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Cada día se ven menos mascarillas por las calles. En Vitoria pero también en los pueblos que salpican el territorio existe la sensación de que su uso se ha diluido según se avanzaba en la desescalada y, sobre todo, en la nueva normalidad estrenada en ... pleno verano. «Al principio se la ponía prácticamente todo el mundo pero ahora se nota demasiada relajación», admite Joseba Koldo Garitagoitia (DTI-AIA), alcalde de Alegría. Allí, hace menos de una semana, saltó la alarma por un positivo en Covid-19, el aviso de que la pandemia «por desgracia no ha acabado». La escalada de casos y brotes dentro y fuera de Euskadi y el progresivo desuso de la máscara -el País Vasco es la comunidad donde menos se lleva- han llevado al Gobierno vasco a imponer su obligatoriedad, una medida que los regidores alaveses consideran «positiva».
En los pueblos esperaban una decisión que ya habían adoptado comunidades limítrofes a Euskadi como Cantabria o La Rioja, a la que separa una barrera invisible de Álava. «Era una medida lógica, que tarde o temprano iba a llegar», asume Eduardo Terroba (PNV), alcalde de Oion, uno de esos rincones donde el trasvase de alaveses y riojanos es diario. En sus calles, pero especialmente en las terrazas que sustentan la hostelería en este verano tan atípico, «muchos se toman la licencia de quitarse la mascarilla al sentarse a la mesa». «Si no ponemos cada uno nuestro granito de arena, nos tendrán que obligar», reconoce el regidor, que durante meses no pudo cruzar la muga para ver a amigos o familiares.
En Iruña de Oca confían asimismo en la posición adoptada por la consejería de Salud. «Si ellos creen que es conveniente, que va a servir para que haya menos contagios, habrá que hacerles caso», zanja Michel Montes (PSE) convencido de que sus vecinos acatarán la medida. De hecho, apunta, «entre el 80% y el 90%» de ellos llevan mascarilla fuera de casa. En Alegría, en cambio, su uso a estas alturas de nueva normalidad «es residual», lamenta Garitagoitia, quien sostiene que ese trozo de tela al que algunos se resisten se presenta como «el único medio de defensa ante la Covid» -junto a las distancias y la higiene- hasta que no aparezca la ansiada vacuna.
Ernesto Sáinz (PNV), al frente del Ayuntamiento de Salvatierra, sabe que «todo lo que incomoda tendemos a evitarlo» pero anima a «interiorizar» el uso de la máscara cada vez que se va a poner un pie en la calle. «Hay que generar una rutina», sostiene. Su obligatoriedad afirma que era «una cuestión de días» y la forma de no dejar el cálculo de las distancias «al criterio» de los ciudadanos. «Al principio se empezó cumpliendo pero ha habido cierta relejación», confirma con preocupación por la cadena de brotes que por ahora no ha tocado a su localidad pero que ha generado unas cifras de contagio similares a las registradas a principios de mayo.
Desde Lleida a Lugo o, más cerca, en Ordizia y Getaria se han multiplicado los positivos en las últimas semanas, lo que a Unai Gutiérrez (EH Bildu), regidor de Zuia, también le hacía prever la decisión adoptada este miércoles por el Ejecutivo autónomo. Sin embargo, matiza, «sabíamos que antes de elecciones no se iba a hacer y si esta medida se tenía que tomar nos parece vergonzoso que no fuera antes». En la zona constata, como en el resto del territorio, «mucha relajación» hasta el punto de que quienes se tapan hoy nariz y boca son «casos puntuales».
También en Labastida ha caído su uso. «Al principio, cuando estábamos sólo los del pueblo, se la ponía mucha más gente», describe su alcaldesa, Laura Pérez Borinaga (PNV). Pero empezaron a llegar los forasteros con segunda residencia en este rincón riojanoalavés, los veraneantes y los domingueros... y «se contagió una sensación de que no había casos». «Desde el Ayuntamiento hemos insistido mucho en ello últimamente y ahora que va a ser obligatoria tenemos que ser responsables y solidarios», resume sobre el escenario que se abre esta medianoche.
El regidor de Llodio, Ander Añibarro (PNV), espera ya «instrucciones del departamento de Seguridad para ver cómo tenemos que actuar» a partir de ese momento ya que cree que el papel de la Policía Municipal se hará más relevante. «Lo que más costará será llevarla los días de calor», vaticina. Como enfermero, eso sí, considera que se trata de «una decisión acertada» y pone de relieve «el papel de Osakidetza» en situaciones como la que la localidad acaba de vivir, con un positivo en el campus de tenis organizado por el club local. «Finalmente, sólo ha habido una persona infectada. Se había contabilizado una segunda que ha dado negativo», aclara.
Los «datos sanitarios», a juicio de Josune Irabien, alcaldesa de Amurrio, han empujado a las autoridades a dar un paso al frente. Aquí, como en otros muchos rincones, la relajación ha sido «general en los espacios públicos» y además «hay sitios con tradición hostelera donde no se puede controlar la acumulación de personas», afirma. En el Conistorio, comenta, «seguiremos los protocolos en función de la situación que se plantee». Ayala es una de las localidades de la comarca más afectadas por la epidemia y el propio regidor, Gentza Alamillo (PNV), permaneció en aislamiento con el resto de su familia tras el positivo de su esposa a primeros de abril. «Me parece bien toda medida que se tome por criterios sanitarios. Yo personalmente la uso continuamente porque creo que es una medida que nos beneficia a todos», comparte.
Joseba Vivanco (EH Bildu), desde Artziniega, veía la decisión «previsible» y pone el acento en otras demandas a las autoridades sanitarias, a las que exige que «no se recorten de los servicios de atención primaria como ocurre en nuestra consulta médica, que ahora termina a la una y media cuando antes estaba hasta las tres de la tarde».
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