Me preocupa estos días poder distinguirte de las otras. Hemos pasado esta vez de las chaquetas de traje de los candidatos a los trajes de chaqueta de las candidatas, y mi desconcierto se asemeja al de los tiempos de predominio varonil. Bienvenido sea el cambio ... si es para bien.

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Clamaba el rural miope en aquella genialidad de José Luis Cuerda: «¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!». Sabemos que el absurdo invitaba a considerar justo lo contrario, que los únicos necesarios y permanentes en la democracia somos los ciudadanos, pero la literalidad de la frase tampoco es como para no tenerla en cuenta. La representación ciudadana es pura contingencia si esta no aspira, no ya a permanecer en el cargo, que me consta que sí, sino a significar algo en su paso por él. Vivimos la política de lo contingente, de lo episódico y banal, y es norma que los pulsos electorales se acomoden a un aluvión de propuestas más o menos ocurrentes y más o menos factibles. Es ahora el momento de prometer todo tipo de albricias, de sugerir soluciones a lo que no fuiste capaz de desatascar cuando mandabas o de proponerlo hoy cuando te pasaste en la oposición cuatro años callado con ello. En resumen, un procedimiento pedestre que no dice nada bueno ni de quien vende ni de quien compra semejante mercancía.

Bien al contrario, me gustaría poder distinguirte de las demás porque te identifico con esa alcaldable que representa una manera de ver mi ciudad, no un compendio de parches y reformas para la ocasión. Tener la ciudad en la cabeza no es saber cómo funciona el mecanismo municipal, sino albergar una filosofía de vida de la ciudadanía que trasladar a esta para su consideración. Si lo piensas, de aquellos que gobernaron esta u otra ciudad y todavía nos acordamos, recordamos una o dos características de su mandato, no más.

Eso es un carácter, una mirada firme sobre el qué hacer, una intención de trascender, no de limitarse a lo contingente, lo que pudo o no pasar, lo que casi no estaba en sus manos. Me da igual si eso es una Vitoria sin hipermercados o llena de ellos, con lo que una cosa y otra suponen, o una ciudad iluminada sobremanera en Navidad u otra a oscuras. Algo, algo que considerar positiva o negativamente, algo sobre lo que pronunciarme que suponga un todo, una mirada global sobre dónde me gustaría o no vivir.

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Tiene un riesgo esto, lo sé: el personalismo. La filosofía o el carácter fortalecido se asientan al frente y te acaban haciendo su ciudad, muchas veces de manera más excluyente que la de quien solo tiene cuatro ideas vagas y dos reformas ocurrentes.

Me arriesgo a ello. Despreciaré también la tibieza, el es no es. Déjame claro quién eres, qué dices, lo principal de lo que propones, lo que te distingue de las otras y de todo el mundo, incluso del partido que te promociona. Así sabré que no solo eres la del traje de chaqueta verde o azul o rojo, sino la que me gustaría tener de alcaldesa (o no).

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