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Itsaso Álvarez | Ander Carazo
Domingo, 23 de enero 2022, 02:38
Cuando se acude al colegio se produce una situación entre iguales. Todos los alumnos tienen las mismas oportunidades y herramientas. Sin embargo, cuando la pandemia obliga a eliminar la presencialidad en las aulas, surgen grandes diferencias entre unos centros y otros y, pese al esfuerzo ... titánico de algunos profesores y de las direcciones, un buen número de alumnos ve afectado su aprendizaje.
Casi dos años después del confinamiento domiciliario se ha comprobado que la escuela, que se ha visto obligada a modificar el modo de relacionarse de los docentes, los alumnos y las familias, es una institución de cambios muy lentos. Que la brecha digital, y por tanto formativa, es mucho mayor de lo que se intuía y que la tecnología –ordenadores, tabletas, redes, wifi– también produce desigualdad. «La falta de conectividad no sólo limita la capacidad de los niños y jóvenes para comunicarse en línea, les impide competir en la economía moderna. Los aísla del mundo. Y los cierres de escuelas les lleva a perder la educación», advierte un informe de Unicef. «Muchos niños que se quedan sin seguir el ritmo corriente de una clase sufren riesgo de aislarse de sus compañeros y no alcanzan las competencias básicas como las matemáticas o el uso responsable de la tecnología», se apunta en el mismo dossier.
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En este escenario de incertidumbre, cada centro es un mundo y evoluciona a un ritmo diferente. Y las soluciones que se plantean en Euskadi están siendo muchas y de distinto tipo cuando el número de positivos en las aulas ha obligado a enviar a los estudiantes a casa durante unos días. A finales de diciembre, se llegaron a contabilizar 460 clases confinadas con una incidencia del virus cuatro veces menor que en la actualidad y ahora hay clausuras a partir de diez positivos o más.
En algunos centros, y sobre todo en las etapas más tempranas de la enseñanza, se interpreta que los positivos por covid deben mantener reposo. En otros como el colegio Mariturri, por el contrario, se considera que los niños no deben perder el contacto con sus compañeros y por eso se celebra una especie de «reunión social» que se reserva para hablar sobre el estado en que se encuentran o las novedades que han podido suceder en el centro, comenta Rosa, una de las madres. «A medida que avanza la pandemia, se está mejorando el sistema», aplaude.
«Todos hemos comprobado que las videoconferencias no se pueden extender demasiado, así que imagínate en el caso de los niños. Por eso, aquí se imparten unas horas y asignaturas concretas, se les fijan unas tareas y más tarde se vuelven a conectar para corregirlas o simplemente resolver las dudas que les quedan», comenta Ion sobre cómo se las ingenió su hija en el centro público de Salburua la pasada semana.
El hijo de Imanol dio positivo el Día de Reyes y no pudo volver a Marianistas tras las vacaciones. «A través del 'Teams' ha seguido todas las clases en directo y el profesor le iba preguntando para que se sintiese partícipe de las clases, pero volver al colegio ha supuesto un auténtico desahogo. Habitualmente es complicado mantener la atención al 100% en el aula, pues encerrado en tu cuarto, rodeado de juguetes y con los ruidos que llegan de la calle resulta casi imposible», reconoce.
Un sistema de emisión online de todas las clases, excepto gimnasia y artes plásticas, también se sigue en Sagrado Corazón y otros centros de la red concertada en Vitoria, aunque muchos de los consultados no lo habían descubierto hasta que el coronavirus se ha colado en sus vidas. «Las pizarras son digitales, así que los niños que permanecen en su casa incluso pueden ver lo que escribe el profesor», destaca Ander, cuyo hijo asiste a Urkide.
Pero muchas veces lo determinante no es el centro ni si es público o concertado, sino la capacidad de las familias para conectarse a internet. «No todas las casas tienen un wifi potente que les permita estar horas y horas 'enganchados' a una clase virtual, pero una tarifa de datos móviles puede servir para acceder a correos electrónicos o descargarse material concreto sobre los temas que durante esos días se han impartido en clase», explica la directora del colegio Santa María, Arantza López de Luzuriaga, quien apunta que otro problema supone cuando hay menos portátiles que miembros en la familia. «¿Qué criterio utilizamos en ese caso?», cuestiona.
Por eso, López de Luzuriaga destaca lo importante que es distribuir ordenadores entre el alumnado. «En los dos últimos cursos hemos recibido 50 ordenadores, pero ahora hay que esforzarse en enseñarles cómo funcionan», destaca.
Ainhoa Astigarraga, del sindicato Steilas, no es tan optimista. «Está siendo un caos en muchos centros. El primer confinamiento de la pandemia nos demostró que la 'tele educación' es inviable y más en aquellas edades en las que no son autónomos. La modalidad presencial es la única que garantiza que el derecho a la educación se va a cumplir con todas las familias cualesquiera que sean sus circunstancias», denuncia la representante educativa. «La escuela es algo más que el desarrollo curricular de unas asignaturas porque proporciona unos espacios y unas experiencias muy enriquecedoras para el desarrollo de los niños», ahonda.
«Ya no tengo voz y estoy agotada. Doy clase a primero y a segundo de Primaria presencial y online. A estas edades son clases más participativas y orales y conseguir que los que están en casa se impliquen... Tela. Luego hago fotos de las fichas con mi móvil para los padres. También doy clase a cuarto. En este caso, si no están con el padre o la madre al lado, mal. El otro día hablamos del cuerpo humano. Había que recortar. A una madre le sugerí que, como no tenía impresora, lo hicieran con plastilina y palillos. Ella estaba libre y podía, pero no es lo habitual», revela Marta, profesora en un centro concertado de Bizkaia. Esta joven también dedica su tiempo a resolver dudas tecnológicas de los profesores veteranos. «No doy abasto».
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