Llodio se queda sin bar en Santa Lucía

Al contrario de lo que pudiera parecer, el encanto del entorno, junto al santuario de Santa María del Yermo, ha ejercido como polo de atracción para cientos de personas. «Han venido autobuses enteros de grupos de montaña desde Eibar, Donosti, Vitoria... para conocer la zona y muchos preguntaban por las rutas para ir a ver el Cinturón de Hierro, Kamaraka y Goikogane. Ha pasado mucha gente también de Bilbao», explicó. Solo hay que recordar que el santuario es un hito en la Ruta de los Contrabandistas que comunica Llodio con Bilbao y que es uno de los paseos tradicionales para los aficionados a la montaña.

Aunque la temporada alta es la primavera y el otoño, el comedor del Kumeak ha acogido al calor de la chimenea, a las decenas de personas que cada día suben a Santa Lucía en un ejercicio que vincula el sentimiento de pertenencia, de orgullo y la salud, que siempre tiene recompensa, «un café, un pincho de tortilla» y hasta cumpleaños y celebraciones familiares que Jon, su madre, Loli Riestra y su aita, Luis, han atendido con esmero tanto dentro como fuera de la cocina. «Nuestro producto estrella siempre han sido los chuletones. Ahora la gente nos dice que no saben dónde van a ir a comerlos», declara orgulloso el responsable del local.

El bar de Santa Lucía ha sido una referencia en los cuatro años que ha permanecido abierto. Los amplios espacios que rodean al edificio son un paraíso al aire libre y su templo del siglo XV siempre merece una visita. Así lo entendió la organización de la Itzulia, que el 7 de abril de 2021 decidió poner fin a una de sus etapas en este lugar después de una dura y espectacular subida. Lamentablemente, aquello ocurrió en plena pandemia. «La gente no podía juntarse con los ciclistas, que se hacían pruebas contra el Covid todos los días. Fue un día muy bonito, pero no tuvimos mucha gente por las restricciones que había entonces».

Ahora, Atxa y su familia se despiden con pena del Kumeak. «Yo voy a seguir viviendo en Laudio, pero ahora, cuando voy por el pueblo todo el mundo me saluda. Por aquí han pasado familias enteras, cuadrillas de jóvenes, gente habitual los fines de semana o cualquier otro día. Lo vamos a echar de menos». Lo dice también por el paisaje, porque Atxa asumió el compromiso de gestionar el bar pero tenía una ventaja añadida, podía quedarse a vivir en una casa con vistas privilegiadas. «Me da pena, pero voy a seguir viniendo muy a menudo», confesó Atxa.

Ahora solo queda espera que el Ayuntamiento vuelva a convocar el concurso para que el bar vuelva a abrir sus puertas y dar vida a la pequeña cocina, que atendía a una comedor interior de 32 personas y otro exterior.