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El debate apenas tiene lugar a una altura de algo más de 700 metros. Allí, al pie de la cruz de Olárizu, paseantes y deportistas no dan importancia a la polémica surgida sobre su presunto derribo. A juicio de los consultados en la pedestre encuesta ... realizada por EL CORREO, no tiene sentido retirarla y vienen a decir que no hace daño a nadie. Hace tan solo una semana, Mendiola añadía en una asamblea la cruz a su inventario patrimonial abriendo una vía a su derribo, una aspiración perseguida desde 2018. Movimiento que fue respondido por el pleno municipal para proteger este «símbolo», además de movilizar a la Policía Local para evitar sabotajes.
Ayer, la zona seguía siendo ese lugar predilecto para familias y amigos. Sin grandes aglomeraciones, allí resuenan los diferentes juicios como algo sorprendente para algunos y como un tema recurrente que regresa por enésima vez a la palestra. «Subir a Olárizu es sinónimo de llegar a la cruz, siempre ha sido un punto de referencia. Como la cruz del Gorbea», apunta María Jesús, en un escalón junto al monumento. Basta su afirmación para que se origine un pequeño debate con sus amigos, Wilson y Vicente, quienes comentan que si «la cruz es franquista hay que tirarla y si es religiosa se respeta», reconociendo que no han estudiado la cuestión a fondo.
Los historiadores coinciden en que se erigió en 1952 y su construcción estuvo impulsada por «tres familias nacionalistas», las de Emilio de Apraiz, Gerardo López de Guereñu y Luis Sáenz de Olazagoitia. Sin embargo, las garras del franquismo quisieron hacer una utilización política de su sentido primigenio religioso al incluir en su base los nombres de los sacerdotes alaveses asesinados por el bando republicano.
A partir de las diferentes interpretaciones de su origen se teje la discordia entre quienes lo consideran un icono religioso y un símbolo franquista. Entre los domingueros no hay una preocupación latente. De hecho, el debate se convierte en una especie de tormenta de ideas para aplacar el ruido. «Si tanto molesta, se puede tirar y levantar otra más moderna. Y que los jóvenes participen en un concurso de ideas y sepan por qué se derriba y se pone», cuenta Wilson. Sin embargo, tanto él como Vicente prefieren que se quede «como está. No vemos el problema».
Eugenia Fernández, asturiana que vive en la capital alavesa desde hace un año, está al día de la polémica. Cuenta que se enteró tras leer este periódico. «No soy 'gasteiztarra', ni religiosa, ni creyente, pero no veo ningún esbozo franquista en ella. Además, por lo que sé es símbolo también de la romería», señala. Le apoyan sus amigas Sonia Méndez, Jessica Díaz y Estíbaliz Romero tras hacer el camino circular hasta allí.
«Hemos venido por la ruta más complicada. Conozco la cruz de toda la vida y no entiendo que se quiera derribar algo que forma parte del paisaje y de las tradiciones», contaba Jacinto, acompañado de su hijo Adrián, mientras almorzaban.
La cruz no registró ayer una gran afluencia de paseantes, como en general el resto de la zona rural vitoriana. Nieves Quintana, presidenta de la Asociación de Concejos, Acovi, lo agradeció, al tiempo que hizo un llamamiento a los urbanitas a que se sigan respetando las «zonas de cultivo y los accesos de vehículos». «No ha sido como hace unos meses, ni mucho menos».
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