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Nada apuntaba a que fuera a terminar involucrada en el mundo de la prostitución, pero todo cambió después de ser sometida a una violación en grupo a los 13 años a la salida del colegio. Amelia Tiganus pasó un lustro explotada sexualmente por mafias ... españolas y ahora, a sus 35 años, es una activista decidida a terminar con esta lacra. «Necesitaba contar lo que me había pasado, no podía permanecer callada mientras a otras chicas les ocurre lo mismo», explica esta mujer de origen rumano residente en Gipuzkoa. Mañana viernes compartirá su experiencia personal en un encuentro organizado por IU-Ezker Anitza y el proyecto Feminicidio.net en el centro cívico Aldabe a partir de las 19.00 horas.
El estigma de haber sido violada en grupo cambió la vida de Tiganus para siempre. «Si España es patriarcal, Rumanía es mucho más machista. Mi entorno me dio la espalda tras el ataque», recuerda la coordinadora de este portal web. En vez de perseguir a sus agresores, sus conocidos empezaron a reclamarle relaciones de forma habitual a la salida del colegio. «Me gané una reputación de chica fácil, me resigné a complacerles con tal de que me dejaran en paz». Las promesas de una vida mejor y dinero fácil no tardaron en llegar. «Me captaron con 17 años, me hicieron creer que lo mejor para mí era prostituirme durante dos años y que podría tener un coche y una casa… Me vendieron por 300 euros y me llevaron a Alicante», confiesa. No obstante, la joven Amelia no tardó ni tres semanas en darse cuenta de que la realidad tenía poco que ver con lo que los proxenetas afirmaban. «Ganaba dinero pero se lo quedaban todo, pedían un precio de oro por las habitaciones, las jornadas eran maratonianas, y nos dábamos al alcohol y la cocaína para soportarlo», denuncia.
Escapó y se dirigió a otro prostíbulo en busca de suerte. Sin embargo, allí comprobó que «son todos iguales, trabajan en red y siguen los mismos métodos». Más que ataduras o cadenas, lo que retuvo a Tiganus durante cinco años en sus habitaciones fue el miedo. «Llegas sin dinero, sin conocer el idioma y con temor a que te devuelvan a tu país y los proxenetas llegan a parecerte tus salvadores», reconoce. Pero para ellos las chicas no eran más que «carne fresca». «Nos movían de prostíbulo en prostíbulo cada 21 días para que los clientes no se aburrieran de los mismos culos… y a los 22 años dejé de interesarles. Era demasiado mayor y ya sabía demasiado español», resume. Poco después encontró un trabajo como camarera.
Tiganus sostiene que España permite la existencia de «campos de concentración para mujeres» junto a sus carreteras. «Este país está en el punto de mira del proxenetismo mundial como puerta de entrada a Europa desde América Latina y África, pero el Gobierno hace la vista gorda con los grandes proxenetas que regentan prostíbulos», subraya.
Para Amelia, la mayoría de las mujeres que afirman ejercer la prostitución por gusto lo hacen para legitimar un sistema de explotación. «El mito de puta que ejerce por gusto es el gancho para muchas», insiste. «Si la prostitución se reconoce como trabajo los proxenetas estarán legitimados como empresarios, les beneficiará a ellos. Las prostitutas que están por la regularización pueden hablar porque cuentan con su protección, mientras otras tantas que han sido explotadas no pueden dar la cara por temor», sostiene esta víctima de trata de seres humanos.
¿Cómo evitar entonces que jóvenes vulnerables entren en estos círculos? «Hay que dejar de multar a estas chicas y revisar la ley de extranjería, ya que muchas resultan castigadas dos veces. Hace falta cerrar todos los prostíbulos para que proxenetas dejen de lucrarse con los espacios en los que ejercen terceros, y sobre todo hay que colocar a los puteros, mal llamados clientes, en el centro del análisis», reclama Tiganus. Esta mujer los considera violadores. «Los hombres jóvenes que se niegan a aceptar que 'no es no' salen en manada a los prostíbulos para comprar un 'sí' y quedar absueltos. No son mejores que los criminales», sentencia.
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