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No tiene nada que ver con un recital al uso. El pórtico de la Catedral de Santa María acogió ayer un espectáculo de poesía y música de la mano de la Elisa Rueda y Honorino García. Seis poemas sobre la naturaleza acompañados de instrumentos hechos ... a mano por el propio compositor.
El artista hizo uso de troncos, clavos, cuerdas, agua y aire, entre otros elementos y objetos, para crear más de diez instrumentos sonoros. Cada uno de ellos envolvió el espacio del templo de la ciudad con unas melodías que transportaban a los asistentes a las entrañas de la naturaleza y que, junto a los poemas de Elisa Rueda, produjeron un espectáculo hipnótico. Prueba de ello fue el silencio que inundó la zona del público, que completó el aforo de 200 personas y que observó el recital sin perder de vista a los dos artistas que estaban sobre el escenario.
Es el segundo año en el que Poetas en Mayo incluye esta actividad en su programa. «Quería que la composición de la música y los instrumentos estuviesen directamente ligados al tema que iba a tocar Rueda en sus poemas, por eso la elección de troncos y agua como instrumentos sonoros», explica el músico.
García lleva 16 años trabajando en este ámbito del sonido, con una larga trayectoria en la que se ha enfocado en la musicoterapia. Busca la «exploración y experimentación artística», teniendo como eje principal la proyección sonora de la palabra.
En esta ocasión, compuso una partitura para cada poema recitado que, además, iba acompañado de «manipulación sonora a través del gesto», una técnica que con la ayuda de unos pequeños mandos, ralentizan o aceleran el sonido. Quien no creyese en la ciencia diría que fue magia. Elisa Rueda erosionó y dilató sus palabras en el tiempo y las movió en el espacio. Todo un espectáculo que estuvo «centrado en la piedra angular de los antiguos alquimistas; es decir, los cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra)».
Entre los instrumentos que había sobre el escenario manejados por García, también había un recipiente repleto de agua en el que Rueda movía sus manos con un hidrófono. Y así, las cuatro paredes del templo retumbaron con su voz junto al repiqueteo que emanaba del cubo.
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