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La controladora, Sara Calvo, en la mesa actualiza la información del vuelo de Colonia. Rafa Gutiérrez

En el cerebro de Foronda

EL CORREO accede a la torre de control, que coordinó más de 8.400 vuelos el último año

Viernes, 6 de abril 2018

Son los 40 metros cuadrados que Foronda tiene más cerca del cielo. La cima de una torre abierta 360 grados, vigía privilegiada de Vitoria, Estarrona, Lopidana, Mendiguren, Aránguiz, Guereñu o Antezana. La Llanada se extiende a sus pies. EL CORREO ha accedido al icono ... del aeropuerto, al faro que levanta 45 metros desde el suelo, y que encierra un cerebro en el que trabajan 14 controladores y técnicos que el pasado año supervisaron 8.434 vuelos; una media de 23 aterrizajes y despegues cada día.

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Al fanal -mirador de la torre- de esta tea blanca, que costó 118 millones de las extintas pesetas a finales de los setenta (unos 710.000 euros de hoy), se accede en un angosto ascensor no apto para claustrofóbicos de poco más de un metro cuadrado con parada en cinco plantas o, en su defecto, por una interminable espiral de escaleras. En los pisos intermedios se encuentran recintos como la sala de equipos -un centro tecnológico de última generación-, o la zona de descanso para los profesionales -que incluye un par de habitaciones y una pequeña cocina-.

Pero todo se cuece mucho más arriba, en la cúpula, donde el inglés se convierte en el primer idioma, y nudos, pies o millas sustituyen a nuestro sistema métrico. Vitoria da servicio de control al propio aeropuerto, lo que incluye el movimiento de las aeronaves en superficie, cuando están rodando hacia y desde la pista (se las ordena para que mantengan una separación de seguridad), además de los despegues y aterrizajes, y la aproximación, como se conoce al recorrido que realizan desde que abandonan la aerovía y entran en la ruta de entrada a la terminal (o en sentido contrario). La aproximación al aeropuerto de Burgos también se realiza desde lo más alto de esta antorcha.

Asistimos a la operativa del vuelo de Ryanair 442H -identificado viva voz como 442 Hotel-. «Aquí todas las letras se dicen con una palabra... aquello de Alfa, Bravo, Charlie, Delta....», explica A. R., jefe de la torre de Vitoria, bajo control de la empresa pública Enaire (el gestor de navegación aérea de España). El Boeing 737-800 viene con retraso desde Colonia. En torno a 25 minutos antes de su aterrizaje se establece el primer contacto con la cabina desde Foronda. «Les hemos dado toda la información de meteo (condiciones climatológicas; el viento, fundamental), la pista en uso, y el QNH (dato clave para saber la altitud con la que va a volar cuando se aproxime el aparato)».

Sara Calvo es la controladora del turno. Se sienta tras lo que denomina la bahía, una mesa de trabajo con varias pantallas y monitores que dan seguimiento real a distintos parámetros. En las primeras apenas si se aprecian trazos lineales que marcan los límites del espacio aéreo de Foronda (amarillo, el de Bilbao; fucsia, el nuestro). Un pequeño punto representa cada avión, sus datos propios, y otros complementarios como la distancia a la que se encuentra de otro aparato o de la propia pista. En ese contexto 'hipertecnológico' llaman la atención dos rudimentarias portafichas que se agrupan sobre la mesa en otros tantos colores: amarillo (llegadas), azul (salidas).

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El viento marca la pista

El vuelo de la aerolínea irlandesa entrará por la pista 04, la preferente. Porque en Foronda el viento casi siempre sopla del norte o noreste y los aviones lo quieren de cara en sus maniobras. La identificación no es casual, 04 (40 grados orientados al norte; se elimina el último dígito). «Si se le suman 180 grados, estaríamos hablando de 220)» o, lo que es lo mismo, de la pista 22, la cabecera situada en el otro extremo, más azotada por el viento sur.

«12.09 hora zulú», interrumpe la controladora. La aviación se rige por el UTC o tiempo universal coordinado, que ajusta los vuelos del planeta. Dos horas más en la península en verano y una en invierno.

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Nos acercamos a las 14.30 horas y en este puesto desde el que se garantiza la seguridad y el orden de las aeronaves, se establece una nueva comunicación con el aparato procedente de Alemania. Se le autoriza la aproximación lo que significa que acaba de abandonar la 'autopista' aérea y se encuentra ya a la altura de Peñacerrada. «Me han pedido que encienda las luces a tope porque van a realizar un control desde la central eléctrica. El avión va a flipar», bromea Calvo.

Diferentes detalles de la torre de control. Rafa Gutiérrez

El comandante de la aeronave realizará aún una última comunicación cuando se encuentre a unas 10 millas (en torno a 16 kilómetros) de Foronda. «Siempre se ha de pedir información de posición antes de que aterrice», precisa R.. Buscando el símil de un parking, el vehículo estaría en lo alto de la rampa a la espera de recibir permiso de entrada al garaje y número de plaza en la que tiene que estacionar.

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14.37 horas. Una minúscula luz surge del cielo encapotado y plomizo, a la altura de Estarrona. Se aproxima con rapidez. A las 17.40, el avión ya rueda por la pista. En la torre ya se preparan para repetir los procedimientos. Pero esta vez con el despegue. En tierra, apenas 25 minutos.

Alguna salida de pista, humo en los frenos y pérdida de comunicación

«No hay mes sin niebla en Foronda, da igual que sea julio, agosto o septiembre, siempre hay algún día así». El jefe de torre se apoya en la estadística. En esos casos se ponen en marcha una serie de procedimientos de baja visibilidad para que los aviones, «aunque no los veamos desde aquí, estén bastante separados». Lo más básico: hasta no confirmar un despegue no se autoriza el siguiente y hasta no sucederse el aterrizaje, el siguiente avión no entra en aproximación. Una situación que se complica de noche, cuando la actividad de los cargueros está en plena ebullición.

Aún así A. R. dice que no se han vivido «momentos de especial nerviosismo». El parte de incidencias de Foronda se reduce al «aborto de algún despegue»; la salida de pista de una avioneta; y recientemente la intervención de los bomberos por una estela de humo que salía de los frenos de un avión de Ryanair o la pérdida de comunicación de un vuelo de DHL el 8 de abril de 2016, que activó «con carácter preventivo» y por primera vez en una década, el Plan de Emergencias Aeronáuticas.

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