«Para un alumno es más importante saber hacer una tortilla que un logaritmo»

Ni él mismo, décadas después, con el deseo profesional cumplido, se atreve a definir la que ha sido una carrera de leyenda, a la que se ha entregado admirable y vocacionalmente durante 75 años. Aclara que no ha dejado de impartir clase ni un día durante su rica carrera. Hasta hace cuatro años enseñó Matemáticas, Física e Inglés en Cáritas Vitoria. Ahora lo hace en Youtube.

Tiene 93 años, un poco sordo pero excelentemente lúcido y todavía hoy, aunque alejado de las aulas, graba vídeos que cuelga en Youtube con enseñanzas de 'mate' y Filosofía para chavales de Secundaria. Viejo y sabio sacerdote marianista con residencia desde hace décadas en el colegio de la calle Luis Heintz, don Ignacio reniega del sistema educativo que anula la iniciativa del alumnado, enseña materia hueca y le prepara para un futuro ficticio (o incierto). Defiende, en cambio, la autonomía educativa, el dejar hacer y descubrir a los estudiantes en sus primeras etapas.

ELCORREO reconoce a Ignacio Pujana como Alavés del mes de enero de 2025 por su incansable y voraz entrega a la enseñanza, por ejemplo de dedicación en lo más básico y al mismo tiempo en lo imprescindible. Somos lo que hemos construido. En su caso, lo de 'toda una vida' no es una frase hecha, es una realidad. Asu manera, con aprecio mutuo, ha dirigido por el tortuoso camino de la instrucción y el vasto conocimiento a miles de jóvenes de toda condición.

Esto es, de la alta sociedad, pobres y paupérrimos. En una academia de su localidad natal, también en el desierto marroquí mientras hacía la mili, en colegios elitistas, facultades e internados ya como sacerdote marianista en Friburgo, Viena, Valencia, Escoriaza,San Sebastián y Vitoria; en arrabales en Almería; en aulas formativas de Cáritas para hijos de inmigrantes africanos y sudamericanos... Yahora, en Internet.

Pujana quiso ser lo que ha sido tras visionar la película 'Adiós, Mr. Chips' (1939) en el único salón de cine de su pueblo hace ochenta años. Él tenía 13 y se quedó prendado del profesor, Robert Donat, reconocido con el Óscar al mejor actor en 1940. Pero si hay alguien definitivo en su vida, es su abuela Evarista Oleaga. «Es la persona más importante. No fue a la escuela, no sabía castellano. No he conocido a nadie de su talla. Fue sabia sin saberlo. Un buen educador, si no es abuela, no hay nada que hacer», dice.

Recuerda aquel 2 de abril de 1948 cuando con 17 años entró en la academia de Galdakao para dar su primera clase de Matemáticas. Marchó luego a Marruecos, donde ayudó a los reclutas analfabetos y a los hijos de los oficiales. Pasó penurias, pensó en la muerte, comprobó que «la vida no era como pensaba» y de vuelta a casa, ingresó en la Compañía de María para avanzar en su vocación.

Cruzó el Telón de Acero de Viena a Budapest en tren para cumplir con una tarea humanitaria en plena dictadura comunista en Hungría, en Fontilles (Alicante) vivió con leprosos y hace dos años sufrió un gravísimo atropello en la rotonda del paseo de Fray Francisco. Ha escrito un libro sobre educación, 'La rebelión de Zamalur', se acuesta a las siete, se levanta a las cuatro de la madrugada, le pirra la Filosofía y la cocina. Tras una nonagenaria vida de película, se queda con un mensaje básico. «Hay que educar con cosas decentes. Es más importante para un chaval saber hacer una tortilla de patata con cebolla que el logaritmo de diez en base cinco».