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Jesús Nicolás
Viernes, 10 de diciembre 2021, 20:06
Para gente como Jon Ikutza, vecino de Trespuentes, el anuncio de un temporal o una importante caída de agua es sinónimo de desvelos. Ya lo barruntaba desde la semana pasada, pero estos últimos días la preocupación ha cobrado una consistencia casi sólida. Ayer, metido hasta ... media pierna en el agua que inundaba su txoko y garaje, sus palabras sonaban a desesperación, hartazgo y un punto de humor. «Tengo el Amazonas delante de mi casa», respiraba resignado. «No es la primera vez que nos pasa. Hemos denunciado ante la Confederación Hidrográfica del Ebro que es necesaria una actuación en esta zona. Pero han desestimado todas nuestras peticiones. ¡Cómo abren así los embalses!».
Sus palabras podrían ponerse en la boca de muchos vecinos de Trespuentes o Víllodas, que viven días de casi completo aislamiento. En la segunda de estas localidades, ayer esta era una afirmación rotunda. Y darse una vuelta por la zona era contemplar un paisaje de agua con unos árboles aislados por un lado, unas señales de tráfico que indican que ahí hay una carretera por otro, o un cielo plomizo vertiendo lluvia sin descanso.
«Ahora cada vez que llueve tengo miedo», contaba Juan Ikutza, el padre de Jon. «Me he quedado sin agua caliente y ya veremos si también sin luz. Mis padres son mayores, ¿qué hago?», se preguntaba su hijo. Esta familia originaria de Orio compró la casa en 2015. «El constructor no nos avisó de que estaba en zona inundable. Me enteré porque me lo dijo el alcalde después».
Para entrar a Trespuentes la carretera principal, anegada, apenas dejaba una única opción a los vecinos de escapar. Un camino rural estrecho en el que los coches deben detenerse para poder pasar al mismo tiempo. «Ya no me quejo más. No sirve de nada. He pedido cientos de veces que eleven algunos tramos de la carretera y que nos arreglen el único camino por el que podemos salir, el de Mendoza, pero en 20 años que llevo en el concejo no hay manera», aseguraba el presidente de la Junta Administrativa, Davide di Paola.
Dentro de la población, un puñado de casas, las más próximas al cauce, se mantenían en vilo ante una avenida de agua que ha hecho desaparecer también el campo de fútbol y un parque. Apenas unos centímetros separaban el río del suelo de la casa de Carlos Díaz de Heredia. Todavía recordaba las inundaciones de 1983 y señalaba la marca que dejaron. «Estamos pendientes, mientras no suba más... Pero a ver qué pasa».
En Víllodas el aislamiento era completo. Todos los accesos estaban inundados. «Si no son capaces de salir por sus propios medios campo a través, solo los pueden sacar equipos de emergencia», decía un agente de la Ertzaintza, que se afanaba con su patrulla en señalizar todas las carreteras cortadas. Los vecinos más previsores sacaron sus coches el miércoles, que se amontonaban en los accesos a una nave industrial próxima al puente de San Cristóbal.
El que no pudo salir fue un todoterreno que quedó atrapado por la corriente y su ocupante tuvo que ser rescatado por los Bomberos. El que lo intentó y de poco no lo cuenta fue Andoni. Su mujer y sus hijos salieron por la mañana a Vitoria. A la vuelta el coche se le quedó tirado en el agua. «Menos mal que lo hemos podido enganchar a una furgoneta y salir», respiraba aliviado.
Fuera del Zadorra, la crecida también se dejó sentir. «Llevamos toda la semana con el acceso principal a Andagoia inundado y sólo podemos salir o entrar por un camino rural», se queja Álex Ibáñez, antiguo responsable del concejo. «Es un acceso peligroso, con muchas curvas y cambios de rasante». En este pueblo, donde confluyen el Baias y el Vadillo, los niños no han podido asistir a sus clases en la ikastola, que se encuentra en Izarra, a poco más de cinco kilómetros. Ibáñez tiene numerosas anécdotas, pero la más destacada, por el riesgo que corrió un vecino, se produjo el jueves. «Tuvieron que rescatarlo del coche. De poco el agua no se lo lleva hasta Miranda».
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