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Es el barrio de Vitoria donde uno puede zamparse una de las mejores tortillas de patata de Euskadi, degustar dátiles del marroquí Valle ... del Draa o vibrar con un concierto indie en una de las salas más grandes de la ciudad. También es el distrito donde las patrullas policiales acuden «cada día» por algún hurto rematado con una agresión, el que carece de un centro de salud pese al evidente envejecimiento de buena parte de su población, o el que se suma en una desasosegante penumbra al atardecer debido a un alumbrado deficiente. Coronación es el barrio de las dos caras. Con un 23% de extranjeros –diez puntos más que hace una década, 12 por encima de la media de la ciudad– y alrededor de 3.300 vecinos con más de 65 años se enfrenta al reto de evitar la guetización.
Hace una semana acaparó la atención mediática por la insólita actitud de medio centenar de ciudadanos contra agentes de la Policía Local. Intentaron evitar la detención de dos presuntos ladrones. Aquello degeneró en el despliegue de una quincena de dotaciones policiales, incluido el cierre momentáneo de la calle Simón de Anda, y acarreó la posterior condena pública de PSE, PNV y PP, mientras que Bildu y Podemos rechazaron unirse al manifiesto.
EL CORREO ha pasado la última semana en sus calles. Ha consumido en sus establecimientos hosteleros, comprado en sus tiendas y pulsado la temperatura anímica de sus habitantes. La primera conclusión es que este barrio de sensibilidad obrera levantado entre los años 50 y 70 anda sumido en una encrucijada, con dos sensibilidades que tienden a convivir en paralelo.
«Soy vecino desde 1989. Ahora tengo la sensación de que vivo en el extranjero. Ya estoy jubilado y mi hija tiene miedo de venir a verme», desgrana el sexagenario Javier. Haj, un magrebí vecino de Tenerías, tiene otra visión de la realidad. «Es muy importante y enriquecedor que haya tantas nacionalidades. Significa la convivencia, la multiculturalidad y aporta a la comunidad paz, convivencia y respeto».
El 25% de sus 5.500 viviendas están alquiladas –por los descendientes de los dueños originales, principalmente– a precios ahora asequibles. Entre 600 y 850 euros mensuales. Sus inquilinos son mayoritariamente inmigrantes, cuya llegada ha traído un importante y acelerado rejuvenecimiento. La media de edad ha descendido a 47,8 años, aunque todavía se mantiene por encima del promedio de la ciudad.
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En la panadería Mi Tahona –uno de los primeros comercios regentados por foráneos, en este caso, ecuatorianos– se muestran «muy contentos» en el barrio. «Empezamos hace dieciséis años y ya contamos con una clientela muy fija».
El 33% de los locales comerciales abiertos lo regentan personas oriundas de China, Colombia, Marruecos, Pakistán o Nigeria. Estas nuevas fruterías, bazares, bares, tiendas de segunda mano, peluquerías, carnicerías y ultramarinos han reactivado varias calles de este distrito con forma de diamante. En varios de esos comercios convergen en sintonía vecinos que no se dirigen la palabra en el parque o el portal.
«Han logrado impulsar diferentes zonas del barrio en declive», celebra la asociación vecinal Errota Zaharra que, por contra, aprecia «pocas facilidades y ayudas a los nuevos negocios que quieran emprender». En muchos negocios de toda la vida dicen que aguantan «como podemos».
Esos brotes verdes comerciales se echan en falta en Tenerías (con el 68% de sus lonjas cerradas a cal y canto), Eulogio Serdán (68%), Beethoven (80%) o la renovada Aldabe (80%). Laura Ciordia ha plantado su bufete en Bruno Villarreal, cerca de la lonja okupada conocida por la conflictividad de varios de sus 'inquilinos', quienes vienen y van con el transcurso de las semanas. «Elegí esta ubicación porque está cerca de mi casa y me supone calidad de vida. Es un barrio variopinto sí, pero hay gente muy agradable y amigable. Los vecinos siempre están dispuestos a ayudar», alaba. El alquiler de una lonja no baja de los 700 euros al mes.
Se trata de un precio considerable dado el poder adquisitivo de la mayoría de los residentes. El Eustat sitúa en los 37.476 euros la renta familiar de Coronación, 9.430 euros más baja que la media del municipio. Arrastra la tercera peor tasa de paro de la ciudad (el 7,96% de la población de Coronación carece de empleo) y ocupa el segundo cajón en perceptores de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI) de Lanbide, con un 6,27%. La vida, eso sí, también resulta algo más asequible que en otras coordenadas de Vitoria. Puede degustarse un café por 1,30 euros y una 'berri' de pan anda sobre los 1,50 euros.
Sin embargo, la valoración de su barrio entre la población autóctona refleja un profundo desánimo. Sobre todo, entre los más mayores. «El espíritu cívico brilla por su ausencia. Han robado a varias amigas, cada día me da más miedo salir a la calle», ahonda Teresa desde la calle Basoa, una de las vías que mayor ruido viario soporta, según un estudio municipal. Simón de Anda también figura en esa lista negra. Por cierto, encontrar aparcamiento suele resultar tarea imposible.
Ha habido algún intento de modernizar esta zona, sin éxito. El anterior equipo de gobierno municipal pinchó en hueso con su proyecto de 'eco-barrio' (mejora de la eficiencia energética). Sólo se sumaron 312 viviendas de las 1.916 posibles.
Algunos residentes hablan ya de «gueto», como Xabi, residente en Bruno Villarreal, quien no oculta su profundo malestar con «los políticos, se han desentendido de este barrio». El servicio municipal para la Convivencia y la Diversidad, liderado por Pascual Borja (PSE), ha declinado participar en este reportaje.
Desde el colectivo Errota Zaharra aprovechan para reclamar por enésima vez «un centro de salud». Desde hace décadas, la población se divide entre los ambulatorios de El Pilar, Casco Viejo y Gazalbide-Txagorritxu. Mientras que muchos son clientes de los servicios sociales del centro cívico Aldabe, convertido en uno de los epicentros de Coronación.
Los coches patrulla de la Policía Local y la Ertzaintza también se han convertido en parte del paisaje. Los robos, la violencia de género y los hurtos que acaban en agresión andan a la orden del día. Bien lo saben los empleados de los cuatro grandes supermercados que operan en un radio de apenas un kilómetro. «Sobre todo acudimos por las tardes. Parece ser que a los malos se les atraganta el madrugar», ironiza un patrullero de la Guardia urbana.
Diferentes representantes de la comunidad inmigrante en Vitoria admiten su preocupación por los delincuentes de origen extranjero. «Manchan nuestro nombre. No saben el daño que nos hacen a la mayoría de inmigrantes que buscamos el bienestar y el de nuestras familias esforzándonos a diario en nuestros trabajos».
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