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. Han sido unos de los grandes perjudicados de la pandemia, han sufrido las durísimas restricciones en las residencias muchas veces sin ni siquiera entenderlas y han tenido que hacer frente a la soledad no deseada. Ahora, los mayores disfrutan de un paulatino regreso a ... la normalidad. También de las visitas de sus familiares, en el caso de que los tengan o de que se acerquen a verles de manera más o menos habitual, porque muchos, demasiados, no disfrutan de esos encuentros. Por eso, la Diócesis de Vitoria busca voluntarios para acompañar ancianos y combatir la soledad. Falta gente, y sobre todo jóvenes, para compartir tiempo con ellos en sus domicilios, en residencias o incluso en hospitales.
La responsable de Salud de la Diócesis, sor Daniuska Rodríguez, apela a la «empatía, tan necesitada en nuestros días», y anima a «dedicar parte de nuestro tiempo a dar sentido, alegría y esperanza a muchas vidas». Es lo que llevan meses haciendo Ana Ramón y María Luisa Aranguren, dos de las voluntarias del programa. «El voluntariado no es rellenar espacios de aburrimiento, es entregar alegría y esperanza a quien lo necesita», coinciden ambas. Pero no de cualquier manera. Por eso, el área de Salud en colaboración con la delegación de mayores de la Diócesis de Vitoria organiza a lo largo del año charlas y formaciones de la mano de expertos.
«En situaciones de acompañamiento es importante detectar, por ejemplo, si la persona ve la muerte como una puerta o como una ventana, como un alivio o como una frustración. Y a partir de ahí trabajar con ellos, nosotras no tenemos la capacidad de cuidar pero sí de curar», reflexiona Ana, ingeniera de 47 años y madre de dos hijas. En la residencia Juan Pablo I era la nieta de Carmen y cuando su abuela falleció ella no dejó de ir por allí. «Hay gente que no tiene a nadie que vaya a verle de manera habitual. Te agradecen muchísimo la visita y jugamos a juegos de mesa, a las cartas, al parchís, hacemos fiestas, vemos películas....», detalla Ana, que pone el foco en otra cuestión importante. Y es que acompañar no es estar solo al lado de alguien, también es «detectar necesidades» físicas o espirituales.
Su compañera y ahora amiga María Luisa comenzó su experiencia como voluntaria tras los primeros meses de pandemia. Trabajar como limpiadora en una residencia le permitió ser testigo del día a día en los momentos más duros del confinamiento. Y algo le hizo 'clic'. «Un saludo, acariciarles aunque fuera con el guante, te lo agradecían muchísimo. Eso me hizo ver la necesidad que había de acompañar», cuenta. Más después del covid y sus consecuencias: «Hay una sensación de soledad tremenda, y de pérdida de ánimo. Los mayores necesitan volver a sentir que hay vida, que alguien se preocupa por ellos, y que pueden volver a contar sus historias a alguien».
Una onda expansiva «bestial»
Ambas invitan a que más gente se anime a probar la experiencia altruista que ellas están llevando a cabo. «Un voluntariado como este es alimento para el alma. Con un poquito que demos de nosotras, la onda expansiva que se crea en las personas mayores es bestial», señalan. Advierten, además, de que normalmente la persona que se encuentra en situación de soledad no busca activamente el acompañamiento, «tienes que ir tú a buscarle», por lo que piden a todos los ciudadanos que estén alerta y exploren para detectar situaciones indeseadas como esas. Y lo más importante: «El voluntariado debe empezar en la propia familia. Si todos lo hiciéramos no habría ningún mayor solo».
Para hacer compañía no basta con la voluntad o el deseo. «Se puede acompañar mal. La inteligencia emocional es muy importante, por eso es prioritaria en nuestras formaciones», explica sor Daniuska Rodríguez, responsable de Salud de la Diócesis de Vitoria. «Nosotros no vamos a curar a nadie porque no somos médicos, pero sí podemos aliviar y consolar. Esa es nuestra directriz», añade. Acompañan a personas mayores y también a jóvenes –«con la pandemia han aumentado los casos de autolesiones y los intentos de suicidio», señala– o a enfermos terminales de cáncer. Uno de los objetivos ahora es rebajar la media de edad de los voluntarios. «Necesitamos jóvenes, renovar el equipo e inyectar vitalidad», confiesa.
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