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julen solaun
Sábado, 17 de agosto 2019, 01:53
La entrevista con Ana Pérez, 'Anita la zapatera' como se la conoce en Artziniega, empieza fuerte. Porque uno llega con prudencia y a la expectativa por hallarse ante una venerable anciana de 103 años, pero se encuentra con una persona plena de facultades. Tal vez por eso será la próxima pregonera de Artziniega, que celebrará sus fiestas en septiembre. Ni ella tiene claro de cómo ha llegado a vivir tanto tiempo ni con tan buena salud. Anda, ve, oye, habla, da órdenes, piensa con asombrosa claridad, juega a las cartas, hace bromas y bebe albariño «si es bueno», aclara la mujer. «Todo el mundo me pide que me ría, pero ya casi no puedo. Lo hago cuando hay motivo». También come de todo. El día del encuentro tocaron lentejas en el plato.
Anita nació en Cristosende (Ourense), de donde era también su marido, fallecido hace 30 años. Se conocían «de toda la vida» y a los 16, en plena adolescencia, empezaron a salir. Casi de seguido se casaron y a los 18, la pareja ya tuvo el primer hijo. «Eran otros tiempos», acota. Después llegaron dos más y cuatro nietos que le dieron cinco bisnietos y ahora contará dentro de poco hasta seis tataranietos.
Anita no recuerda del todo bien las fechas, pero cuando llegó al País Vasco tenía «28 años o así». Primero vinieron su marido y su cuñado, después ella y los hijos. El cambio no la alteró en exceso. Pasaban hambre tanto en Galicia como en Euskadi. Cosas de la posguerra y del racionamiento. En un principio, la familia se afincó en Barakaldo (Bizkaia), pero su marido, zapatero de profesión, conoció Artziniega en su búsqueda de pan de estraperlo y le gustó. «Y aquí nos hemos quedado», suelta con gratitud.
«Pregúntame, anda. ¿Qué más?», interpela al periodista, quizá porque le ve algo 'cortado'. Porque no hemos llegado ni al ecuador de la entrevista y ya son unas veces las que ella se dirige al 'plumilla' con un acento gallego que aún es posible percibir. A pesar de su sobrenombre, Ana nunca llegó a trabajar en la zapatería, pero siempre fue una mujer activa. Estuvo en el comedor de los niños del pueblo hasta su jubilación -a los 65 años-, en la década de los 80. Últimamente está más que atareada respondiendo a las preguntas de los reporteros y los curiosos que se han acercado a ella con la intención de conocerla mejor. «Si viene, yo le contesto lo que pueda». Y todos tan contentos.
El hecho de ser pregonera y toda la atención mediática que está recibiendo de la noche a la mañana le están permitiendo llevar a cabo uno de sus grandes objetivos, «revolucionar el pueblo». «Lo que quiero es una revolución de personas, porque algo dejarán para mejorar las cosas, ¿no? Pero espero que no dejen bolsas de basura», bromea la protagonista.
A pesar de su más que excelente estado de salud, no todos los días se aleja de casa. Suele caminar por los pasillos, hacer «algo de gimnasia» y pasar varios ratos sentada en el porche del domicilio. Aun así, lamenta que lleva un tiempo sin acudir a la residencia -«allí, donde los jubilados»- a echar la partida a la brisca, juego al que gana frecuentemente. «Estos días no me he animado porque tengo que poner mucho cuidado en no caerme. Pero sí que puedo ir, ¿eh?».
Anita no tiene ningún secreto que explique su longevidad. Pero, al preguntarla por el pregón, se muestra prudente: «Igual me da un 'eso' y me muero antes, je je. Un ictus de esos». Pero espera que no. «Ya que he llegado hasta aquí... Además me hace mucha ilusión porque los hijos vendrán desde Galicia». De los bisnietos ya no controla tanto porque «el pregón es un viernes y ellos estarán trabajando. Lo tienen en duda».
A Anita no le gusta demasiado volver la vista atrás porque ha visto morir «a muchas personas, mi marido... Antes eran mayores que yo, pero van dejándonos gente más joven, y eso ya no me gusta nada», dice. «No me importa cumplir años o que haya gente mayor que yo. No estamos aquí para eso. De lo que me alegro es de que no me duele nada. Bueno, me duele todo, je je, aunque significa que estoy viva». Y tanto.
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