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Javier Angulo, el cura de Ugarte, acaba de jubilarse con la sensación de dejar a sus espaldas un barrio cohesionado, donde sus vecinos siguen sintiendo el orgullo de pertenencia y han convertido la solidaridad en una de sus señas de identidad. Angulo se despidió 6 ... de junio. «Quería dar la comunión a los críos que han estado conmigo durante los dos últimos años, porque el año pasado tuvimos que suspenderlas por la pandemia y se lo tenía prometido». Así que se acaba despedir después de 38 años de servicio, aunque las puertas de la parroquia seguirán siempre abiertas y él continuará viviendo en el barrio que le acoge desde que llegó. «Bueno, en realidad seguiré en el despacho, aunque vendrán a ayudarme desde la parroquia de San Pedro Lamuza y estaré disponible en si alguien me pide que oficie un funeral, una boda o un bautizo». O como ocurre, a veces, si alguien reclama una comida o un lugar donde dormir a cubierto en la propia parroquia. Porque en realidad, de esto de ser cura, uno se jubila nunca. Aunque lo cierto es que Angulo lo lleva con «alegría» y desea que «la gente que me rodea sea cada vez menos egoísta y más solidaria».
A sus 86 años, el cura de Ugarte atesora recuerdos que le han hecho feliz durante todos estos años, «pese a algún que otro disgusto». Y eso que su desembarco en el barrio no fue nada afortunado porque llegó al mismo tiempo que las inundaciones de 1983, y se encontró con un distrito desolado por el destrozo que causó el arroyo Aldaikoerreka, que se llevó por delante la que había sido la iglesia de San Ignacio de la que no pudo salvarse nada.
CONSEJO
Todo fue trabajo a partir de ese momento para reconstruir la iglesia, y ampliarla después para dar cabida a salas de reuniones y actividades deportivas culturales que han marcado el carácter del barrio.
El torneo de futbito de San Ignacio ha sido una de las referencias deportivas de toda la zona durante años con un éxito tal que «tenemos 782 trofeos», recuerda Angulo, en lo que era el preludio de las fiestas del 31 de julio. Sus relaciones con la juventud siempre ha sido buenas «porque venía a dar clases en el instituto, y conocía a mucha gente». Con esa base se creó Ugarteko Gazteak, que a lo largo de estos años ha dado como fruto la organización de las fiestas, las semanas culturales, los eventos deportivos, las decenas de excursiones y campamentos infantiles y juveniles.
«Antes de mi marcha, mantuvimos una reunión con 30 personas del barrio para mantener ese espíritu», señala al sacerdote que pone como ejemplo «las cenas comunitarias, para las que preparábamos una sopa de ajo. Cada uno traía lo que podía y aportaba algo de dinero para colaborar con Cáritas».
Su espíritu animoso le ha llevado embarcarse en aventuras como la de acompañar a un autobús de jóvenes a Amsterdam. «Tuve que llevar mucho dinero, porque me pedían prestado, pero todos me lo devolvieron a la vuelta. Solo hay que confiar en ellos», asegura.
Sólo en esas salidas, que le ha llevado a Marruecos, Jerusalén y decenas de destinos más junto a cientos de vecinos del barrio y que han forjado el carácter de la comunidad, le han eximido de decir misa «porque creo que no he faltado nunca, salvo cuando me rompí la pierna y dejé de venir un día».
Ahora, que dedica su tiempo a leer, confía en que la iglesia se implique cada vez más en la sociedad, aunque «para eso tiene que cambiar» y acercarse a las mujeres y a la juventud, su eterna preocupación.
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