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Fulano se desprende del cuaderno de caligrafía, mengano hace lo propio con un taco de apuntes de 'mate', zutano rompe con las cartas de desamor y perengano arroja al cúmulo el primer trasto que le molesta en casa. Cada noche de San Juan, tal día ... como ayer, todo esto y mucho más recibe acomodo en ese montón de papeles, maderas y deshechos que toma altura hasta que, transformado en pira, se consume y queda reducido a brasas y ceniza.
Al calor del fuego o del embrujo de las llamas, el rito ancestral tiene mucho de reparador. Ahuyenta los males mientras saluda al verano, que se supone sanador y fértil, en una noche de las más cortas. Ni cuartillas ni leña, esta vez lo que debió arder, y con razón, era un virus con corona que ha sumido a la humanidad en una horrible plaga. Se le tiene ganas en Vitoria, aunque ha evitado la quema. Precisamente, su presencia destructora desaconseja aglomeraciones, de ahí que las autoridades hayan anulado las hogueras de San Juan que representan también la llegada del solsticio de verano.
«Cuanto más falta le hacía a la sociedad recrear la quema de los males, el covid-19, resulta que no se puede», se lamenta Jesús Prieto Mendaza, antropólogo inquieto por los usos y costumbres de Álava. «No hay hoguera, pues tampoco hay purificación desde la simbología social», añade respecto de una fiesta pagana adoptada por el Cristianismo, sin base científica pero enraizada desde antaño. «Lo tienen dicho Julio Caro Baroja y Barandiaran, no solo se quema lo viejo y lo malo, sino que también se purifica la sociedad para un tiempo nuevo».
Hace días que la Diputación, la organizadora de la lumbre más tradicional, la del parque de Arriaga, junto a la ermita juradera, suspendió la quema que inicia el diputado general «para evitar eventos donde no se pueda garantizar las medidas de distanciamiento social». No hubo anoche hogueras en los pueblos ni en otros puntos de Vitoria, donde el Ayuntamiento ni siquiera se vio obligado a su cancelación. La de Judimendi es la más popular, la que más gentío congrega cada 23 de junio, cientos de vecinos y otros muchos vitorianos llegados de todos los rincones atrapados por una ceremonia incandescente. «Ni nos planteamos la hoguera», asegura Ángel Madina, presidente de la asociación Judimendikoak. «Está fuera de lugar», añade el promotor, que lo siente en particular «por los comercios y bares que la noche de San Juan les ayuda con un dinero» por el alterne de la concurrencia. A cambio, el barrio montó ayer una kalejira que pretendió emular el fuego. También ha querido recordar las fiestas que no pueden ser con fotografías antiguas de Judimendi repartidas por sus calles y establecimientos.
Igual de precavidos han sido en Lakua-Arriaga, donde cada año se enciende una pira muy cerca de la oficial. «No podíamos controlar el aforo», se justifica Ángel Lamelas, presidente de la asociación de vecinos, que se ha quedado con las ganas, comenta, «de salir a quemar la pandemia que nos está llevando por la calle la amargura». No renuncian a sus fiestas de una manera más relajada y están a la espera de que el Ayuntamiento les autorice a desarrollar su semana cultural con un mercadillo de quince puestos, talleres y juegos infantiles y miniconciertos a la hora del vermú.
En una noche como la pasada es obligado plantar un chopo enorme frente a la iglesia de San Juan, en Agurain, a eso de la una de la madrugada, pero esta vez no pudo ser por el virus. Hasta su copa acostumbra a escalar la chavalería. «Es un día muy mágico en el pueblo. Las fiestas son en octubre, pero San Juan es el patrón. Algo teníamos que hacer», plantea el alcalde Ernesto Sainz. ¿El qué? Una rama de chopo de cinco metros en el paso de ronda de la parroquia simboliza la tradición pospuesta. Y para evitar la tentación de alguno se ha soldado la tapa del anclaje donde se alza el árbol con cada 'Sanjuanada'.
Si el fuego es el elemento de la noche, el agua refresca la mañana del santo Bautista en Álava. Aún hay pueblos donde sus vecinos, con parecido propósito que el de la hoguera, se refrescan con el rocío del amanecer y se lavan o beben en las fuentes y manantiales para sanar enfermedades. Es, desde luego, un ritual rural que entraña menos riesgo.
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