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«Es el primer día que hace calor de verdad este verano. Parece que estamos en una sartén». Ibai Muñoz ha demostrado este miércoles de qué pasta están hechos en Ayala. No parecía temer las altas temperaturas, pero lo cierto es que Gardea estuvo rozando ... el récord del año pasado. Se ha quedado en 43,4 grados a las cinco menos diez de la tarde, a dos décimas del subidón de 2022. Con el termómetro más caliente de Euskadi, las calles se han quedado vacías durante las horas de más calor y los ayaleses se refugiaron en las piscinas, que estaban hasta la bandera. «Va a ser el día de más afluencia porque hasta ahora ha hecho bastante frío. Esperamos más de mil personas», explicaba Jasone de la Torre, que trabaja en las piscinas de Amurrio. «En pocos días, la temperatura del agua ha subido de 20 a 26 grados y hoy todo el mundo quiere bañarse».
En cualquier caso, no ha habido problemas de aforo porque Llodio y Amurrio tienen piscinas olímpicas en las que caben medio millar de personas, además de otras dos piletas más pequeñas y amplias zonas verdes.
En el equipo de los que tenían que trabajar jugó toda la mañana la peluquera Rut Garrote. Secador en mano se resistía a echar mano del aire acondicionado. «Ponemos el toldo y bebemos mucha agua, pero aún así, tenemos que ponerlo en marcha». A primera hora de la mañana, Mertxe Congosto, del quiosco Lekanda, pasó frío. «He repartido los periódicos y hacía falta chaqueta, sobre todo en Gardea y Landaluze».
A mediodía ya daba miedo salir a la calle. La temperatura iba subiendo por minutos. A pleno sol, Roberto Menéndez operaba un camión grúa para colocar la cubierta del parque infantil de la plaza Aldai. Sudaba la gota gorda. «Tenemos que montar esto hoy y cuando terminemos, a donde me manden». Solo se pudo sentar un momento. Al sol.
A su alrededor, una decena de operarios pululaban por la plaza Aldai y la Herriko plaza. Montaban el recinto de las txosnas, los escenarios y las barracas para las fiestas. Eso sí, los ayuntamientos han aplicado la normativa de salud que les impide trabajar con temperaturas extremas.
«En el obrador tenemos diez grados más que en la calle por las neveras, las fermentadoras y los hornos. Todo da calor», aseguraba Paqui Martín, de la panadería Zuentzat mientras se secaba el sudor. A las dos, cuando terminó su turno, se armó de valor y salió a calle. «Me voy a dormir la siesta porque estos días acabo agotada, aunque procuramos beber mucha agua», apuntaba.
Melsis Fernández, que trabaja en Mel Limpiezas, se ha organizado de otra forma. «He madrugado mucho. Para las cuatro de la mañana ya estaba trabajando porque quería acabar pronto. Hoy he terminado a las once en vez de tener que quedarme hasta las dos de la tarde». Su plan vespertino tenía mejores perspectivas. «Disfrutar de la piscina y combatir el calor en casa».
En la calle, Janeta Bardos ha tenido que tomar medidas y salir de la marquesina en la que esperaba al autobús. «Parece un invernadero», explicaba sofocada mientras se pasaba un pañuelo por la cara. No entendía el retraso del autobús y que no hubiera avisos en la parada para indicar los cambios provocados por el corte de la avenida Zumalakarregi para colocar las barracas. «Tengo que venir a hacer rehabilitación y no puedo coger el coche, así que dependo del autobús, pero no sé si han cambiado la parada», reflexionaba mientras iba a buscar información para volver a su casa en Orozko a refugiarse del calor.
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