El desconocido guerrillero alavés que atemorizó a los franceses

Benito Marquínez, de Urarte, creó su propia partida, luchó en la zona norte de Burgos y Palencia y fue traicionado en 1812

Viernes, 30 de junio 2023, 18:07

Las conferencias sobre los guerrilleros de la Guerra de la Independencia que han tenido lugar del 19 al 22 de junio en Vitoria han traído una primicia con 210 años de retraso. El descubrimiento de un guerrillero alavés completamente desconocido por estos lares y del ... que todos los historiadores y expertos señalaban que había nacido en Aragón o en tierras castellanas. Una larga investigación que le ha llevado varios años al palentino residente en Vitoria Roberto O. Vaquero ha sido crucial para descubrir su origen alavés.

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Su muerte prematura en 1812, traicionado por uno de sus hombres que trabajaba para los franceses, impidió que se labrara, como hacían todos los cabecillas, un prestigio de guerrillero y militar que él se había ganado a pulso en las llanuras castellanas dirigiendo con magisterio a sus voluntarios a caballo.

Benito Marquínez Lizundia era natural del pueblo de Urarte, en Bernedo, a orillas del río Ayuda, donde nació el 22 de marzo de 1779. No sabemos mucho más de sus primeros años, salvo lo que pone en su partida de nacimiento, felizmente encontrada en el Archivo Histórico Diocesano de Vitoria. De padre alavés, Felipe Marquínez, y madre guipuzcoana, Josefa Lizundia (de Urretxu), en 1807 se alista en el ejército español junto a otros 30 jóvenes de la comarca. El siguiente registro es el de su participación ya como sargento en la batalla de Tudela, enrolado en el Regimiento de Caballería Borbón 5º de Línea. Aquel enfrentamiento, un desastre para las tropas del general Castaños, se produjo el 23 de noviembre de 1808, tras la llegada de Napoleón Bonaparte a España para poner orden tras la derrota de Bailén. El número de bajas españolas fue elevadísimo, unos 4.000 muertos y 3.000 prisioneros. Entre ellos, los jefes y oficiales del regimiento Borbón, que quedó completamente aniquilado.

Aquí comenzó el camino solitario de Marquínez. Tras las derrotas constantes las tropas españolas se dispersaban en busca de un refugio. Se dirigían especialmente hacia a las zonas controladas por la incipiente guerrilla, ya que el grueso de la Grand Armée no podía ocupar todo el territorio y se debía limitar a los ejes de comunicación y las grandes ciudades y pueblos.

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Como es conocido la Junta Suprema Central, el gobierno alternativo de patriotas al de José I elaboró muy pronto, en diciembre de 1808, un reglamento para la guerrilla, a sabiendas de que la sublevación popular era un arma eficaz para echar a los franceses. En ese momento se llegaron a admitir hasta a contrabandistas en las filas de la insurgencia. Todo valía con tal de estorbar los objetivos galos.

Es posible que en su huida hacia el Oeste, Marquínez pasara por su pueblo, pero las siguientes referencias se encuentran ya en la zona de Palencia compartiendo partida de guerrilla con Tomás Príncipe, otro soldado disperso del regimiento Borbón, que era de la comarca de Tierra de Campos. Peñafiel y Valladolid completan el triángulo de localización de las acciones de la facción. Tras un período de casi dos años juntos, sin apenas armas, el de Urarte decide separarse de Príncipe al que consideraba demasiado violento con la población.

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El «terror» de los dragones

A finales de 1810, junto con siete hombres solamente, Marquínez se refugia en monasterios como el de Santa Cruz de Zarza. Lo sabemos porque la Chancillería de Valladolid registra las auditorías judiciales que los franceses abrieron contra los conventos sospechosos de ayudar a los insurgentes. Su liderazgo es tan fuerte que en menos de un año recluta en los pueblos castellanos a más de 1.000 infantes y 600 jinetes con sus caballos. Dadas las distancias y las llanuras de Tierra de Campos, los equinos son la mejor arma para combatir a las fuerzas de ocupación. También los franceses utilizan a sus mejores hombres de caballería, los dragones, para requisar alimentos, pedir contribuciones y perseguir a los brigantes. Ese cuerpo será el objetivo número uno de la partida de Marquínez que se convertirá en su pesadilla. Los cronistas cuentan que fue «el terror de los franceses». Se sabe por las cartas de muchos soldados que tenían verdadero pánico a venir a España.

Entre los brigantes alistados destaca una mujer, Estefanía Durantez, esposa de otro militar y rica hacendada. Acompaña a Marquínez en todas sus incursiones. Un día, como represalia llegan 400 soldados y requisan todas sus propiedades y las venden. Se llevan miles de cabezas de ganado. Tras la venta en subasta de su casa se presenta en la notaría junto a Marquínez y corta con un cuchillo la nota que daba la propiedad al nuevo vecino y vuelve a poner que es suya, un registro que aún puede verse.

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En la acción de Sahagún (León), el 28 de julio de 1811, resulta herido. Cuando peor lo estaba pasando el resto de las partidas en su enfrentamiento con los franceses, apareció Marquínez con 250 guerrilleros a caballo mostrando un gran valor.

El guipuzcoano Gabriel de Mendizábal, general en jefe del 6º Ejército, ordena a finales de 1811, que Benito Marquínez sea el comandante de toda la guerrilla de Castilla. Su fama ha corrido por toda la meseta. Obedeciendo órdenes superiores destroza la partida del Rojo Valderas, un voluntario que tenía más de bandolero que de patriota.

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La Gazeta del Gobierno de México con fecha de septiembre de 1812, recoge una de las grandes acciones realizadas contra los temibles dragones. Concretamente, el 12 de febrero de 1812, un pelotón de 180 dragones de los regimientos 15 y 25, que se encontraban en Villalón, se acerca al pueblo de Villada, en Palencia, con el objetivo de requisar todo el grano que se pueda para su caballería. En ese momento, el grupo de Marquínez les prepara una emboscada en la que caen muertos 87 jinetes, entre ellos 2 oficiales. Toman además 70 prisioneros y se quedan con 100 de los caballos de los escuadrones franceses. En el parte que da el ya teniente coronel pide que se premie a sus oficiales por buen comportamiento. Entre ellos a Manuel Tovar y Marcos Tarrero.

Así se cuenta en otra crónica la manera de actuar de Marquínez: «El día 22 de Julio de 1812 se presentó por la tarde en las cuestas de la Marquesa el comandante Marquínez con sus guerrillas de caballería o infantería insultando a los franceses; salieron estos en su persecución y se tirotearon por 5 horas. Los franceses sacaron artillería».

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También participa en otra acción ordenada directamente por Wellington que consistía en hostigar a los franceses mientras las fuerzas aliadas se retiran. Llega a entrar en Valladolid donde destacará su dura represión contra los franceses rezagados y los españoles afrancesados.

Traicionado

Pero la buena estrella del alavés se apaga en el pueblo de Torremormojón el 31 de agosto de 1812, mientras observa desde su castillo acompañado de seis hombres los movimientos de las tropas del general Boyer, acantonadas en el imponente castillo de Ampudia. Marquínez había confiado su secretaría a un alemán desertor de los franceses, muy católico como él, al que da la máxima confianza. Cuando el teniente coronel alavés está descuidado el desertor le dispara por la espalda. La bala le sale por el pecho. Lo llevan a un hospital a Paredes de Nava, pero muere a las dos horas de la traición. Finalmente, otro cabecilla de los voluntarios, Santos Padilla, lo lleva a enterrar a Carrión de los Condes, el 1 de septiembre. El alemán se escapó cabalgando en busca de los franceses. Hay noticias confusas sobre una posible ejecución de este en Valladolid un tiempo después pero no están confirmadas.

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Los dragones tenían obsesión con Marquínez y habían puesto precio a su cabeza. Es significativo que un soldado de caballería pudiera poner en jaque a la élite de los jinetes franceses. Le bastó tener a sus órdenes un ejército de labradores para derrotarlos en numerosas ocasiones. No hay que olvidar que este cuerpo legendario, cubierto de gloria por la historia francesa es hoy el que hace la Guardia de Honor en el Elíseo, al presidente francés Macron. Sus fabulosos cascos y su brillante uniforme resulta un gran espectáculo cuando aparecen los jefes de estado y son saludados militarmente por esta guardia. Se decía entonces que los soldados franceses hacían sus penachos de los cascos con el pelo de las mujeres españolas.

La partida de defunción de Marquínez en Carrión fue la pista que puso a Roberto O. Vaquero para conseguir saber cuál había sido su lugar de nacimiento.

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