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Trabajo y casa. Estos fueron dos de los ganchos que atrajeron a centenares de nuevos residentes a Vitoria en los años 50 y 60, en plena época de la industrialización. Esmaltaciones San Ignacio fue una de los primeras grandes fábricas que se ... asentaba en la Vitoria de aquellos años y fue también avanzada a la hora de facilitar el acceso de sus trabajadores a una vivienda. La fábrica de cacerolas sustituía a la que Ignacio Emparanza Gaztañaga y Juan Arregui Garay habían montado en 1944 en Oñati. La sede vitoriana se inauguró en 1950 y ocho años después sus dueños entregaban las primeras llaves de las viviendas que la propia empresa había promovido en la acera de enfrente.
Arantza Ayastuy fue una de las primeras niñas del barrio. Llegó allí desde Oñate con sus padres y cuatro hermanos (en la foto, durante una fiesta en 1963). Y es la última de ellos que se fue. A la emotiva despedida le acompañaron dos de sus hijos y algunos nietos que quisieron homenajear a aquellos pioneros. Algunos al principio pagaban una renta de 275 pesetas al mes y más adelante, cuando estaban más asentados, fueron comprando los pisos a plazos. Tito Sáez cree recordar que sus padres pagaron 153.000 pesetas por aquel hogar de 60 metros cuadrados.
De la Herrería, de la calle Santo Domingo, del callejón del Cachán... A pie o en bicicleta llegaban los primeros trabajadores a la fábrica. En unos pabellones cuidaban de hornos, moldes, coladas y esmaltes y en otro se apilaban en hilera las ollas, los platos y las palanganas.
San Ignacio fue la primera fábrica española que lanzó al mercado la batería de ocho piezas y también fue vanguardista al utilizar recubrimientos antiadherentes. En Olárizu se trabajaba fino con el esmalte vidriado, un material que han puesto de nuevo de moda los bares y restaurantes que utilizan decoración vintage. De hecho, algunos modelos como los cazos marrones o los decorados con formas geométricas o flores y la mítica batería Lido son objeto de deseo de los coleccionistas.
Al finalizar la década de los cincuenta, la fábrica contaba ya con más de 300 trabajadores, que se multiplicaron por cuatro para la de los setenta, cuando los productos San Ignacio reinaban en miles de hogares de toda España.
Hace unos años las cosas empezaron a ir mal en el mundillo de las sartenes antiadherentes. Los dueños de la empresa se trasladaron a Júndiz y vendieron el solar para hacer nuevas casas. La demolición de aquel mítico edificio de oficinas de Ramón Azpiazu y Enrique Marimón, una de las muestras más valiosas de la construcción industrial en Vitoria durante los años sesenta, fue la primera gran herida del barrio.
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