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Como la ocasión la pintan calva, por lo que sea, la aprovecho para remozar viejas ideas y comentarios publicados aquí. Cuando, primero, me quejé del abandono en que se encontraba la Cruz de Olárizu y su entorno; cuando recordé después que, si se trataba de buscar un nombre antiguo para no llamarle Vitoria a Vitoria, que yo me ofrecía con 'Suessatio', pues, al parecer, la tal localidad de nuestros antepasados caristios habría que situarla bajo las tierras del Monte de Olárizu o de 'Kutzemendi' y las de Arcaya, todo ello, actualmente, Vitoria-Gasteiz.
Un día pastoreaba cerámicas romanas, 'sigillatas', para entendernos, por encima del monte de Otazu. Había un hombre mayor pastoreando ovejas. Hablamos. Le pregunté si solían salir piedras o tejas al labrar allí donde estábamos. Me dijo que no. Y de paso me ambientó:
- ¡Mire! Estos montecillos, este y el siguiente, el que pilla más encima de Olaranbe, tienen nombres de santos, San Juan y San.., (soy yo el que no se acuerda ahora), y aquel, el que llaman Olárizu, es el Monte de la Cruz. Así le he hemos llamado siempre.
- Kutzemendi, le dije,
- ¡No! ¡no!, Monte de la Cruz.
- Por la que tiene ahora.
- ¡No!, ¡no!, por la que tenía. Esta se puso cuando yo era joven, pero siempre ha habido una cruz allí. Una cruz pequeña, de madera, levantada sobre un 'pollo' de piedras. Tengo oído en casa que, abajo, donde está ahora la casa grande, hubo un pueblo que se llamaba así, Olárizu, que desapareció, y que la virgen de la iglesia la trajeron a Mendiola.
De la conversación obtuve razones para poder pensar que al Monte de Olárizu se le llamaba así antes de la cruz de 1958, de donde al yacimiento, indígena y romano, de la antigua Suessatio se le conozca como 'Kutzemendi' y que, si el monte es ahora de Mendiola, antes debió serlo del desaparecido Olárizu; también motivos para reflexionar de dónde vendrá la costumbre, tan nuestra, de poner cruces en los montes.
En principio podría estar de acuerdo en que muchas de las instaladas en el País Vasco tienen que ver con el 'mendigoizalismo'. Con ese algo más que afición a subir a los montes tan arraigado entre los que los vemos como la cara exterior de la profunda Ama Lur, Madre Tierra, a la que aman/amamos. Muchos y muchas de los cuales, no todos, evidentemente, pero resaltando una importante participación de las mujeres en el fenómeno, militaron y militan en el Nacionalismo Vasco. Un nacionalismo que, no hay que olvidarlo, tiene raíces carlistas, lo que significa una cosmovisión profundamente religiosa: «Dios, Patria y Rey. Jainkoigoikoa eta lege zaharra».
No cabe duda de que el hecho de manifestar el amor a la Tierra vasca subiendo a sus cimas tiene que ver con este fondo religioso, pagano primero, 'irrintzis', cristiano después. O las dos cosas a la vez. Es conocida la costumbre de nuestra Iglesia de 'cristianizar' los lugares en los que suponía habían existido, o incluso podían existir, restos de cultos paganos, mediante la instalación en ellos de un elemento religioso. Una ermita, en muchos casos; una simple cruz en otros. Lo de simple, dicho por generalizar porque ni la del Gorbea, ni la Zaldiaran, ni la de Olarizu lo son.
Pero, ¿por qué una cruz? Sé que hablo por hablar para muchos pero no tanto para otros más jóvenes. Desde que Jesús ascendió con la suya al Monte Calvario, de las calaveras, Golgota, como fuera, el monte y la cruz quedaron unidos de forma profundamente simbólica.
El cristianismo ha resumido en este ascenso una buena parte de su filosofía de vida. El buen cristiano debe ascender, en todos los sentidos. El éxito siempre está arriba. En el Monte Tabor, en el Monte Carmelo. Tras los sufrimientos de la ascensión, el éxtasis. La comunión con el que se arrastró bajo su cruz hasta coronar, aunque de espinas, su triunfo, y el de toda la humanidad.
Es evidente que esas cruces que se reparten por todos nuestros montes, hasta las que subimos -hoy en día no tanto como vía crucis, aunque en Aitzgorri, como ejemplo, y en tantos otros, ahí están las correspondientes a las 14 estaciones-, son el resultado de lo que digo.
Tanto como es verdad también que el Cristianismo franquista, el de la Santa Cruzada, intentó utilizarlas en su beneficio, caso de la de Olárizu. Lo que no puede llevar a pensar en quitarla, en todo caso, arreglarla y documentarla. La Cruz se originó en el ambiente que he descrito, el gusto por subir a los montes, el hacerlo por amor a la tierra vasca, el hacerlo para cristianizar un lugar pagano, los restos del poblado indígena en este caso.
Mi idea es aprovechar la ocasión, como se dice ahora, para poner en valor todo el conjunto. Empezando por admitir que en 'Kutzemendi' vivieron nuestros antepasados vitorianos. Lo que debe llevarnos a excavarlo todo, reconstruirlo todo, presentarlo todo a la visita turística. Hacer de Olárizu un gran parque temático, aprovechando su altura para la didáctica histórica pues, desde ella, es perfectamente posible repasar todo lo que ha ocurrido en la Llanada vitoriana de Álava desde que el hombre es hombre casi. Desde antes de 'Suessatio' hasta la Cruz.
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Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
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