![Mariajo Otxoa de Eribe, con su bicicleta y el traje de triatleta con el Celedón de Oro en primer plano.](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202209/25/media/cortadas/Imagen%20Quay%20(76534308)-ko3H-U180162091436rzB-624x385@El%20Correo.jpg)
![Mariajo Otxoa de Eribe, con su bicicleta y el traje de triatleta con el Celedón de Oro en primer plano.](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202209/25/media/cortadas/Imagen%20Quay%20(76534308)-ko3H-U180162091436rzB-624x385@El%20Correo.jpg)
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El galardón de Celedón de Oro observa a Mariajo Otxoa de Eribe (Vitoria, 1962) desde una balda del bar 'La Unión'. Lo recibió el pasado domingo, pero desde que se anunció a mediados de junio no ha parado de recibir felicitaciones. «Zorionak», le grita un ... viandante en medio de la entrevista. «Gracias guapísimo», responde ella. Su vida en los últimos años se ha convertido en una carrera de obstáculos con la muerte de su hermano Iñaki, la venta de este emblemático bar, las restricciones a la hostelería por la pandemia, el cáncer... A ella nada le para y lo demuestra llegando a la cita con el traje de triatlón.
- ¿Cuándo empezó a hacer triatlón?
- Me encontré con Asier Urbina (cocinero que estuvo en el restaurante Ikea y el hotel Ciudad de Vitoria) en los días previos al Ironman de hace tres años. Él sabía que yo llevo décadas enganchada a correr y me preguntó por qué no me animaba a hacer un triatlón. Mi respuesta fue rápida y lógica, ni sabía nadar ni andar en bicicleta. Llegué a casa y le empecé a dar vueltas a la cabeza hasta el punto de que una semana después me matriculé en un curso de natación y me compré una bicicleta. Los primeros días entrenaba en la Virgen Blanca a las ocho de la mañana, yo me lanzaba desde la parte de arriba, daba pedales y mi marido esperaba abajo para frenarme. Lo cogí con tantas ganas que me puse como objetivo hacer un 'half' (1.900 metros de natación, 90 kilómetros de ciclismo y 21 corriendo) en 2020.
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Ander Carazo
- Esa edición se suspendió por la pandemia.
- Y menos mal porque no creo que lo hubiese conseguido. En el grupo de triatlón del Estadio conseguía hacer lo justo para no ahogarme en la piscina e incluso me dieron ganas de desapuntarme, pero Ruth Brito (la entrenadora que fue campeona del mundo en 2012) me convenció de que todo en la vida se consigue metiendo horas y que ella busca mujeres luchadoras como yo. En octubre pasado completé mi primer triatlón olímpico (1.500 metros de natación, 40 kilómetros de ciclismo y 10 corriendo) en Lanzarote, dos meses después de acabar con la quimioterapia y con el pelito aún súper corto.
- ¿No paró de entrenar en pleno tratamiento contra el cáncer?
- Es que nadar me servía para relajarme y poco a poco le fui cogiendo el gusto.
- ¿La enfermedad fue dura?
- Me lo detectaron durante la pandemia. A los cinco minutos de que me lo confirmase el médico, me senté y me dije a mí misma: «María José, tus hijos ya son unas maravillosas personas adultas a las que no les va a faltar de nada y el negocio ('La Unión') ya es de otro, así que sólo tienes que cogerte la baja. Si te toca 'irte', pues te vas, y que no sea porque no has luchado».
- En 2019 vendió 'La Unión' a cervezas BÝRA y ahora sigue como empleada.
- Al traspasar el bar compré tiempo para estar con mi familia, a la que no había hecho demasiado caso, pero también para disfrutar con mi cuadrilla y mis amigas del alma. Antes me decían que nunca me veían y ahora les aburro (ríe). He ganado muchas cosas y es que llega un momento en la vida en que tienes que decidir hacia dónde quieres continuar. Está claro que si mi hermano Iñaki siguiese entre nosotros, pues todo sería diferente. Su muerte me pesó mucho, muchísimo (traga saliva).
Sigue de empleada
- ¿Cuál es su primer recuerdo del bar?
- Yo crecí ahí dentro. Mi casa estaba en el segundo piso y el baño que utilizaban los clientes era el nuestro personal. Cuando llegabas a la altura del fregadero te ponían a lavar y si crecías un poco más, pues tenías que servir vinos.
- Iñaki y usted eran muy jóvenes cuando cogieron las riendas del establecimiento.
- Mi padre murió cuando yo tenía 24 años y, a partir de entonces, nos tocó estar todo el día aquí metidos y luchando por sacarlo adelante. Éramos como Pin y Pon (ríe). A mí se me ocurría cualquier locura e Iñaki era quien me frenaba.
- ¿Cuándo asumió su familia el control del bar?
- Yo siempre reivindicaré el papel de las mujeres en esta familia. Este bar nace en 1910 y en 1938, en plena Guerra Civil, lo coge mi abuela que lo logra sacar adelante en un mundo de hombres. De ella pasa a mi madre y mi padre se suma al negocio cuando se casa con ella.
toda una vida
- 'Casa Felipe' cerró en 2014 y 'Bujanda', el pasado verano. 'La Unión' es uno de los pocos bares históricos que aguanta y allí se canta ahora la tradicional 'Cirila' en Nochebuena.
- Es que la hostelería es un mundo muy, muy duro porque en esta clase de bares te pasas todo el santo día. Nosotros empezamos siendo unos críos, unos inconscientes que se lanzaron a la aventura y funcionó gracias a mi madre que siempre nos asesoraba. Tras la muerte de Iñaki, pues tocó tomar decisiones y los cuatro socios traspasamos el negocio para que siguiese abierto.
- ¿Sus hijos huyeron del sector hostelero?
- Entiendo que no deseasen mantener el tipo de vida que yo les había enseñado. En esta familia, si los hijos querían una paga les poníamos a trabajar los fines de semana detrás de la barra a partir de los 16 años. Lo hacían genial porque entendieron que al cliente de un bar hay que atenderle como una persona que viene a visitarte a casa, pero cuando les ha tocado elegir han tirado por otro camino y yo me alegro.
- ¿Cómo ha visto la evolución del centro de Vitoria desde la barra de 'La Unión'?
- Ha cambiado una barbaridad. Fíjate que cuando yo entré a trabajar no teníamos grifos de cerveza y había un único tipo de vino blanco. El centro de la ciudad lo veo cada vez con menos vida comercial, aunque no sé si es una cuestión particular de Vitoria o una tendencia global que sucede en el resto de ciudades. La verdad es que me da mucha pena cuando camino por algunas calles importantes y veo cada vez más persianas bajadas.
- ¿Y cómo se soluciona ese problema?
- Yo no soy ninguna experta y no dispongo de una varita mágica. La enfermedad me ha servido para relativizar muchísimo las cosas y entender que no te puedes pasar el día enfadada. Hay gente que viene súper indignada, me cuenta lo que le pasa y yo acabo respondiéndoles: ¿realmente piensas que merece la pena llevarte un mal rato por un asunto así? Mi consejo es que hay que sonreír más.
lecciones de barra
- Pero, ¿no cree algo habrá que hacer para impedir que el centro siga perdiendo actividad?
- Yo mantengo mi carácter reivindicativo, pero no voy a amargarme la existencia o dar lecciones a nadie sobre algo en lo que realmente no soy una experta. Seguro que los políticos toman decisiones con la mejor de las intenciones. El ruido de esas obras (posa sus ojos sobre la plaza de la Memoria que se construye en la trasera del edificio de Correos) puede resultar bastante molesto ahora mismo, pero hay que mirar hacia el futuro y darse cuenta de que será un fantástico espacio que en unas semanas podremos aprovechar todos. He aprendido en los últimos años que la vida no tiene vuelta de hoja y que hay que preocuparse por los asuntos realmente esenciales.
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