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El machismo es una realidad antigua. El historiador Ernesto García Fernández ha rescatado del baúl de la historia un crimen terrible que tuvo lugar en ... Vitoria en el año 1530. En su magnífica semblanza de vitorianos y alaveses 'Mirada desde el Medievo' nos recuerda el asesinato de la vitoriana Catalina Ibáñez de Marquina por parte de su marido, un miembro de la élite de la ciudad, Juan Pérez de Lequeitio.
En cuanto al suceso en sí mismo, nada lo diferencia de la ola actual de los crímenes de género. Un apuñalamiento hasta la muerte de forma inesperada, probablemente por una sospecha de adulterio, cuando la mujer no esperaba el ataque cobarde. La diferencia con la manera actual de hacer las cosas es el castigo. Nada de cárcel, salvo el tiempo de espera ante la ejecución. Tras el juicio y la sentencia, la condena era el azote público. Después se mete al reo en un saco de cuero acompañado de un perro, un gallo, una culebra, un simio, se cose la boca del saco y se lanza al mar o al río más cercano. Una ejecución realmente brutal, derivada de la forma de distribuir justicia de las Partidas de Alfonso X El Sabio.
Pero vayamos por partes. El 2 de junio, jueves por la noche, el vitoriano Juan Pérez de Lequeitio, hombre culto que había tenido importantes cargos en la ciudad como el de procurador síndico, se levantó del lecho donde dormía sobre las 23 horas. Iba en camisa y portaba un puñal en la mano. Fue hacia donde se hallaba su mujer Catalina Ibáñez de Marquina. La encontró en una de las habitaciones de la casa donde estaba controlando la tarea de amasar el pan que realizaban varias criadas.
Al verla se abalanzó sobre ella y la apuñaló hasta la muerte. Luego se dirigió a otra de las habitaciones de la casa donde descansaba Álvaro Osorio, mayordomo real de la reina de Francia, hermana del emperador Carlos V, Leonor de Austria, que visitó la capital alavesa en numerosas ocasiones. Osorio, como miembro del séquito real había sido acogido temporalmente por una de las grandes familias vitorianas, como era la de Juan de Lequeitio.
El mayordomo se encontraba en ese momento paseando y rezando en su cámara. El parricida también se lanzó sobre él y le clavó el puñal dos veces, una a la altura del pecho y otra en el brazo izquierdo. La tercera puñalada fue a parar a una de las sillas de la habitación. Ninguna de las heridas fue mortal. Tras la reacción del cortesano, Juan Pérez de Lequeitio huyó de su casa y buscó amparo en el convento de San Francisco, donde conocía muy bien al guardián del monasterio y a varios frailes, tratando de huir de la justicia ordinaria.
El crimen de Catalina y el ataque contra un miembro de la corte, de paso por Vitoria, conmovió a la pequeña ciudad de no más de 5.000 habitantes. Pero especialmente al pequeño grupo de familias que controlaban el concejo porque el asesino era uno de los cargos importantes de la Corporación. En 1529 había sido elegido para desempeñar el puesto de procurador general, encargado de velar por las exenciones, privilegios y libertades de la ciudad. Y hasta junio de 1530 el concejo le había enviado a la Corte para negociar los asuntos de la ciudad.
La familia tenía lazos con todos los resortes del poder local. El alcalde de la ciudad era Francisco Ibáñez de Marquina, pariente de Catalina. Y el alguacil o merino era Pedro Pérez de Lequeitio, también familia del asesino. Los dos hijos de Juan de Lequeitio, Gabriel y Ana, eran sobrinos del todopoderoso Fortún Ibáñez de Aguirre, miembro del Consejo Real de Carlos V y Juana de Castilla y constructor del Palacio de Montehermoso y del convento de las Dominicas.
Pero toda su influencia sirvió de poco ante semejante crimen. El asunto llegó a la corte del emperador, que acababa de ser coronado como titular del Sacro Imperio Romano Germánico en Bolonia, quien delegó la investigación en el licenciado Cristóbal de Paz.
Tras examinar los hechos, el juez consideró muy graves los delitos de asesinato e intento de asesinato y el fallo fue la condena a muerte de Juan Pérez de Lequeitio. Por el delito contra el mayordomo se le impuso el castigo siguiente: debía ser llevado montado en un asno, dado que era caballero, por las calles acostumbradas de Vitoria, yendo con él un pregonero que tenía que hacer pública la fechoría, hasta el lugar donde se ubicaba la picota. Allí se le cortaría la mano. Era la ley del talión, sanciones contempladas en muchos fueros medievales.
La segunda condena fue ser llevado al río más próximo de la ciudad (Zadorra) conducido de nuevo por el pregonero que debía anunciar su crimen, y ser lanzado al agua dentro de un saco acompañado de un gato, un simio, un gallo o los animales que se hallaren más cerca, hasta su ahogamiento. Al que le prestara auxilio se le condenaría a muerte, decía el fallo.
Además se confiscaron la mitad de los bienes de Juan de Lequeitio, que no eran pocos. Fueron a parar a Fortún Ibáñez de Aguirre y a su mujer María de Esquível. Al parecer, este miembro del Consejo Real intercedió ante el mismo Carlos V para que así fuera porque su intención era donarlo a los hijos de Juan Pérez de Lequeitio, que eran sus sobrinos.
¿Cual fue el móvil del asesinato, por qué Lequeitio mató a su mujer? El historiador Ernesto García Fernández en la obra ya descrita apunta a un ataque de celos por una presunta infidelidad de Catalina con el huésped que tenían en casa, la otra víctima del ataque, Álvaro de Osorio, el mayordomo real de Leonor de Austria.
Hay un par de aspectos que conviene aclarar. Sobre la fecha del crimen sabemos que fue un 2 de junio pero no el año con certeza, aunque varios acuerdos del Ayuntamiento, entre ellos, uno del 6 de junio de 1530, nos hablan de los problemas que acarreaba a los vecinos custodiar al ex procurador en el convento de San Francisco tras cometer su delito. Aunque se había tratado de ocultar en el convento, lo cierto es que también fue su cárcel a la espera de la ejecución.
Leonor de Austria y su séquito, entre ellos Álvaro de Osorio, habían estado en varias ocasiones en la capital alavesa. En 1526 esperó durante un tiempo en Vitoria para que fuera reclamada por su ya esposo Francisco I de Francia (se habían casado en Illescas –Toledo- forzado el rey francés tras ser capturado en la famosa batalla de Pavía). Francisco I no reconoció el matrimonio hasta el Tratado de las Damas (3 de agosto de 1529). Ese hecho supuso organizar un nuevo matrimonio por poderes en Torrelaguna el 20 de marzo de 1530. Entonces sí, Leonor inició el viaje a Francia junto a los dos hijos de Francisco I que permanecían cautivos en España. El crimen se cometió en junio, fecha que entra dentro de ese posible viaje hacia Francia o el regreso de algunos miembros del séquito.
La sentencia fue durísima, pero como apunta Ernesto García Hernández, las leyes eran muy poco favorables a las mujeres. Si Lequeitio hubiera denunciado a su esposa ante la justicia en vez de matarla, al sospechar que le había sido infiel con el mayordomo real, tal vez habría conseguido que los jueces le hubieran dado la razón. De esa manera, las posibilidades eran una multa para la adúltera, la confiscación de bienes para su amante y, ahí está la verdadera cara de la misoginia imperante, la entrega de la mujer al marido para que decidiera qué iba a hacer con ella, incluyendo matarla. La irracionalidad de su actuación le condujo al patíbulo, en este caso, al cauce del Zadorra, metido en un saco y con la mano cortada.
La última consecuencia de este crimen es que es el único procurador síndico de la ciudad conocido al que se le arrancó parte de su cuerpo con una espada, aunque la razón no fue que incumpliera su juramento ante el famoso machete vitoriano, sino una agresión contra el amante de su esposa.
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