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Hay quienes consagran su vida al cuidado de los animales y anteponen su bienestar al suyo en cualquier circunstancia. La madrileña María González, afincada en Ribera Alta, en el sur de Álava, desde hace tres años, trabaja cada día para que los 58 gatos, gallinas, ... patos, palomas, perros, cabras y burros de su santuario vivan la mejor vida posible. «Mi pareja Alberto y yo buscamos la casa más barata que pudimos encontrar en Euskadi y vinimos a parar a Álava ya que aquí no había refugios como este. Desde entonces acogemos en función de nuestras capacidades», explica María.
Una pitbull amigable da nombre al refugio La vida color Frambuesa. Una cabra con pañal jugando en el jardín denota que esta casa de Ribera Alta no es una granja más. Silvia llegó al refugio después de que sus patas quedaran atrapadas en un paso canadiense. Tras criarse sin su madre, disfruta durmiendo en la mecedora. «Aprovechamos la estructura de esta casa abandonada hace cuarenta años y, tras hacer algunas pequeñas reformas, repartimos a los animales por estancias: abajo está el cuarto de las cabras Silvia y Lukini y la zona para las once gallinas y los siete patos. Arriba viven 21 gatos, cuatro de los cuales están en una habitación separada al ser positivos en leucemia para evitar contagios», enumera María.
¿Cómo alimentar a estas decenas de bocas hambrientas? «No creo que este proyecto fuese viable si tuviéramos que hacer frente a las facturas veterinarias», valora. A sus 32 años, esta veterinaria madrileña hace todas las curas que puede a estos animales y conoce de primera mano las enfermedades que les afectan. «El pienso vegano me lo proporciona una empresa para la que trabajo como consultora -sus animales tampoco ingieren proteínas animales- y recibimos algunas donaciones a través de internet», enumera. La mayor parte del presupuesto se escapa en gasolina. «La gata Bimba lleva 3 años con nosotros, le falta una pata, un ojo y tiene cáncer de pulmón, así que recibe quimioterapia en Madrid», indica María.
La filosofía del refugio La vida color Frambuesa hace que esta joven tenga que escuchar todo tipo de críticas, pero ella está comprometida con su proyecto vital. «Hace poco trajimos a la yegua Naia y estos animales pueden vivir treinta años, así que no pienso irme de aquí en mucho tiempo», reconoce. Algunos ganaderos ven amenazado su estilo de vida con el auge de la dieta vegana, y otras personas critican que trate de sacar adelante a animales con historias como la de Bimba. «Más que rescatar muchos animales busco su bienestar, y si Bimba es feliz tomando el sol en la ventana cada tarde y jugando con Botitas, seguiré haciendo lo que pueda por ella», afirma.
María es el ángel de muchos capones que se salvaron de ser la cena de Navidad en el último momento, palomas con paramixovirus, perros destrozados por la leishmaniasis y algunas gallinas con cáncer como Mona. En este tiempo ha encontrado algunos voluntarios de los alrededores que le ayudan a atender a los animales, que requieren muchos cuidados. «Quien quiera venir debe arrimar el hombro porque los animales son la prioridad y, aunque haya quien no lo entienda, no somos una granja escuela», explica María.
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