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Un Quijote con su Sancho Panza, un Cristo redentor de latón, un candelabro de varios brazos, un reloj rococó que nadie sabe cuándo dio la hora por última vez... Esta abracadabrante colección de objetos, tan kitsch ella, coge polvo en los anaqueles de una oficina donde flota ese chisporroteante olor, tan característico, de la soldadura. Son los 'tesoros' que Dorin, un eslavo imponente de grandes manazas, ha rescatado de entre las toneladas de hierros herrumbrosos que cada día llegan a La Carmen, su negocio de recogida de residuos metálicos en el polígono Oreitiasolo, tras el puente de Las Trianas, a literal tiro de piedra del corazón de la ciudad. Él es uno de los reyes de la chatarra de Vitoria.
Según los últimos datos recogidos en el directorio de gestores de residuos no peligrosos del Gobierno vasco, en Álava se concentra una veintena de negocios que se dedican a la gestión de desechos metálicos. Estas chatarrerías son el primer y fundamental eslabón de la cadena del reciclaje de las 45.492 toneladas de desechos metálicos (28.574 ferrosos y 16.918 no ferrosos) que se producen cada año en la provincia. Son negocios florecientes, que están viviendo un nuevo auge gracias a la economía circular: se calcula que el sector mueve unos 10.000 millones de euros anuales en toda España.
45.492
toneladas de desechos metálicos se producen cada año en Álava.
Con unos brazos como columnas dóricas y unas manos tan curtidas que ni siquiera necesita guantes para manipular esos hierros retorcidos, esas planchas oxidadas y medallas descarga su Opel Combo azul marina desvencijada y arroja su carga a una enorme montaña de quincalla. en la que puede que fueran a parar aquellas ventanas viejas que usted decidió cambiar, esas cañerías que retiró de la cocina durante la reforma y hasta ese viejo somier de muelles. José Manuel Pargaray, «más gitano que vasco», se recorre los pueblos alaveses con la furgoneta recogiendo toda la quincalla que nadie quiere para después venderla.
José Ronda los 60 y lleva «toda la vida, desde que era un crío» dedicado al 'business' ferroso. Ni precisa balanza ya para calcular que esas varas medio oxidadas pesas «unos cinco kilos por lo bajo» y por más que no tenga ni repajolera idea de la tabla periódica, sabe diferenciar a la perfección el níquel del aluminio, el zinc del plomo. No le hace ascos a cualquier pedazo de hierro herrumbroso. Donde uno solo ve basura rezumante de tétanos, él divisa euros contantes y sonantes.
«Nostros pagamos a 6,5 euros el kilo de cobre, que es, con diferencia lo que más vale», certifica Dorin Raduta, al frente de la chatarrería La Carmen mientras varios clientes aguardan su turno para pesar el pesado contenido de sus sacos al tiempo que calculan cuánto se podrán sacar. La mayoría no saldrá de ahí con más de diez euros en el bolsillo.
«Este negocio antes sí que dabamucho, pero que mucho dinero: ahora lo justo para ir tirando, para vivir», asegura Domingo Álvarez Echevarría, el propietario de la chatarrería Los Vascos, en Betoño. Allí entran cada semana unas 200 toneladas de material que irá derecho a las fundiciones. «Lo que más llega es aluminio», asegura el chamarilero que, igual que un 'broker' de bolsa, conoce, al céntimo, a cuánto cotiza cada metal en cada momento. «El latón está ahora a 3,30, el perfil de aluminio de ventana lo pago a 1,20... el precio va cambiando mucho, pero yo intento mantenerlo quince días para que mis clientes no se hagan un lío», presume mientras uno de sus trabajadores pasa la escoba por el pabellón, de una sorprendente pulcritud y donde reina un orden impecable.
«La competencia que hay en este negocio es muy grande, hace poco abrió una chatarrería más en Vitoria», destaca Domingo, que enumera las inversiones que ha tenido que hacer en los últimos tiempos en su chatarrería. «Hay que estar continuamente metiendo dinero en maquinaria y también en todas las medidas que nos piden porque esto no tiene nada que ver a cómo trabajaban mis abuelos o mis padres en sus tiempos: ahora todo está muy controlado, para todo hay normas», explica Domingo.
La mayoría de los clientes de Domingo son profesionales, fontaneros, albañiles, mecánicos... que se deshacen de la quincalla en esta nave con vistas a la Escuela de Diseño de Betoño. «Aquí no hay tantas personas que se dediquen a rebuscar hierros en los contenedores para venderlos como en otras ciudades, yo solo tengo un par de habituales», certifica el chatarrero. Con todo, no es en absoluto extraño encontrar a personas, en pleno centro de Vitoria, revisando entre la basura, casi bolsa a bolsa, para tratar de dar con un grifo viejo, un trozo de tubería.
Con un largo gancho que él mismo se ha fabricado, Farid tiene casi medio cuerpo dentro de en un container de la calle Fueros. Con una mueca de fastidio comprueba que no hay nada que pueda aprovechar entre la basura. «Todos los días hay alguna cosa, pero hoy solo he encontrado esto», señala el hombre enjunto mientras abre un viejísimo carrito de la compra de cuadros escoceses que contiene un palo de una fregona doblado y una tostadora sin cable. «Por esto no me dan nada y como mucho, si hay suerte, hoy me sacaré dos euros, nada más», se duele. Él es, sin duda, el último súbdito, el más mísero, en el boyante reino de la chatarra.
«No se compra cobre si no se acredita su procedencia», advierten unos grandes cartelones en amarillo chillón en la chatarrería Los Vascos que regenta Domingo Álvarez Echevarría. El robo de cobre se ha convertido en un problema mayúsculo y el sector se sabe en el punto de mira. «Pero aquí no tenemos nada que ocultar, todo lo contrario: esta es una de las actividades más controladas que hay», defiende Álvarez Echevarría. «Yo no compro ni un trozo de cable que no tenga sus papeles y a todos los que nos tratan de vender algo se les pide el DNI», asegura.
La normativa es clara. Todos los centros gestores de residuos metálicos han de comunicar a la Ertzaintza las entradas de cobre y cualquier otro metal «dentro de las veinticuatro horas siguientes a su adquisición». «Yo cumplo a rajatabla y creo que la mayoría hacemos las cosas bien, siempre digo que irte a casa con la conciencia tranquila, poder dormir por las noches, no tiene precio», cuenta el chatarrero de Betoño mientras en la oficina sus trabajadoras rellenan los formularios que envían a diario a la policía.
«Hablamos con la Ertzaintza cada diario, hay muchas inspecciones. Yo, por ejemplo, no compro nada a nadie que no tenga DNI: si me vienen con el pasaporte porque no tienen papeles, se pueden ir por donde han venido», asegura Dorin Raduta, al frente de la chatarrería La Carmen en Oreitiasolo. «Entiendo que se controle tanto, pero no la mala imagen que tiene este negocio, al final nos dedicamos solo a comprar y vender cosas, nada más», concluye el chatarrero.
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Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
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