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En los últimos metros antes de cruzar la meta, en un estadio a reventar, en el podio no hay hueco para el mañana. El futuro de los deportistas de élite alcanza hasta la siguiente competición pero resulta «inevitable que un día todo acabe, es algo ... que sabemos aunque cada uno lo lleva de una manera». Unai Arrieta habla como exjugador de balonmano –en 2014 puso fin a una carrera de tres lustros en la cancha– y también como psicólogo de la actividad física y del deporte que acompaña y asesora a los profesionales en su retirada. «Te puedes quedar en lo que echas en falta o en las oportunidades que se te abren en tu nueva vida pero, en cualquier caso, el proceso psicológico que atraviesas es potente», plantea este especialista que lidera los proyectos Mugi contra el sedentarismo en Amurrio y Llodio.
En esa especie de reinserción en la sociedad aparecen tantas salidas como deportistas. Por el Alavés, por ejemplo, han pasado futbolistas que se reconvirtieron en hosteleros (Pablo Gómez, Raúl Gañán, Jito Silvestre), regentan negocios de informática (Tito Subero) o han dado un paso más en su relación con el balón, como Gaizka Toquero, al frente de una joven agencia de representación. Martín Fiz tampoco se ha quitado las zapatillas y ha levantado su nueva vida alrededor del 'running', a un par de pasos de su negocio en Vitoria se encuentra el centro de pilates donde Estíbaliz Martínez –una de las 'niñas de oro' de Atlanta'96– trabaja como instructora de pilates y el exbaskonista Pablo Laso triunfa hoy como entrenador. «Seguir vinculado al mundo del deporte es una alternativa interesante», reconoce Arrieta.
Pero el cambio de rutinas no es un trance agradable y se acompaña de incertidumbre, soledad, miedo... y mucho tiempo libre. Almudena Cid ayuda precisamente desde la asociación El último vestuario a otros deportistas en ese delicado proceso de retirada. «Durante muchos años has apostado todo a una carta pero en esa vida debe haber más ventanas. Lo mejor es anticiparse y simultanear el final de la carrera deportiva con el diseño de un plan de futuro», aconseja el psicólogo.
El cuerpo aún le pide deporte a Eli Pinedo (Amurrio, 1981) y ella le responde con 'running'. «Entreno cuatro o cinco días a la semana y en febrero corrí en Sevilla mi primer maratón», relata. Otro reto conseguido para el contador particular de esta medallista olímpica que durante dos décadas –la mayor parte en el Bera Bera guipuzcoano– destacó en el balonmano de élite y que tuvo «la suerte de elegir» su retirada. «Al comienzo de la temporada 2016 lo tenía claro. Sabía que podía aguantar más pero quería dejarlo en lo alto», admite.
La planificación de su marcha de la cancha, sin embargo, no impidió que el cambio de vida resultara «duro, muy brusco». «Lo peor era pensar si sabría hacer otra cosa que no fuera jugar a balonmano, es que llevaba veinte años haciendo lo mismo», explica. Y eso que ella no colgó la camiseta con el curriculum en blanco porque, mientras competía, había estudiado Pedagogía en la UPV/EHU, pero «el luto lo pasas sí o sí». «Hay miedo a la incertidumbre y a no volver a sentir esos nervios, las ganas, la adrenalina de jugar una final. Saltar a un estadio lleno es algo único», retrata.
En su nueva etapa tampoco se aburre. «Un día no es igual a otro», dice. Trabaja a media jornada en el departamento de Comunicación y patrocinios de Sanitas, ofrece charlas, protagoniza campañas en las redes sociales... y, cuando las 'guerreras' se la juegan en alguna competición, coge el micrófono para las retransmisiones de RTVE. Eli reconoce que «no tenía una idea clara de lo que iba a hacer después del balonmano pero entendía que tenía que seguir ligada a lo que me hizo tan feliz».
Álvaro González de Galdeano (Vitoria, 1970) ha observado a más de un cliente con los ojos pegados al retrovisor de su taxi. «Veía que me miraban, sobre todo al principio, y me decían 'creo que te conozco'», recuerda. Algunos «se sorprendían» al saber que en el asiento delantero se encontraba un exciclista que ha pedaleado en las tres grandes vueltas (Tour, Giro y España) y que, en su lista de logros, aparece el campeonato nacional de 2000. Cuatro años después colgó la bici y en 2013, tras pasar por la dirección del Euskaltel Euskadi, puso punto final a su etapa sobre el sillín.
«Me siento un jubilado de la bici y no he visto a ningún jubilado volver a su empresa. El ciclismo ha pasado a ser un 'hobby' y lo sigo también como espectador», comparte a la espera del siguiente cliente. En los años que vistió el maillot se subió a muchos taxis de camino al aeropuerto y cuando se retiró comenzó «a dar vueltas» a la idea de ponerse al volante de uno. «Un día compré la licencia pero lo complicado fue sacarme el título, tuve que aprenderme todas las calles de Vitoria», comenta. En 2014 se convirtió en taxista y hoy sigue «en la carretera, como con la bici». «Me podía haber dado más miedo meterme en una oficina», piensa.
Álvaro asegura que no puede «renegar» de aquellos años a pedales en equipos como Artiach, Vitalicio u Once pero ahora, dice, «soy dueño de mi tiempo». «No hubo una sensación de vacío en la retirada, sentía una necesidad de cambio. Quería estar en Vitoria, con la familia, poder cenar con ellos», cuenta sobre su transición hacia el anonimato. «Con la barba y las gafas ya no me reconocen tanto», bromea.
La «soledad» acompañó la carrera deportiva de Almudena Cid (Vitoria, 1980) y no se marchó hasta tiempo después de su despedida, con el dibujo de un corazón sobre el tapiz de Pekín 2008. «Elaboré mi retirada estando en activo durante unos ocho años, lo que me llevó a alargar mi carrera. Es muy importante ser consciente del dónde, el cuándo y el cómo dejas tu disciplina», reflexiona la alavesa que rompió la barrera de la edad en la gimnasia rítmica. Sin embargo, elegir su propia marcha no le libró de esa «falta de identidad» que atraviesan los deportistas en su 'reinserción' social. «La búsqueda no es fácil», advierte.
Almudena «no sabía muy bien» a qué dedicarse tras guardar la cinta y el aro. «Muchas veces me veía detrás de una barra sirviendo cafés aunque pensaba que, si podía elegir, me gustaría un trabajo en el que ofrecer algo artístico a los demás», comparte. Y su deseo se hizo realidad. La escritura, con Olympia como protagonista, le sirvió de «catarsis» pero la interpretación llenó el «vacío» que arrastraba tras dos décadas dedicadas al deporte de élite. «Es el lugar donde quiero estar», recalca tras formarse como actriz y dar vida a personajes de cine, teatro y televisión. 'Julieta y Julieta', en formato microteatro, es su trabajo más reciente.
«Si un día vuelvo al deporte quiero que sea desde un lugar más maduro», apunta sobre la posibilidad de dar el salto como entrenadora. Por ahora practica esgrima, disfruta del café a media mañana y de amanecer «sin despertador». La gimnasia, concluye, «me quitó esos 'lujos' pero también me enseñó a adaptarme y reciclarme»
En la barra de El Parlamento, a pesar de su nombre, se debate más sobre fútbol que sobre política. «Se habla del Alavés, discuto con los del Athletic... La gente te valora y valora tu opinión y eso, después de tanto tiempo, es bonito», reconoce su propietario, Pablo Gómez (Vitoria, 1970), el zurdo que hace ya tres lustros dejó de dar patadas al balón. Debutó con la camiseta albiazul en la temporada 1995-96 y, aunque en su carrera pasó por diferentes equipos, es parte de esa generación que se plantó en la inolvidable final de Dortmund.
«Mi vida era entrenar, jugar, los momentos previos al partido... Iba a 200 revoluciones, hacía lo que me gustaba y encima tenía la sensación de que estaba haciendo feliz a la gente», evoca. Pero a los 35 años, con el Murcia como último destino, llegó el momento de parar. El exjugador del Deportivo Alavés «tenía asumido que era lo que tocaba» y, tras una despedida «poco a poco» –siguió unas temporadas más como entrenador de fútbol base– del césped, se reenganchó a la hostelería. «Con 15 años ya estaba en la barra, es lo que he mamado en casa, lo llevo en la sangre, y cuando me retiré ya tenía pensado dedicarme a esto», cuenta. Sus abuelos levantaron el restaurante La Antonia, sus padres siguieron la tradición con El Caserón... y él levanta la persiana de El Parlamento.
Allí, entre cafés y pintxos de ensaladilla de ibéricos, se «divierte» en la barra. «Claro que echo de menos el fútbol, es normal, ha sido mi vida. Creo que he tenido mucha suerte de hacer algo con lo que muchos niños sueñan y sólo unos pocos llegan a la élite», asume.
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