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Juan Antonio Alaña impregna cada año el ambiente de Artziniega de sones medievales cuando tañe los cuernos que él mismo elabora, como mostró durante todo el día de ayer a los pies de la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Con ... esa cadencia profunda, que llega a todos los rincones, convoca a propios y extraños a las puertas de la Villa para que se adentren el medievo. La de Artziniega es una feria medieval que se diferencia de todas las demás porque «hay mucha implicación popular», explicó Garazi Ureta, miembro de la organización. Damas de palacio, campesinas, mendigos, frailes, saltimbanquis, magos y caballeros, soldados y titiriteros desfilaron por las calles del casco antiguo llenando el ambiente de aires medievales. «Hay más de sesenta puestos», explicó Ureta. Pero no todos se dedican a la venta. Algunos muestran la elaboración de cerveza, pan, o el trabajo de una fragua.
La asociación Artea, alma mater del Museo Etnográfico, aprovecha la calle de Abajo todos los años para abrir la fragua de Pablo Respaldiza que se quedó tal cual la cerró el abuelo del actual propietario hace más de medio siglo. Se vuelve a encender el fuego para trabajar llantas de ruedas de carro, clavos y quincallería de todo tipo. Justo enfrente, Artea muestra el proceso de elaboración del pan, como explicó Teresa Lafragua. Con el plus este año de que «exponemos varios tipos de harinas y otros tantos panes y hay que averiguar con qué harina se hace cada pan».
Otra de las novedades de este año fue la caza de brujas que se organizó durante todo el día con la pegada de carteles buscando a las que iban a participar por la noche en el akelarre final en una danza del fuego que fue el colofón de la fiesta. Mientras la caza de brujas avanzaba, Inés Arbeloa ofrecía los secretos de la alquimia a los más pequeños, enloquecidos con los secretos de las probetas y las redomas. «Parece magia» exclamó asombrada una niña que seguía las evoluciones de la profesora de química.
Si hay algo que no puede faltar en la Edad Media es la guerra, casi cotidiana en aquella época. A los juegos de destreza de la calle de Enmedio se unió la exposición de la Asociación Armadura, de Barakaldo, un grupo de aficionados a «la esgrima histórica», explicó Asier Díez. Pertrechados con la ropa de su oficio y con una amplia colección de espadas, mostraron a los visitantes las diferencias entre la romana y la hispana y la utilidad de algunas herramientas habituales en los enfrentamientos. «Hacemos un uso lúdico de estas armas, que son recreaciones históricas, nos acercamos al uso de cada época, practicamos y debatimos para seguir aprendiendo y difundir el conocimiento de la Historia», añadió. Contaron con la colaboración de la fragua de la torre donde se pudo ver el paso a paso el forjado de una auténtica espada a golpe de martillo contra el yunque.
En un trabajo más relajado, pero también bastante duro, Estanis Polancos y su hija Josune elaboraban las primeras uvas de txakoli de la temporada para que el público degustara el caldo que produce la tierra de Ayala. «El año ha sido malo para las viñas. A mí me tocó una granizada de lleno y ha arrasado una finca», se quejó el txakolinero, que aún así, no perdió la sonrisa.
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