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A Jacobo, cuatro años recién cumplidos, algo no le terminó de cuadrar al volver ayer al cole. Se enroscó en las piernas de Mikel, su aita. Al chaval le empezaba a temblar la barbilla, en esa señal inequívoca que avanza de unos pucheros inminentes. «Es ... la primera vez que le pasa, siempre viene tan pancho», se excusaba, apurado, el padre ante el ya declarado berrinche del crío, que se negaba en redondo a entrar en clase: para él, su andereño pasó a ser una perfecta desconocida. No la reconocía. No le había visto jamás la cara completa a Iratxe. Fue una de las muchas anécdotas que ayer se vivieron en colegios de toda Álava en un día en el que las mascarillas dejaban de ser obligatorias tras 19 larguísimos meses. En todo este tiempo, ese trozo de tela ha pasado a ser una parte más del uniforme, del material escolar. Ahora parece que los protocolos, las medidas de prevención frente al virus son lecciones que, de tan machacadas en los últimos tiempos, nuestros alumnos quieren olvidar cuanto antes. No veían el momento de pasar página.
El departamento de Educación confirmó el pasado jueves que ni los más de 363.000 escolares ni los 39.000 docentes vascos –en estas cifras se incluyen los de Bachillerato y también los de Formación Profesional– tenían que utilizar la mascarilla. También se pincharon por fin esas burbujas sociales que se mantenían en algunos niveles educativos. Los centros alaveses iban a recobrar la normalidad anterior a la pandemia a la vuelta de la Semana Santa (muchos, en cambio, retomarán las clases tras San Prudencio). Sin embargo, si algo quedó claro ayer ya desde primera hora es que el cambio será progresivo en las aulas.
un alivio para alumnos...
... y profesores
Tal y como ocurrió la semana pasada, cuando el uso del cubrebocas en interiores dejó de ser obligatorio y sin embargo, muchos todavía la llevaban en comercios y oficinas, todavía son varios los estudiantes, tanto de infantil como de secundaria, que se resisten a abandonarla. Las mascarillas volaron de las aulas, sí, pero muchos se sienten más seguros con ellas puestas. «El cambio es brusco y prefiero esperar un poco para ir adaptándome», razonaba Mikel, alumno de Egibide-Nieves Cano, donde en algunas clases los que seguían utilizándolas eran apabullante mayoría. «Estábamos esperando este día, el ansiado primero de la normalidad», comentaban Ander, Xiker, Deyanira, Laida e Igone a las puertas del centro. Como ellos, muchos grupos de compañeros se volvieron a ver las caras.
«Es que después de tanto tiempo olvidadas hasta las caras de muchos, te sorprendes al verles sin mascarilla», comentaba Laida en el pasillo de Egibide. «Yo no he reconocido a una profesora fuera de clase, es difícil», añadía su compañero Xiker. «Es un momento muy deseado, aunque pasemos al principio algo de vergüenza», destacaba Adrián, Alejandro e Idaira. Porque, sí, muchos chavales, sobre todo adolescentes, han visto en este tiempo cómo la mascarilla les ayudaba a parapetarse de todas esas inseguridades propias de la edad. Esos granitos. Esos dichosos 'brackets'.
prudentes
«A mí me da corte quitármela ahora y mucha... como cosa», comentaba, roja como un tomate (al menos eso es lo que se apreciaba de nariz para arriba), Maialen, de doce años, a las puertas de Marianistas. Otros, no tenían ninguna duda. Mejor sin ella. «Era ya un agobio en clase», añadían June, María y Ariñe, estudiantes de once años del mismo centro. «Sin ella te sientes genial, liberado, estábamos como enjaulados», destacaban sus compañeros Adrián, Diego y Julen.
Y si los alumnos no veían el momento de quitarse la mascarilla, para los profesores ha sido toda una liberación.«Teníamos muchas ganas de este día, de conocer esas 'caras nuevas'. Sí constatamos que sigue habiendo prudencia y que en algunos casos será difícil modificar de un día para otro una costumbre que había perdurado tanto tiempo», destacaba el director general de Egibide, Nacho Eguizábal. «Antes necesitábamos forzar mucho más la voz y tampoco tenías ese 'feed back' del alumno», apuntaba Ziortza Larrazabal, de Egibide. «El gran problema es que no te llegaba toda la información», abundaba su compañera Amaia Aguirre. «Es más fácil dar clase así», resumía por su parte el maisu Xabi Espejo.
Sin tapabocas, muchos también han dejado al descubierto cierta picaresca. «Yo ya lo sospechaba, pero hoy he confirmado que alguno de mis alumnos ni siquiera se molestaba en mover los labios cuando tocaba cantar», aseguraba, entre risas, Eider López de Lecea, profesora de inglés de quinto de Primaria.
En el patio, a la hora del recreo, también se volvió a jugar con las mismas reglas de antes de la pandemia. Adiós a las zonas marcadas sobre el asfalto. Adiós a los grupos burbuja. «Llevábamos muchos meses jugando siempre con los mismos amigos, echábamos en falta estar con el resto. Hoy por fin podemos juntarnos con ellos», comentaban Nahia, Uxue y Olaia, tras el ansiado reencuentro. La única restricción que sigue en pie ahora mismo es el uso obligatorio de la mascarilla en los autobuses escolares, al igual que en el resto del transporte público.
Entre los universitarios, sin embargo, ayer se impuso la prudencia. En el campus alavés se recomienda el uso de la mascarilla en espacios cerrados. «Los de mi clase la seguimos llevando casi todos, aunque tampoco sé si tiene mucho sentido porque, después, en los bares y en las discotecas nadie la lleva ya... desde hace tiempo», destacaba Nerea Euzkitze, estudiante de Filología. «Todos tenemos de pasar página ya», confirmaba por su parte Erlantz Campos, sentado al sol en la trasera de Farmacia. Esta lección, la del miedo al virus, la damos ya por superada.
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