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Una serie para analizar el campo alavés a través de los cultivos de un agricultor de Arangiz

El fin del año más incierto para el campo alavés

DE SOL A SOL CON JAVIER ·

La cosecha de la remolacha, que vive estos días una de sus campañas menos dulces de los últimos tiempos, despide el ciclo agrícola. Al agricultor le toca echar cuentas ante el apabullante aumento de los costes

Domingo, 12 de diciembre 2021, 00:38

Cuando conocimos a Javier, hace ahora justo un año, el campo, su campo, era todo promesa: una sucesión terrosa de fincas labradas y recién sembradas. Ahora viene de recoger la última cosecha, la de remolacha, que cierra un ciclo «bastante regular –léase, bueno– en lo agrario, pero muy incierto en lo económico». Con la satisfacción del deber cumplido, de la faena acabada, nuestro Javier Ortiz de Orruño, el de Arangiz, el agricultor al que EL CORREO ha acompañado durante todos estos larguísimos meses de trabajo, hace balance. Aparca el tractor y deja la azada a un lado para sacar lápiz y papel. Toca hacer cuentas. Y no, no siempre terminan de salir.

Su padre cultivaba remolacha. También su abuelo. Yél la ha trabajado durante todas estas décadas. «Ahora, la verdad es que no sé si, dentro de dos o tres años, seguiré sembrándola. Lo hago, como todos, más por inercia que por otra cosa. Y es una pena porque es un cultivo muy agradecido», contaba Javier hace unos días mientras sostenía un ejemplar rollizo, bien hermoso justo antes de la cosecha. Es cierto. La remolacha tiene un rendimiento bárbaro. Según los últimos datos del Gobierno vasco, de cada hectárea sembrada, se obtienen 107,2 kilos de producto. Para que se haga una idea, el rendimiento de la patata, la 'tuberculosa' reina del campo alavés, es de 39.913 kilos por hectárea.

El problema, el gran problema, es la bajísima rentabilidad de este cultivo tardío. «Esto cada vez va a menos, va a desaparecer». Daba la sensación de que, allí, a los pies de esa rara montaña de dulcérrimos tubérculos, el agricultor le estaba dando la extremaunción anticipada al cultivo. Pero las cifras son las que son.

IGOR AIZPURU

En el año 2000, hace ahora dos décadas, Álava sembraba 8.239 hectáreas de remolacha azucarera. La inmensa mayoría, como ahora y desde 1903, iban a parar a la planta de Azucarera en Miranda de Ebro. En 2020 ya sólo se cultivaron 1.111 hectáreas en toda la provincia. Y en 2021, según las cifras que ha anticipado la propia fábrica burgalesa, apenas se han alcanzado las 900. Sí, Javier lleva toda la razón. Es un cultivo en funesto declive. Pero, ¿por qué?

EN CIFRAS

  • 8.239 hectáreas de remolacha se cultivaban en Álava hace 20 años. Ahora apenas se alcanzan las 900.

  • 3.360 euros cuesta cultivar una hectárea de remolacha azucarera, de la que se obtienen unos 100 kilos. El precio que perciben los agricultores es de 0,26 euros el kilo.

  • 55,37 hectáreas es el tamaño medio de las 1.730 explotaciones agrarias (cereal y tardío) profesionalizadas del sector primario alavés.

Vayamos a lo macro. La remolacha aportaba en el año 2000 8,2 millones de euros al campo alavés. Dos décadas después, la cifra se ha desplomado hasta los 3,4 millones de euros. Y, ahora, a lo micro, al bolsillo de Javier y al de todos los agricultores alaveses. Cultivar una hectárea de remolacha azucarera en Álava cuesta 3.360 euros, según un reciente estudio de Hazi Fundazioa. Más o menos la mitad de esa factura remolechera, 1.501 euros, se la llevan los costes variables, las semillas (349 euros), los fertilizantes (293,15), los fitosanitarios (455,74), el agua de riego (350) y los –imprescindibles– seguros de cosecha (53,06). Y, ojo, que el informe tan sólo reserva 375 euros en concepto de mano de obra familiar. Para todo un año de trabajo.

Casualmente, el de la remolacha es el único precio percibido por el agricultor que no se publica hoy en las memorias del Departamento vasco de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente. La última cifra, de 2017, era de 0,34 euros por kilo recogido. «Ahora es de 26 euros la tonelada –0,26 euros el kilo–», informa Javier. Sus 'excel' mentales son infalibles e irrebatibles.

Solo las ayudas públicas mantienen a flote la remolacha azucarera en Álava. Cada vez se cultiva menos

Por más que sume y sume, por más números que haga, como decíamos, no, no salen las cuentas. Si producir una hectárea de remolacha –de la que se obtienen 100 kilos– cuesta 3.360 euros y por ello sólo se pagan 2.600 euros, el agricultor está perdiendo dinero. Mucho dinero. Las ayudas públicas amortiguan el golpe para mantener la remolacha viva. Sin ir más lejos, la Diputación alavesa aporta 150 euros. «Y sumando todas las ayudas sí se llegan a cubrir los costes, pero no, esto no es plan», se lamentaba Javier en plena faena.

El gasoil, por las nubes

La cosechadora desentierra, de seis surcos en seis, las gruesas remolachas. Antes, una especie de gran pelador, cercena las hojas exteriores. Yun sistema de 'soles' limpia cada uno de los ejemplares de tierra para después, con una cadena, depositarlos en una gran tolva enjaulada. En una sola jornada de trabajo la máquina se ha 'merendado' ocho hectáreas. Y Javier, desde el tractor, con el gesto torcido, más que contento por recolectar, al fin, sus últimas tierras, no puede ocultar la preocupación que le produce el tremendo aumento de los costes agrícolas. El gasóleo se ha disparado un 70%. «Ynos dicen que los nitratos nos van a costar el doble el año que viene. Este año los precios del cereal han sido mejores, sí, pero no sé si vana compensar tanta subida», duda, hastiado, el agricultor. Más que el trabajo, de sol a sol, a él, a todos los agricultores alaveses, les atenaza la incertidumbre.

–Hace un año te hacíamos la misma pregunta, pero, ahora, si te ofrecieran un contrato fijo en un trabajo de los de siete a tres, ¿dejarías el campo?

– ¡Qué va! Igual ahora incluso lo tengo más claro que entonces. No tengo ni idea de lo que va a pasar, pero yo me jubilaré siendo agricultor. Ponedlo, ponedlo en mayúsculas: No cambiaría esta profesión por nada.

Si algo nos debería quedar claro después de un año con él, con Javier, es eso: que por mucho que no salgan las cuentas, él seguirá labrando y sembrando. Lo suyo es amor de verdad a la tierra.

El agricultor | Javier Ortiz de Orruño

Patatero (y a mucha honra), pero también labriego del cereal y la remolacha, Javier, de Arangiz, 49 años, casado y con dos hijos, lleva desde los 25 trabajando en el campo. Tiene el oficio más hermoso del mundo. Él es uno de los 3.000 alaveses que viven por y para el campo. EL CORREO le ha acompañado durante todo un año de faena. Con una paciencia infinita nos ha explicado cómo se trabaja la tierra. Nos ha ayudado a reconocetar con nuestro lado más primario.

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