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Un aniversario compartido por dos de los grandes pintores vitorianos. Por su trayectoria, su pincelada y esa marcada personalidad que acaba por identificar a un artista de renombre. Hoy se conmemora una fecha que atraviesa la biografía de ambos. Es el aniversario del fallecimiento de ... Fernando de Amárica (Vitoria, 1 de junio de 1866-Vitoria, 6 de noviembre de 1956) y el de Pablo Uranga (26 de junio de 1861-6 de noviembre de 1934), que falleció en su casa, 'Villa Urtxo', en el barrio donostiarra de Loyola.
EL CORREO repasa algunos aspectos de la vida y obra de estos dos artistas con la colaboración del historiador de arte Santiago Arcediano, quien destaca que ambos forman parte de la gran «triada» de pintores alaveses junto a Díaz Olano. Aunque nacieron en la misma década, «cuando comienza a configurarse la ciudad moderna», explica Arcediano, cada uno tiene un sello «intransferible y auténtico». Ambos estudiaron en la Academia de Dibujo (actual Escuela de Artes y Oficios) de su ciudad natal y viajaron al extranjero, aunque desarrollaron estilos únicos.
En el caso de Amárica, cuya mayor parte de la obra se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Álava gracias a la fundación creada en su honor, su estilo sigue siendo «rabiosamente joven» 68 años después de su muerte, dice Arcediano mientras observa algunos de los cuadros expuestos en la primera planta de la pinacoteca del paseo de Fray Francisco. «En su esquela aparece como abogado, aunque nunca ejerció», señala el historiador sobre este artista que era «hijo único, culto y muy sensible». Su tía Ignacia de Amárica, casada con el defensor de los Fueros alaveses Ramón Ortiz de Zárate, deseaba que su sobrino continuara en su despacho.
Aunque Amárica obtuvo el título de abogado con excelentes calificaciones a los 21 años, tenía claro que su vocación no estaba en las leyes. La comodidad económica que le brindaba su hogar –en el actual número 38 de la calle Dato– le permitió dedicarse al arte sin tener que vender cuadros en vida. «Tuvo el inconveniente de que, al enviar algunos cuadros a Berlín desde Marsella, se los apropiaron y nunca aparecieron», cuenta Arcediano.
Amárica es considerado hoy el gran paisajista de Vitoria. Ha perdurado una imagen de él como un hombre de carácter esquivo y huraño, algo que, según el historiador, corresponde tan solo a sus últimos años. «Perdió a su madre cuando tenía 67 años, y él vivía bajo su protección, ya que ella era muy temerosa y lo tenía muy controlado», añade Arcediano.
Una de las particularidades de la herencia de Amárica es que, al no tener descendencia, destinó su obra a una fundación. «Se adelantó a una corriente muy europea al querer crear un museo monográfico en su propia casa», comenta el historiador. Aunque no se llegó a establecer el museo en el palacete, que fue destruido tras su muerte, la Fundación Amárica preserva su legado y promueve becas y ayudas de estudio.
En la primera planta del Museo de Bellas Artes de Álava, un autorretrato de Amárica da la bienvenida a la sala. El artista tuvo tres grandes referentes: Emilio Soubrier, «a quien llamaban 'el francés' por su apellido»; Díaz Olano, su «gran maestro» y amigo de la infancia; y Joaquín Sorolla, a quien veía como «pintor retina».
Soubrier fue también uno de los maestros a los pinceles de Uranga a su paso por la Academia de Dibujo. Si a Amárica se le ha identificado como un intelectual a Urangase le asocia generalmente a la bohemia. «Era una persona generosa, sin celos ni rivalidades». «Se identifica más con lo instintivo y lo gestual», señala Arcediano frente al cuadro 'Procesión en Elgeta' (hacia 1905), que también se puede ver en la pinacoteca del Palacio Agustín Zulueta. Arcediano ahondará este viernes 8 de noviembre en Villanueva de Valdegovía (19.00 horas) en una conferencia en homenaje a un pintor que pasó su infancia y adolescencia en esa zona. Como curiosidad, Uranga quedó huérfano a una edad muy temprana. Pasó por la Academia de Bellas Artes de San Fernando y en 1888 se trasladó a París –donde conoció a Ramón Casas, Santiago Rusiñol e Ignacio Zuloaga– y regresó más tarde a su tierra. «Era un gran amante de ella y de los temas vascos».
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