Si quisiéramos resumir sin concesiones la trayectoria del recientemente fallecido Eduardo Martínez Crespo (Vitoria, 1941-Mérida, 18/1/2023), Eduma, su reconocible acrónimo, podríamos centrarnos en este momento para el recuerdo en la actividad que más elogios le reportó pero sin ser la única, pues ... disfrutó a lo largo de su vida con suficientes inquietudes: nos referimos a su desarrollo con la pintura de iconos al modo o estilo bizantino. Parroquias vitorianas disponen de su delicada sensibilidad decorativa hacia este arte milenario, siendo acaso las primeras de ellas la de Todos los Santos en Arriaga-Lakua y la del Santo Espíritu en el barrio de Santa Lucía: años 1994 y 1995, según leemos en los abreviados datos curriculares de un catálogo..
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Tiempo atrás, en 1986, había cimentado conocimientos y aprendizaje con esta técnica del icono en un viaje formativo a Grecia que le condujo excepcionalmente a una serie de vivencias y aventuras -que recordó siempre con enorme cariño- hasta el mismo Monte Athos. De los monjes ortodoxos recibió enseñanzas en este tipo de imágenes religiosas y con este estilo bizantino buceó profunda y extensamente durante años apuntalando pinceles, pigmentos y tablas. Con tales parámetros, realizó en 1987 sendas exposiciones en la Sala Independencia de la Caja Provincial de Álava y en la Sala Torre Nueva de la capital maña. Un año más tarde en la Sala Juan Larrea de la Gran Vía bilbaína. Con memoria, mucha práctica y sin apresuramientos.
En los noventa nuevas comparecencias -sin ser las únicas- en la sala Luis de Ajuria (1996 y 1998) y en la galería Arte Agripa de Mérida (1997). Sin duda, la muestra individual más celebrada aconteció en la Sala San Prudencio de la Fundación Vital en septiembre de 1993. Cuarenta iconos integraron un 'Iconostasio' con tablas policromadas que atendían a un rico programa iconográfico. Allí donde era reclamado, impartía cursillos, talleres y conferencias con mucha precisión y lógica propagando admirativamente las aplicaciones y características del arte del icono bizantino. Le encantaba esta faceta divulgadora y que hacía extensible igualmente al montaje de sus exposiciones en las que atendía y cuidada con bastante prestancia los acentos pedagógicos. Sabía transmitir.
Fue Eduma un excelente contador de historias, un narrador ameno con logradas dotes teatrales. Poseía voz modulada y puesta en escena. No en vano, recordamos que sin hacer mucho ruido llegó a participar como actor de reparto en algunas series de televisión en horario de 'prime time'. Desde septiembre de 1984 hasta marzo de 1996 desempeñó labores como 'director de sala' en el montaje de las exposiciones de la Sala San Prudencio y a su cierre, después de doce años de actividad, pasó a realizar mismas funciones durante un lustro en la Sala de la Fundación Vital en la calle Postas. Anécdotas con él a mares. Y alucinantes, maravillosas, divertidas, pues le gustaba a este hombre observar -más bien degustar- el comportamiento del público delante de las obras de arte contemporáneo, sobre todo las que planteaban más dificultades de comprensión.
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Además del arte bizantino, mostró igualmente Eduma bastante aprecio por la cultura japonesa, un mundo que lo vivía sinceramente primero de puertas para dentro, en su propia casa decorando el hall, comedor y otras dependencias con motivos de este arte y esta civilización.
Acometió una exposición con estos mundos tan cercanos y desconocidos de la iconografía japonesa en la Sala Luis de Ajuria desde el 20 de febrero hasta el 4 de marzo de 1999. Toda una experiencia en recopilaciones. Recreaba ideas, imágenes y sensaciones del Lejano Oriente introduciendo a los espectadores en un arte, en otras formas de vida, en otras estrategias, en otra mentalidad.
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Al poco tiempo, en no más de dos años, comenzamos algunos paisanos a perder su contacto. Abandonó la ciudad y un hasta luego que resultó hasta siempre. Sabíamos de su estancia en la antigua Augusta Emérita jubilar de los romanos. Y no mucho más, salvo retornos temporales en fechas determinadas del calendario, principalmente festivas. En esta monumental y apacible capital política de los extremeños, en esos anchos y largos paseos de tierra que escoltan el río Guadiana, transcurrieron sus últimos años.
Sin saber de ti, llegaste a octogenario Eduma, camino casi de los ochenta y dos. Cómo me alegro, compañero. Te evoco con cariño en estas líneas recordándote otra vez. Y recupero con agrado las vivencias contigo de esos cinco interesantes pero absorbentes años semana tras semana, exposición a exposición, en torno a las actividades desplegadas en la sala San Prudencio. Que fueron ya en mi memoria apasionantes.
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