Markitos reaparece en los carnavales de Zalduondo tras la dictadura de 1975 L. Lekuona

Los carnavales rurales echan raíces en Álava

La dictadura rompió con esta tradición que, tras resurgir en los pueblos, mantiene el espíritu de cambio de ciclo

Jueves, 16 de febrero 2023, 00:37

Si bien las raíces del carnaval rural en Álava no están del todo claras, podría decirse -por las pistas que dejan los archivos históricos de los distintos municipios- que el primer carnaval del territorio histórico acabó entre rejas. Ocurrió el 12 de febrero de 1713 ... cuando un vecino de Narvaja interpuso una denuncia a un grupo de jóvenes que festejaban a altas horas de la madrugada. «Que no dancen en el Pórtico y Cementerio de la Iglesia» reza el auto de oficio. Esa persecución, que hoy llama la atención, estaba a la orden del día en la época. Los Ayuntamientos luchaban contra el jolgorio y, en el pueblo, claro, no todos les apoyaban.

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Tras varios procesos judiciales (también ocurridos en municipios como Zalduondo o Agurain), el carnaval se consolidó hasta su práctica desaparición con la entrada del franquismo. Según Ander Gondra, antropólogo y miembro de Álava Medieval -que hace unos días impartió una charla en el Centro Cívico Arana sobre la historia de esta tradición-, «el carnaval era un período de apertura en el que se permitía hacer cosas impropias. Funcionaba como una válvula de escape para que el pueblo se excediera, hiciera uso de la violencia, el ruido, el fuego... para, después, meterle el freno con la cuaresma», explica. Por eso, «aunque la celebración actual sea pagana, no puede olvidarse que se enmarca dentro del catolicismo». Ahora bien, durante casi cuarenta años, los bandos municipales prohibieron tajantes este festejo que, en todo caso -y más en el rural- marcaba un cambio de ciclo, funcionaba como un rito de paso hacia la entrada de la primavera. En este sentido, todos los pueblos comparten una misma semilla. Aunque, la recuperación de ese folclore no ha sucedido de la misma forma.

El toro es uno de los animales que más fuerza tiene en estas fiestas.

Zalduondo, una localidad de la Llanada que ronda en la actualidad los 195 habitantes, fue uno de los primeros municipios que, mientras coleaba la dictadura, se animó a intentar celebrarlo. En 1975, a los pocos meses de la muerte de Franco, desenterraron a Markitos, personaje central del carnaval y le encomendaron todos sus males. En esta tradición, que se repite cada año, le engalanan como a un señorito (con traje y corbata) y le pasean a ritmo de cencerro para, después, empalarle y quemarle. Así pues, y aunque ese año no le dirigen temas tan peliagudos, «durante la transición se meten en cuestiones como la amnistía de presos», subraya Gondra.

Purificarse a través del fuego

Esta figura, que es similar a la del Mayo en San Vicente de Arana, se acompaña con otros personajes que, de una u otra forma, mantienen una ligazón con la tierra: el oso, el lobo, el toro... Todos estos animales tienen una fuerza simbólica que se asocia a los ritos de renovación de la naturaleza. Y es que «en la ciudad, no somos conscientes de que, la entrada de la primavera, supone que tu medio de vida (la agricultura, el campo) vuelva a empezar», asemeja el antropólogo. «En esos días, das pie a que se conviertan en una especie de bestias, tipos que generen miedo. Es una pequeña licencia de libertad y caos, antes de volver a trabajar», añade. «Y, puede que en el siglo XVIII, cuando Vitoria era poco más que el Casco Viejo, hubiera unos carnavales parecidos a los rurales. Pero, después, empieza a haber lo que hay ahora: comparsas, bailes locales...», resume.

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Con todo, esa transformación del carnaval ha hecho que se extienda más allá de la propia festividad. En parte porque, durante la dictadura, en aquellos lugares donde esta festividad tenía mucho arraigo, la disfrazaron con el nombre de 'fiestas de invierno'. Aunque el argumento es siempre el mismo: lograr purificarse, «a través de un tono juguetón», de los males ocurridos a lo largo del año. «Con la cristianización de muchas tradiciones, nuestros antepasados vieron en Judas la mejor representación del mal», indica Carlos Ortiz de Zárate en el libro 'El invierno se viste de fiesta. Carnavales rurales en Álava'. De ahí que en pueblos como Moreda de Álava o Lagrán realicen la quema de Judas el Sábado Santo. Pero, «si hoy el ámbito religioso ha quedado en segundo plano, ¿qué sentido cumple el carnaval, con qué dialoga?, reflexiona Gondra.

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