causas– desvelan qué buscarán hoy las acusaciones y la defensa entre tanto candidato. Qué quiere un abogado defensor o por qué tipo de aspirante suspira un fiscal.
Carmen Cotelo participó en dos procesos con jurado. El del anticuario Quintana y el niño de tres años asesinado por su padre en Adurza en La Blanca'04. Sus tesis convencieron en ambas comparecencias. «Lo primero es que la persona tenga ganas de ser jurado». En el juicio del comerciante de la calle Correría «me di perfecta cuenta de que dos miembros no querían serlo. Se les veía en la actitud. Por la postura y por no prestar atención», indica.
Los candidatos entran de uno en uno. Tras unas preguntas saben si les escogen o recusan. Cada bando maneja cuatro descartes. «Te la vas jugando con cada uno. Sin saber cómo es el siguiente. En Estados Unidos se tiran dos meses con la elección. Aquí se hace en dos o tres horas». Aunque las preguntas se adecúan al tipo de asunto, a muchos les cuestionan «si han seguido el caso por la prensa y si les ha interesado».
Este curtido letrado ha estado en las dos orillas. Ejerció la acusación particular en el crimen de Mohamed Amine, apuñalado en la calle Flandes, y defendió a uno de los dos asesinos de Pilar Arbulo, la vecina de la calle Hortaleza. «Antes nos facilitan unas fichas de los candidatos y te las estudias a conciencia. Viene edad, ocupación, barrio de residencia, estudios...». En base a esa información básica determina los perfiles más adecuados para sus intereses. Su defendido en el caso de Pilar Arbulo era de origen gitano. «Había una chica de esa etnia y la elegí. Le condenaron con un voto en contra. Estoy convencido que fue el suyo», aprecia.
Como defensor, el vitoriano Antonio Llavador huye de las personas «con conocimientos en medicina, porque su criterio sobre la gravedad de las heridas puede influir a los demás». Si acusa prefiere personas mayores. «Suelen tener una mentalidad más conservadora».
Participó en los juicios por el doble asesinato de María Jose Bejarano y su madre Florentina en Lakua-Arriaga –como acusación particular–y en el de Mariana en la calle Ricardo Buesa –acusación popular en nombre de Clara Campoamor–. Ganó ambos. «Confías en tu instinto para descartar», se inicia. A ella le basta con dos o tres preguntas claves y con el lenguaje no verbal.
«En este tipo de casos, la autoría no está en tela de juicio. La pelea suele centrarse en las agravantes y atenuantes», que hacen subir o bajar las condenas hasta diez años. «Así que buscas alguien que pueda entender la tesis que vayas a utilizar. Que esté receptivo», expresa Cecilia Piris.
El autor del crimen de la dueña del bar Bugatti jamás confesó. Le condenaron tras largas sesiones de explicaciones a cargo de ertzainas especializados y de forenses. Óscar De La Fuente exprimió sus escasas opciones al máximo. Empezó desde el primer día, al elegir el jurado. «Buscaba fundamentalmente personas con cierta determinación, que no se dejaran influenciar fácilmente. Les preguntaba por su personalidad. Si era sencillo convencerles de algo». ¿Por qué? «Intenté meter más de dos líderes. Si sólo hay uno puede arrastrar al resto. Procuras meter varios gallitos»
Defendió a Txema, el descuartizador de la calle Nueva Dentro quien por cierto falleció antes de Navidad tras ser castigado en 2019 a quince años. Le pedían veintidós. «Teníamos pendiente la alevosía y el ensañamiento. Quería que se quedara en quince años y salió bien», rebobina.
Con esa estrategia de salida, Begoña Ruiz de Larrinaga enfocó la primera jornada en «intentar descubrir la manera de pensar» de los candidatos. «Me centré en si tenían algún prejuicio, ten en cuenta que Txema era drogadicto y tuvo muy mala vida». ¿Y qué sucedió? «Alguno ya quité».
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Quién puede ser.
Residentes nacionales en Álava, con edades comprendidas entre los 18 y los 65 años.
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Para qué casos.
Homicidios, asesinatos, malversación de caudal público y cohecho, principalmente.
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Cuántos lo forman.
Nueve titulares y dos suplentes.
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La elección.
De una lista de unas 25 personas, las acusaciones y la defensa pueden recusar a cuatro cada una.
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Veredicto de culpabilidad.
Siete votos de los nueve miembros.
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Absolución.
Basta con cinco votos.
Reclaman en este caso la segunda prisión permanente en Álava
La Audiencia Provincial de Álava desglosa desde hoy, y en principio hasta el jueves, si Ismael M., un joven conflictivo de dieciocho años en el momento de los hechos (23 de julio de 2020), asesinó con alevosía y cometió un delito de lesiones sobre su amigo Ander, de 20 años y con una discapacidad del 65%. Para el presunto autor, actual preso preventivo en Zaballa, las acusaciones –a cargo del fiscal Manu Pedreira y del abogado Ismael Díaz Herrán– piden la prisión permanente revisable. Esta pena implica un mínimo de 25 años de cárcel. Sería la segunda de Álava tras el crimen de la niña Alicia.
La defensa correrá a cargo de Unai Aguirre, que desvelará sus cartas en el proceso. La magistrada Ana Zulueta traducirá en años la decisión del jurado si, como todo indica, declara culpable al encausado.
El quid radica en las circunstancias. Ismael M. emborrachó y drogó a su víctima, la llevó a una nave abandonada. Allí le mató con una violencia insólita, causándole una agonía extrema. El autor podría alegar trastorno de personalidad y drogadicción.