Jesús Nicolás
Domingo, 5 de septiembre 2021, 02:52
Quince toneladas de peces y algas muertas. Ese es el tamaño del desastre al que asiste María Teresa desde su apartamento en La Manga. Los cangrejos que un día tocaban sus pies ya no están. Los caballitos de mar, símbolo de este ecosistema único, tampoco. ... Un espejismo de un pasado que hoy está un poco más lejos de volver. Afligida, esta vasca asiste al «bochornoso» espectáculo de la «desidia», vestida de negro, de luto, por ese remanso de paz y buen clima que la ha acogido durante 26 años. «Es como si se muere un ser querido y te obligan a convivir con su cadáver».
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Este es el desolador panorama que se respira en las desiertas playas de la laguna salada más grande Europa que el pasado mes de agosto soportaba otra oleada de peces sin vida. La «crónica de una muerte anunciada» para sus vecinos. Muchos de ellos vascos, como José Manuel Etxebarria, que vieron en sus orillas su particular paraíso terrenal. Un lugar que, por desgracia, poco se parece a aquel en el que este hombre se estableció en 1983. Entonces, la zona la poblaban terrazas de almendros y algarrobos, pero «ahora todo es una gran factoría de lechugas y melones». Una agricultura intensiva que, asume, es «la verdadera culpable» de este desastre medioambiental.
15 toneladas de peces muertos se recogieron en el Mar Menor en dos semanas en el mes de agosto, calculan brigadas de los ayuntamientos y de la comunidad autónoma murciana.
La cara B de la huerta de Europa A menudo se señala como responsables de este desastre ambiental a los regadíos que rodean la laguna. Cinco empresas están investigadas en el caso 'Topillo' por desalaciones irregulares y vertidos de nitratos.
Desde que el constructor Tomás Maestre fijara en los sesenta su mirada en la delgada lengua de arena que separa los dos mares ya se hablaba de que el turismo, esa gallina de los huevos de oro, podría acabar siendo la perdición del Mar Menor. No obstante, no empezó a mostrar síntomas de agotamiento hasta 2016. El nuevo 'Dorado' fue entonces el trasvase Tajo-Segura. Las grandes empresas agrícolas levantaron invernaderos y enormes canales para evacuar al mar la salmuera de sus desaladoras. Hasta que la laguna dijo basta. Los nitratos vertidos incrementaron el fitoplancton en el agua y generaron una capa superficial viscosa, casi opaca, que evitó que la luz llegara al fondo marino. Aquel año, las extensas praderas de posidonia que nutrían de oxígeno las aguas murieron en medio de una inmensa sopa verde.
Desde entonces los hábitos de los bañistas cambiaron. «Tengo el Menor a diez minutos de casa. Solía ir con mi suegro y mis hijos porque allí el agua está más caliente y calmada», recuerda María Teresa. «Ya hace diez años que no voy. Cada vez que me metía al agua me picaba todo el cuerpo».
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En 2019, las lluvias torrenciales descargaron en la zona con toda su furia, inundaron los pueblos ribereños y dejaron un paisaje devastado en lugares como Santiago de la Ribera. Allí veranea el vitoriano Manuel Ruiz. Todavía hoy sufre los efectos de las riadas. «Puede estar el agua transparente pero, cuando entras, te das cuenta de que estás pisando fango. Da mucho repelús», dice. A la tormenta de aquel año no le siguió la calma. Todo lo contrario. Días después, los arrastres de tierra y fertilizantes desplomaron los niveles de oxígeno y los peces se agolparon en las playas tratando de escapar de la asfixia. «Han envenenado el mar por sacar cuatro lechugas más», lamenta Ruiz.
«No quiero echar la cruz al Menor, pero sí que vamos cada vez más al Mediterráneo», confiesa Iván, otro vitoriano, quien lleva treinta años en esa localidad del municipio de San Javier. «El Mar Menor es muy sensible. Esto ha sido un aviso muy serio». Él, como Pilar Andrés, se resiste a abandonar la laguna. Desde que se jubiló hace 17 años, esta vizcaína vive a unos escalones de la playa. «Sé que se han hecho las cosas mal desde el principio, pero para mí estar aquí es como estar en el cielo», asegura.
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En La Manga, Jesús Dorado otea en el horizonte el desastre y lo observa todavía lejano. Criado en Bilbao, se instaló en este pedazo de la costa murciana hace veinte años y abrió el restaurante El Búho. «Es el mejor verano en años. Llenos todo el día». Un aparente alborozo que, reconoce, responde más a las ganas de salir tras la pandemia.
La esperanza es lo último que se pierde, pero el desánimo ya hace mella en la zona. «Los murcianos no lo han sabido valorar. No les ha preocupado convertir la perla del Mediterráneo en una cloaca», denuncia Etxebarria. La sensación general entre estos vecinos es que los políticos «tratan de escurrir el bulto» en lugar de encarar el problema. Mientras, kilos de salmuera siguen llegando por las ramblas. «El Gobierno regional tiene las competencias, pero no tiene interés en solucionarlo. La agricultura no da tanta riqueza como el turismo. Esto solo enriquece a cuatro terratenientes», concluye.
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En Los Nietos o Los Urrutias ya se cuelgan decenas de carteles de 'Se vende'. Casas «con los precios tirados», como dice Dorado, que seguramente no encuentren comprador. Quién sabe si el Mar Menor podrá sobreponerse a este nuevo golpe, pero las dudas y la tentación de marchar ya está ahí. «Me quedo porque el clima es una gloria, pero si esto sigue así...», piensa María Teresa.
Múltiples han sido las ideas para dotar de mayor protección al Mar Menor, pero la más curiosa es la que busca convertirlo en persona jurídica. Esta es la iniciativa de diferentes plataformas murcianas que buscan conseguirlo a través de una Iniciativa Legislativa Popular (ILP). «Es un tipo de sujeto presente en el derecho internacional. Existen muy pocos casos en el mundo. Este podría ser el primero de Europa», asegura Paco Andreu, coordinador de la idea en Euskadi y Navarra.
Ya llevan 300.000 firmas en toda España. En Euskadi tuvieron una mesa de recogida en Renteria, pero todavía no disponen de un punto fijo. De momento han establecido una red de 16 fedatarios para este proceso y, pese a que solo llevan 700 firmas en el País Vasco, Andreu asegura que el recibimiento está siendo «muy positivo». «Antes tenías que dar más explicaciones, ahora todo el mundo ha oído hablar del Mar Menor. Aquí la gente está mucho más concienciada con lo ecológico», sostiene. La iniciativa ya ha llegado hasta Bilbao.
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