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Hay en Álava distintas representaciones de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús que se remontan en el tiempo y contienen con el fervor de ... los más creyentes la pérdida de fe en una sociedad cada vez más incrédula. La Semana Santa se asocia a recogimiento entre procesiones de nazarenos anónimos y oraciones en silencio, pero también a interpretaciones de escenas bíblicas o adaptaciones más propias delCarnaval que de los evangelios que describen los pasajes. Es un singular contraste que se da, por ejemplo, en Rioja Alavesa, en Laguardia y Moreda de Álava. En la villa amurallada, el Viernes Santo, cuando cae la noche, a Jesús, una expresiva talla en madera del siglo XVII, lo bajan de la Cruz para darle reposo ya muerto dentro del sepulcro a la espera de la Pascua. En la otra localidad, el apóstol traidor, el que delató al Mesías con un beso en la mejilla a cambio de treinta monedas de plata en Getsemaní, también fallece, aunque en su caso horrorizado por las llamas. El Domingo de Resurrección, Judas y su esposa, la Judesa, peleles de paja y trapo hechos por un vecino, se reducen a cenizas entre graves acusaciones y burlas de la concurrencia que les acompaña en su estúpido calvario en Moreda.
Lo de Laguardia también es singular. No habrá otro sitio donde Cristo sea compartido por dos iglesias. Las de San Juan y Santa María se alternan en su custodia cada año, menos este. Por obras en la calle Mayor, la esquelética figura se quedará en la primera parroquia, a la que ayer fue trasladado, donde se celebrará la ceremonia y a la que regresará tras la procesión el viernes próximo.
El Descendimiento –para otros, el Desenclave– se remonta a la fundación por los frailes capuchinos de la Santa Escuela de Cristo en 1687. Aquella semilla que plantó Fray Esteban de Pastrana en la vieja Biasteri la riegan hoy unos pocos vecinos –23 adultos y seis niños–, suficientes sin embargo para reproducir un relato ciertamente sobrecogedor. En privado, al mediodía, los custodios sacan a Jesús del féretro acristalado donde reposa durante el año y lo crucifican en el madero cubriéndolo con el pendón de la cofradía cuyo anagrama lo dice todo: escalera, cruz, clavos y corona.
Ya por la tarde, con los oficios religiosos, se le destapa, se prepara la sábana con la que será bajado y se retira el altar mayor para facilitar la tarea de los intervinientes. Y al caer la noche, a las nueve, se representa la escena última, la razón de la Semana Santa en Laguardia. «Es un momento muy delicado. La figura es articulada, se le mueven los brazos, pero tiene su peso y estatura, 1,90 metros», relata Estitxu Beístegui, una de las pocas mujeres que participa en el cortejo, todos de riguroso negro, cubiertos la cabeza con capirote.
Ahí es cuando Miguel Mateo se entiende con la talla, como si le fuera familiar. Es quien retira los clavos de las manos de Jesucristo, le pliega los brazos y procede con el descenso asistido porsu pulso y la tela inmaculada. Al pie del altar, otros dos vecinos sueltan el blanco telar poco a poco hasta que se hacen con el cuerpo y aguardan a que sea sostenido por más hermanos. «El descenso no dura más de cinco minutos, pero son momentos tensos, de gran solemnidad, de mucha emoción...», explica Beístegui. El silencio sobrecoge. Este año se verá acompañado de música religiosa, una invitación al recogimiento y la reflexión mientras se prepara a Jesús en la urna mortuoria para sacarlo en procesión. Por delante marchará Ander Díez, un joven del pueblo que cargará con la cruz. 20 kilogramos al hombro. «Más que el peso, es el equilibrio, dar con el punto de apoyo» para no deslomarse por las calles de Laguardia, siempre pobladas de vecinos y visitantes en estas fechas, atraídos por una representación de más de tres siglos.
Aunos pocos kilómetros, en Moreda, Asier Eraso, de 26 años, concejal y ganadero, ha heredado de sus antecesores una representación penitencial que, sin que nadie se ofenda, tiene más de carnavalesca. En la localidad donde conviven en armonía el vino y el aceite, elDomingo de Resurrección, el 20 de abril, el traidor Judas, el que puso en bandeja el prendimiento de Jesús, y su intrigante esposa, la Judesa, pagarán en una horribles secuencia de llamas. Antes, estos días, Asier se afana en armar los peleles. Todo muy rudimentario. Sobre un básico esqueleto de hierro, los llena de paja, los viste con ropas de desecho y los remata con un globo por rostro, una máscara comprada en 'los chinos', una peluca y un gorro. Los acicala para hacerlos «más creíbles y expresivos», dice mientras lo hace.
El domingo que viene, después de misa, a la una y media, arderán en la plaza de la iglesia mientras son voltados y la juventud del pueblo lanza contra ellos acusaciones de todo tipo aún pendientes de redacción. «Les culpamos de todo: de si ha habido mala cosecha, el tiempo, las enfermedades, de lo que sea...». ¡Culpables!.
El impulsor de la burlesca escena no sabe desde cuándo se procede así, pero de lo que no duda es de que se sostiene por unos pocos. Casi por él. «Los chavales no me ayudan mucho. La gente no se implica. Lo ven como una obligación cuando es una tradición». Una costumbre que al menos ya no pone en riesgo al gato vivo que se metía antaño en las tripas de Judas y que escapaba de las entrañas cuando el monigote era pasto del fuego purificador.
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