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Salta a la vista que Ainhoa Izaga y Ainara Martínez de Lahidalga, primas hermanas, son felices. Todo lo felices que pueden ser dos veinteañeras que se enfrentan a sus primeros trabajos, que intuyen que a su edad la estabilidad laboral es un cuento de hadas, ... que hacen cuentas para llegar a fin de mes... Fueron adoptadas en China a finales de los años 90 y no asoma en sus miradas otra cosa que no sea gratitud hacia sus padres adoptantes. «Ellos me han dado la vida. Pocas veces me he puesto a pensar cómo sería yo ahora si no hubiese sido adoptada la verdad... Estoy muy contenta. No dejamos de ser una familia como todas, con sus cosas, pero nos llevamos muy bien», relata Ainara. Ella cree que en la manera de ser se parece a su madre y en los gustos gastronómicos tira más para el padre, «amante de los sabores fuertes». Tampoco se plantea marcharse de Vitoria. «Estoy enamorada de esta ciudad».
Ainhoa también da fe de una infancia feliz y aunque es un culo inquieto –«cuando era más pequeña tenía déficit de atención»– y ha vivido aquí y allá –México, Irlanda, Sevilla...– ha vuelto al que considera «su pilar, su refugio seguro»: la casa familiar en la capital alavesa. Primero estudió cocina y no ha parado hasta titularse en nutrición.
Los Izaga y los Martínez de Lahidalga fueron de esas familias a las que impactaron las imágenes de aquellos terrible orfanatos chinos de los que ya no queda nada. Fueron de esas que hartas de esperar años (algunos hasta más de diez) a una adopción nacional decidieron acoger a aquellas niñas nacidas en Oriente y abandonadas a su suerte en los tiempos de la política del hijo único.
Ainhoa llegó a la capital alavesa en 1997 con solo once meses y Ainara al año siguiente con tres años. Hoy tienen 26 y 28 años. La primera es nutricionista de Las Gloriosas y la segunda trabaja como técnico de Farmacia en un hospital. Y las dos coinciden en una cosa: no han tenido ningún impuso de querer buscar a su madre biológica y eso que las dos han llegado a visitar los orfanatos de los que salieron en Luoyang y Lingshan junto a sus padres y hermanos. Porque los Izaga adoptaron después a un niño en Costa de Marfil y los Martínez de Lahidalga a otra niña procedente de China.
Orígenes
«Cuando fuimos a mi orfanato fue como si lo viera todo a través de un cristal; interactué más en el de mi hermana», reflexiona Ainara cuando recuerda aquella jornada de sentimientos encontrados. «Fue muy emocionante» dice Ainhoa, que relata que en su centro viven ahora ancianos y niños con diversidad funcional.
Y lo cuentan todo con una naturalidad pasmosa. La que les han transmitido sus padres que no sólo les han hablado con franqueza sobre todo sino que les dotaron de un caparazón invisible bajo el que protegerse si otros niños se metían con ellas, porque, sí, hace más de 26 años eran las únicas con rasgos diferentes de sus aulas. «¡Éramos los únicos que no eran blancos! ¡Menos más que en mi casa siempre hemos tenido mucho humor!», ríe Ainhoa.
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