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Por fin amaneció el día que esperaban tantos aficionados a las intrigas de letras. Fue ayer cuando Eva García Sáenz de Urturi -inequívoco apellido alavés compuesto- presentó públicamente su tercera criatura, ligada mediante el cordón umbilical de las sagas a las dos entregas anteriores. De ... la creadora de 'El silencio de la ciudad blanca' y 'Los ritos del agua' llega 'Los señores del tiempo' para inundar de cebos los escaparates. Parece oportuno referirme al lanzamiento del libro que cierra la trilogía como un pistoletazo de salida 'planetario' en el doble sentido. A la potencia desmesurada del sello que publica (Planeta) se une la lógica elección 'universal' de Vitoria.
Es el escenario donde se desarrollan las tramas, el decorado que radica a la capital alavesa en el epicentro de la temporada editorial alta. Hay autores que 'venden' lugares reales (Eduardo Mendoza con Barcelona, por ejemplo) y quienes inventan sitios para la eternidad literaria, como la Vetusta de Clarín o el Macondo de García Márquez. Pues Vitoria ya tiene quien la escriba con un eco sonoro porque resulta absurdo a estas alturas cuestionar el éxito irrebatible de Eva, devorada en los dos títulos precedentes por 700.000 personas en el acto solitario e íntimo de la lectura.
Mujeres y hombres que ya han desarrollado la lección más elemental de la publicidad, ensalzar una obra con la boca para que los elogios alcancen otros oídos. Nada mal le viene a la ciudad blanca que periodistas y libreros remitidos de los cuatro puntos cardinales se unieran ayer al coro de las personas gratamente sorprendidas por hallar armonía y belleza en territorio desconocido. Si aludía a la doble promoción 'planetaria' de la novela, también me veo facultado para observar otra duplicidad beneficiosa: la trilogía como guía de viajes para espíritus inquietos a través del vehículo literario, el que tantas veces rescata de caídas anímicas a los pozos del desencanto. La verdad es que las tres portadas (plaza de la Virgen Blanca, cuesta de San Vicente y torre de Doña Ochanda) 'colocan' Vitoria con la sutileza de las láminas hermosas.
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