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Más de un millón de luces iluminan la ciudad, gran parte de las conversaciones giran en torno a las reuniones familiares y muchos deseos se cumplirán en forma de regalos. Lo habitual ante este decorado –que parece siempre identificarse con un alegre reencuentro– es acordarse ... también de los que ya no están. Pero al mismo tiempo, nos solemos olvidar de aquellos que viven estos días en soledad. Esta cruel paradoja la ejemplificó de una manera muy gráfica hace unas semanas el director de una residencia de ancianos en Pontevedra. «Pronto será Navidad, el tiempo más triste en nuestra casa», decía en un mensaje en redes sociales que rápidamente se hizo viral. Pedía «cariño en forma de cartas» y en una semana recibió más de 500, una respuesta a la altura de eso que llamamos espíritu solidario, ese estado de ánimo temporal que parece volvernos más compasivos hacia el final de año.
Esa misma iniciativa, la de enviar postales a residencias de ancianos, la lleva a cabo desde hace años Nagusilan, una asociación que se dedica a acompañar a las personas mayores en «situación de soledad no deseada». Es una de las entidades que hace un esfuerzo «extra» en estas fechas para aliviar esa nostalgia que sacude a las personas que se encuentran solas. La semana pasada, sus voluntarios en Amurrio enviaron 300 para las residencias del valle de Ayala. En una hora, los doce socios las tenían listo. «Basta con poco que hagas siempre es satisfactorio», comentaba Felipe Zilonizaurrekoetxea, bolígrafo en mano. «La soledad es una lacra. Ni a animales irracionales les abandona su manada como sí ocurre con algunas personas», se lamentaba haciéndose eco de una queja que es cada vez más frecuente en las residencias de ancianos: hay quienes ni siquiera visitan a sus mayores en estas fechas. «Somos testigos del abandono y sufrimos con ellos», asume Felipe, que habla de edadismo, ese término que entró recientemente en la Real Academia de la Lengua Española y se refiere al prejuicio y discriminación contra las personas en función de su edad. Desde la asociación tratan de «crear alegría» con otras actividades como la animación de un bingo en la residencia de San Antón (Amurrio).
– ¿Qué le llevó a sumarse a la asociación?
– Basta una pequeña conciencia de ayuda a los demás.
También son especialistas en el cuidado las voluntarias –en su mayoría son mujeres– en Afaraba (Asociación de familiares y amigos de personas con Alzheimer y otras demencias de Álava). Entre las actividades en las que han participado estas semanas tenían una cita especial. Se trataba de un encuentro para conocer a los participantes en el programa Vivir Con Voz Propia (VVP), proyecto en el que personas con enfermedad mental se forman como voluntarios para prestar apoyo a otras en «situación de enfermedad crónica avanzada o final de vida».
De voluntario a voluntario. Los lazos entre las dos asociaciones –VVP y Afaraba– se estrecharon con una visita guiada al centro de la ciudad con paradas en la plaza de la Virgen Blanca y en la plaza de España. Marian Murua, Txema Aparicio, Aitor Cuesta, José Antonio Baroja y Alicia Ortega les hablaron de la historia de la capital alavesa a las socias de Afaraba, pero también de su aprendizaje como cuidadores. «Sabemos manejar una silla de ruedas, convivir con personas mayores y tener más gestos de empatía», contaban desde VVP, que animan hoy una fiesta con villancicos en la residencia Ajuria. «Lo agradecen mucho», reconocen. Frente a ellos, Teresa Alonso (87 años) confirma que es la «decana» de la asociación Afaraba. Lleva 30 años como voluntaria y entró en contacto con la asociación porque su madre tenía demencia. «¡Me quedé porque es muy buen grupo!», dice. Como señala Paula Casas, trabajadora social de Afaraba, la mayoría de socias han tenido familiares con demencia. «De alguna manera se sienten en la obligación de devolver algo que han aprendido y saben cómo se pueden sentir otras personas».
Las iniciativas que se acuerdan de las personas mayores también viajan en transporte público. «Vitoria es una ciudad solidaria», reivindicó Jon Armentia, concejal de Políticas Sociales, al presentar la iniciativa 'Taxiluz'. Diferentes conductores los llevan desde las viviendas comunitarias Aurora y Los Molinos y la residencia San Prudencio hasta el centro y el parque de La Florida. No tienen que abonar la carrera. «El año pasado hubo un total de 150 personas, incluso se apuntó un matrimonio que llevaba 20 años sin ver el alumbrado», cuenta Ana Herrero, presidenta de la de la asociación Alatax. Es una de las conductoras que prestará ese servicio en las tardes del 27, 28 y 29 de diciembre por segundo año consecutivo. ¿Muchos se emocionan? «Incluso nosotros nos emocionamos al verlos», apunta. Esa sensación les basta para encender este motor solidario.
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