«La soledad es un tema universal que no tiene edad y hay que ir lidiando con ella, aunque a veces cueste mirarle a la cara», advierte José María Rodríguez Olaizola, sociólogo, teólogo jesuita y autor de 'Bailar con la soledad'. Las doce ediciones –en ... menos de dos años– que ha tenido su obra son su mejor aval. El experto explorará los retos de esta problemática en la sociedad contemporánea en una charla organizada por la Diocesis de Vitoria que tendrá lugar hoy a las 17.00 horas en el Aula Luis de Ajuria, en el centro comercial Dendaraba.
– Hay personas que mueren solas y pasan semanas, meses o años antes de que alguien las encuentre. ¿Es el mayor exponente de la soledad extrema?
– Desgraciadamente, estas cosas están dejando de ser noticia. Lo primero de todo es la detección, creo que para muchas personas el sentirse solo lleva asociado un componente de cierto fracaso y es difícil decirlo y hacerlo ver. La rueda de la vida de la gente gira en base a rutinas en las que no entran los demás y ahora hasta los pagos de recibos están automatizados. Esto hace más probable que haya gente que no tenga ningún vínculo con el mundo exterior. Los servicios sociales deberían aumentar la atención a las personas solas y ofrecerles una especie de sistema de acompañamiento.
–¿Está la sociedad suficientemente concienciada con la soledad?
– No es uno de los temas que entren en la agenda pública, pero puede cambiar. De la misma manera que hace unas décadas el tema de los malos tratos era algo más silenciado y hoy en día está en primer plano. Además, no es solo conciencia social sino casi hasta personal. Con estas charlas me he encontrando que mucha gente se reconoce al hablar de ello. Hay veces que ese aislamiento lo compensamos con Netflix, para no pensar mucho ya que a nadie la apetece decir: 'Estoy solo'.
– También hay soledad deseada
– Sí. Hay personas que por carácter o por decisión propia quieren un punto de aislamiento. Para ellas la soledad no es una carga y yo no haría drama, tampoco estamos obligados a una socialidad continua. El problema es la otra, la hiriente.
– ¿Las residencias pueden ser una forma de luchar contra la soledad entre los mayores?
– Yo no diría que sean una mala solución, pero a veces ves a gente que está 'aparcada' en una residencia y tienen familiares que no les visitan. Pero también al contrario, cada caso es un mundo. Entiendo la terrible decisión, casi traumática, que debe suponer dejar su hogar. Me refiero a la sensación de pérdida que puede tener una persona que ha vivido siempre en el mismo sitio. Llevarles a una residencia puede arrancarles de sus recuerdos y aislarles más todavía. Creo que debería de ser una última opción, a no ser que el ingreso sea voluntario.
– «Me niego a elegir los muros. No se me ocurre peor forma de soledad, por muy compartida que sea», es una cita suya, ¿qué significa?
– Me da la sensación que vivimos en una sociedad que tiende a levantar muros. Por ideologías o afinidades en los que solo caben los que piensan como tú. Ese mundo sectario en el que solo tienen cabida los que piensan como tú y no hay comunicación con los otros. Estamos creando una sociedad de trincheras y esa es una forma de soledad terrible.
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