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Nunca imaginó Martín Fiz que hace 35 años, cuando acudió a un colegio de Murguía a ofrecer una charla sobre atletismo, la niña Elena sería su pupila. Ese talento que despertó tarde, pasada la treintena, es hoy su mejor aval, además del trabajo, la ... constancia, la perseverancia y esa emoción que la alavesa siempre esconde pero que, a veces, aflora entre algunas lágrimas que se escapan.
No es para menos, ser olímpica es un premio. Nadie le ha regalado nada. «Las emociones a veces son las que te hacen sacar lo mejor de ti. Ojalá funcione esa emoción como un revulsivo», desea días antes de partir hacia los Juegos Olímpicos de Tokio. Loyo ha ganado en confianza, experiencia y control de su cuerpo. Sabe cuándo reservarse y cuándo exprimirse al máximo. Lo hizo en Valencia en diciembre de 2020 y la apuesta fue ganadora. «Nunca hubiese soñado con llegar a unos juegos olímpicos pero poco a poco fui creyendo que podía luchar por intentarlo y no darme por vencida. El año pasado en Valencia conseguí una marca más bonita que me dejaba a las puertas de ir a Tokio. Parecía irreal hasta que no salieron las listas definitivas hace unos días. Ahora que la fecha está cerca, empezamos a creerlo un poco más», subraya.
Loyo atendió a los medios de comunicación ayer en una multitudinaria rueda de prensa. Escoltada por su compañero de entrenamiento, el exciclista profesional Iñigo González de Heredia, cabeza visible del club Alimco Running Fiz y el propio Martín, se vio algo desbordada por el interés de su partida hacia tierras niponas. «Pensé que no causaría tanta repercusión. Estoy muy agradecida», repitió. Los agradecimientos fueron repartidos, pero por orden de prioridad. «Quiero agradecer a Martín y a mis compañeros de entrenamiento porque, aunque parezca que un atleta llega solo, no es así. Son muchas las cosas que te impulsan. A veces eres tú el motor; pero cuando te falla ese motor, todas esas personas que tienes a tu alrededor te sirven de impulso. En ese aspecto me siento muy afortunada de todo lo que me ha rodeado desde que empecé en este mundo», expresó con la voz rota y los ojos húmedos.
Atleta de sensibilidad fina, Loyo ha sabido gestionar situaciones complicadas, como cuando una lesión le impidió disputar el Mundial de Doha. Ni una queja. Continuó trabajando, con disciplina. Cuando su motor y sus piernas se lo permitieron, afrontó el maratón de su vida en Valencia. Y lo hizo con una mejor marca personal de 2h28'25'. Sin avisar.
A sus 38 años, no le gusta el concepto de 'edad tardía'. Sin embargo, ya está Martín Fiz para echar un capote. «Como empezó tarde en el atletismo, diría que tiene 20 años y mucho recorrido aún porque en este deporte es una recién llegada», apunta el campeón del mundo. Para llegar a los más de 300.000 kilómetros que suma el vitoriano en los años que lleva de dedicación quizás Elena necesitaría dos o tres vidas más. Por el momento, la que tiene le ha servido para plantarse el próximo 7 de agosto en Sapporo. A las 7 de la mañana comenzará la carrera de su vida. «La humedad y el calor serán nuestros grandes enemigos», advierte.
Serán 42 kilómetros de sufrimiento, de diferentes estados de ánimo, del temor al muro que acecha en la prueba olímpica por excelencia. Elena Loyo conoce todos esos estadios hasta llegar a la ansiada meta. Hacerlo ya será un logro; estar, el reconocimiento pleno a una trabajadora del atletismo. Una ingeniera de profesión que alterna las clases a niños y afina el txistu en bodas y eventos para poder subsistir económicamente. La pasión es el único impulso para una de las últimas románticas del deporte.
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